Por
Néstor Pinsón

La ciudad iluminada con faroles y farolitos

ue el 19 de marzo de 1931, toda la ciudad de Buenos Aires quedó iluminada por lamparitas eléctricas. Recordemos que la primera —instalada como prueba—, databa de 1853 y la primera usina productora, de 1887, hasta que luego de copar toda la zona céntrica se extendió a los barrios.

El último farol mereció una ceremonia. Llegada la hora fue el intendente José Guerrico que subió a una escalera que usaban los faroleros y lo apagó, estaba ubicado en Avenida del Trabajo y Escalada donde se colocó una placa recordatoria. Hoy la podemos ver en el museo Cornelio Saavedra, estaba un farol de aquellos alimentados a alcohol carburado.

El tango que describió en sus títulos y luego con mayor comodidad en sus letras, todos los objetos y hechos de la ciudad, tardíamente realizó su homenaje a ese farol, fue con el título. “El último farol” con los versos de Cátulo Castillo a los que le puso música, Aníbal Troilo.

Las primitivas callejuelas de la ciudad totalmente oscuras predisponían a robos, peleas con final de muertes y otras fechorías. Fue en 1744 que surge la primera posibilidad de descomprimir tal situación, la ocurrencia partió del entonces gobernador Domingo Ortiz de Rozas, quien ordenó que en las puertas de las pulperías y otros tipos de comercio, sus propietarios colocaran faroles —velas de sebo— desde la caída de la tarde hasta la mañana siguiente, a cargo de los propietarios.

Exactamente treinta años más tarde, el Virrey Vértiz hizo colocar faroles en distintos puntos de la ciudad, pasándole la factura a los vecinos, aunque cuenta la historia que sólo por las cercanías de la Plaza de Mayo se podían entrever sectores de las veredas. El sebo de las velas fue reemplazado por la estearina y el pérfido olor que provocaban desapareció.

A mediados del siglo XIX, aparece como combustible el aceite de semillas de nabo, o de yegua o de potro, para convivir con el anterior durante varios años. Ya se había experimentado con el gas, pero debieron transcurrir varias décadas para su implementación y su uso fue parcial —no más de un 30 por ciento de los faroles lo empleaba— porque el querosene resultaba más barato, estos dos combustibles convivieron hasta que apareció el alcohol carburado, entonces hasta 1920 se utilizaron los tres.

Los datos recabados señalan que habían 5029 faroles en coexistencia. Hasta que la electricidad copó todas las calles con sus tres lamparitas, una en cada esquina y la tercera en el medio. Y en el tango ya estaban desde antes de “Mi noche triste”. Recogimos sólo tres títulos como ejemplos:

Adelante con los faroles”, del guitarrista Pedro Iparraguirre, nacido en 1879.

El farolero”, de Arnaldo Barsanti, autor teatral, director y compositor además de diplomático en Alemania durante la segunda guerra mundial, gran difusor del tango y director en algunas grabaciones del Quinteto Polito.

A la luz de los faroles”, de Rosendo Mendizábal.

Cuando llegaron las letras y surgieron tantos poetas, los farolitos fueron testigos de encuentros amorosos, de riñas a cuchillo disputando la mujer y también protagonistas del esplín de cada autor.

José González Castillo escribió “El pregón”, “Silbando” y “Sobre el pucho”, en todos el farol tiene su lugar en el tono de los versos.

Pascual Contursi en “Bandoneón arrabalero”, en primera persona describe como encontró el “fueye” abandonado gracias a la luz de un farolito que lo alumbraba.

También Homero Expósito utilizó el artefacto en “Yuyo verde” y lo eleva a título en “Farol”, consagrándolo como uno de los íconos callejeros que reconoce el tango.

José de Grandis escribió “Farolito de mi barrio” y José Eneas Riu, creó “Farolito viejo”.

Finalmente, una breve recorrida por la poesía de Celedonio Flores nos indica que los farolitos le caían bien. En “Muchacho”, se pregunta si el protagonista sintió placer bajo la luz de la luna o si no bajo un farol. En “Sentencia”, en su larga perorata confesional ante el juez, el malevo llorando en un momento dice, refiriéndose a su madre que en la calle de su vida fue como luz de farol.

En los tangos hay muchos faroles más pero no todos en la vía pública, en esta segunda función uno de los más famosos es, sin duda, “Farolito de papel”, con los versos de Francisco García Jiménez.