Por
Néstor Pinsón

D'Alessandro - Antonio D'Alessandro me cuenta su historia

n varias ocasiones concurrí a la casa de este músico porteño que estuvo 23 años junto a Francisco Canaro. Allí, Antonio D'Alessandro, me ofrecía largas charlas sobre su trayectoria con el maestro. Sus palabras demostraban la admiración y el afecto que le tuvo.

Hombre más que correcto, delicado, cultivado, de hablar bajito y cordial, estaba empeñado en dejar su testimonio.

«Estudié en el conservatorio de León Fontova, fue en 1926. Más adelante tomé lecciones con Gilardo Gilardi y otros muy buenos maestros. Tenía 13 años cuando debuté, como tantos otros, en un cine de barrio, en este caso El Sena de la Avenida San Martín 3078. Era la época del cine mudo y en los intervalos actuaba la orquesta de Ángel Well. Estuve un breve tiempo de «practicante», así se decía, pero pronto ascendí a segundo violín y luego a primero.

«Después, formamos un trío con mi hermano Nicolás D'Alessandro y un pianista, Luis Volpini y tocamos por primera vez en Radio del Pueblo. Luego el trío se transformó en orquesta y llegamos a presentarnos en cinco emisoras al mismo tiempo, pero fuimos un conjunto de segundo plano. Le pusimos Orquesta Majestic y hacíamos tango y jazz en los bailes.

«Un día se me ocurrió organizar un baile con la participación de nuestra orquesta pero además, como atractivo, llevar a alguien importante, y lo conseguí a Francisco Canaro. Fue en el Club Tucumán, de Quilmes. Allí lo conocí y nos hicimos amigos. Un día me pidió que integrara su orquesta en forma transitoria, cosa de una semana, acepté y me quedé 23 años. Fue en enero de 1941. El falleció el 14 de diciembre de 1964 y su última aparición fue en Montevideo en el estadio cubierto de Peñarol, sólo catorce días antes. El final se presentía y ese día viajamos para acompañarlo Oscar Sabino (pianista), Octavio Scaglione (violinista) y yo.

«Siguiendo con nuestra orquesta. Pasó a llevar el nombre de Nicolás u orquesta D’Alessandro, también hacíamos jazz, como siempre, en este caso yo la dirigía, y tenía otro nombre, era la Jazz Pájaro Azul. Llegamos a hacer veintidós bailes por mes, y acompañamos a buena cantidad de cancionistas de renombre.

«Estuve breve tiempo en la orquesta de Pedro Maffia, allí estaba entonces Elvino Vardaro. También, una etapa con Edgardo Donato, buen tipo, de un humor muy particular. En la orquesta con Nicolás estuvo Carlos Dante de cantor, yo le hacía las orquestaciones para que pudiera expresarse con comodidad, porque muchas veces se le da al vocalista algo en lo que no se siente cómodo. Las grabaciones que hicimos con él no fueron de estudio sino sacadas de actuaciones en vivo. También cantaron con nosotros Carlos Acuña y Abel San Martín. Y al comienzo un muchacho Arturo Novoa, parecido a Oscar Alonso.

«En 1960, Vicente Salerno violinista de Ricardo Tanturi me llama para hacer un cambio, sólo una noche. Pocos días después, Canaro me llamó para decirme que Tanturi me necesitaba para reforzarse y que me permitía esas actuaciones siempre que le respetara a él los horarios, era la época que estaban como vocalistas Horacio Roca y Alberto Guzmán. Así lo hice durante seis años. Fuera de Canaro también actué, entre 1961 y 1967, en la Orquesta Estable de Radio Excelsior, el director era José Rosa, el mismo que supo dirigir la Orquesta Filiberto a la cual me llevó mientras estuvo a su cargo.

«Mi libro Yo fui a Japón con Canaro, en realidad fue un diario pormenorizado que llevé durante esa gira, una forma de recordar a un hombre que sólo hizo bien a la gente. Los muchachos se burlaban de mi afán, decían que eso no servía para nada, era un gusto mío, pero les sirvió a ellos cuando años después se tuvieron que jubilar y el secretario solamente les pudo dar documentación de las actuaciones en radio y teatro, nada más. Recuerdo a Minotto Di Cicco, Piscotto y el clarinetista Merico, acercarse mansitos a mí y yo les di el detalle de esa gira y de otras, que figuraban en el diario.

«Canaro hizo mucho por el tango, lo sacó de los arrabales para llevarlo el centro y luego a París, a Norteamérica y a Japón. Fue el único que se animó a sacar dinero de su bolsillo en 1919, para intentar comedias musicales en el teatro, fue en el Variedades de Constitución. Ya a partir de 1932 estaba bien organizado y presentaba casi una por año.

«Me aburrí de escuchar que Canaro compraba la mayoría de sus composiciones, que no le pertenecían. ¡Cuánto lo vilipendiaron! Yo fui testigo como, en cualquier momento sacaba un cuaderno Istonio donde apuntaba una idea musical que se le ocurría repentinamente y, que luego, iba completando. Y casi me atrevo a decirle que eso sucedía hasta un par de veces al día. Canaro fue un hombre diferente, cuando se llega de la nada, de la miseria, al punto que llegó él en cuanto a popularidad, nacen los detractores, los envidiosos.

«Incluso el apodo de Kaiser que le endilgaron —dicen que sus propios hermanos—, por lo cascarrabias, por lo mandón, no era así. Mandaba, claro, y tenía su carácter, pero era todo cáscara. Y le voy a dar un ejemplo:

«En 1951, Canaro había comprado una casa en noventa y cinco mil pesos, una parte fue en hipoteca por la que debía pagar una cuota muy alta. Yo lo desconocía y un día lo fui a ver, porque yo quería también comprarme una y necesitaba veinte mil pesos. Cuando se lo dije quedó unos instantes en silencio y me respondió: «Es mucha plata... pero venga a verme a mi casa». Y allí fui a Tagle 2872. Pasamos a un cuarto y enseguida se dirigió a una caja de hierro, grande, de ella volvió con los fajos de billetes. «Aquí tiene». Le pregunté que firmaba y me dijo: «Nada, con su palabra me basta, y dígale a Ernesto —era su secretario y administrador— que le vaya descontando mensualmente lo que gana conmigo». Esto, lo hizo también con Oscar Sabino, con Oscar Bassil, con Alberto Arenas, con Guillermo Rico. Quien así actúa no puede tener un cocodrilo en el bolsillo como decían por alrededor.

«Era un hombre recto y muy profesional. Una vez tocábamos en un club de la avenida Vélez Sarsfield, recién había incorporado a Ricardo Pedevilla, buen muchacho. En esa oportunidad este llegó acompañado por una mujer con la cual, en los intervalos, bajaba a la pista y bailaba de una manera muy ostentosa, muy milonguera, como para llamar la atención. Pirincho lo vio y lo llamó: «Mire, el público no viene a verme a mí o al cantor solamente, también a cada componente de la orquesta, todos somos parte del espectáculo, usted debe mantenerse serio, no debe bajar a bailar». Pedevilla le contestó que en los momentos de descanso hacía lo que quería y siguió bailando. Al otro día le llegó el telegrama de despido con la indemnización correspondiente.

«Le cuento algo simpático, fue cuando estaba con la estable de Radio Excelsior, lo vi a Walter Ríos, muy joven, que no se desprendía de su bandoneón y lo acariciaba continuamente en los momentos de descanso. Me acerqué y le dije que hiciera como el resto de nosotros, que lo dejara en el asiento o arriba del piano y viniera a charlar. No, de ninguna manera, me explicó: «Estaba tocando en un café y en una de esas se aparece Aníbal Troilo con otro señor. La gente aplaudió y enseguida comenzaron a pedirle que tocara algo, aceptó y justo se dirigió hacia mí, me pidió el instrumento e hizo un par de piezas. Cuando terminó, al devolvérmelo me dijo: “Pibe, como hacés para tocar con esto. Mirá, mandalo a arreglar que yo te presto uno mío”. Al otro día, de mañana se me aparece un tipo, con un fueye de Pichuco: “Aquí tiene, ¡cuidelo!” Y eso es lo que estoy haciendo».

«En 1966, formé un conjunto Tangos a la Parrilla, por supuesto tal como estaban en la partitura, sin arreglos, con Armando Lacava (piano), Domingo Scapola (bandoneón), Ariel Pedernera (contrabajo) y yo con mi hijo Mario, de 16 años (violines). Hicimos Radio Belgrano y varios locales. En 1970, formamos el primer Quinteto Pirincho, en homenaje al maestro, con Bassil, Pedernera y Sabino. Grabamos y estuvimos juntos hasta 1980. Por entonces actué dos años con la orquesta de Osvaldo Piro e hice varios cambios en el quinteto de cámara de Antonio Agri.

«Aunque usted no lo crea yo soy admirador de Astor Piazzolla, él ha llevado la palabra tango a todo el mundo. Los tangos antiguos nos gustan a los mayores, nos trae recuerdos de una época vivida, pero la vida es también hoy y mañana y aquellos que se agrupan pensando en el mañana, yo los aplaudo. Cuando tuve por unos años programas de radio, lo difundí mucho a Piazzolla y me dijeron cada barbaridad. Uno por teléfono vociferaba: «¿Cómo un músico de Canaro puede emitir a Piazzolla?».

«Canaro le tomó un gran aprecio a Mariano Mores, a tal punto que cuando se retiró de la orquesta quedó mal de ánimo y disminuyó su ritmo de trabajo, fue cuando me la vi mal y acepté un trabajo en la administración pública. Me fue bien, entré como auxiliar de sexta haciendo fichitas y me jubilé de gerente general con mil empleados a mi cargo. Fue en la Obra Social del Ministerio de Salud y Acción Social.

«Mariano era simpático, gracioso y de hacer chistes permanentemente, somos muy amigos y apadrinó a uno de mis hijos. Él fue un aporte para Canaro en lo personal, pero la orquesta no cambió cuando se fue. Luis Riccardi, el antecesor de Mores, fue otra cosa. Fue el puntal más importante que tuvo Canaro durante años. Fue el que plasmaba en el pentagrama las ideas y ocurrencias del maestro.

«¿Algo sobre los cantores?... cuando llegué a la orquesta estaba Ernesto Famá, siempre recibido con entusiasmo, era muy pulcro, hasta que no terminaba de actuar, nunca se sentaba para no arrugarse el pantalón. Alberto Arenas tiene lo suyo, su éxito fue “Adiós pampa mía” y era un problema para él, porque siempre entraba mal y se ponía muy nervioso. El tango tiene un libitum de 14 tonos y allí comenzaba, pero no había caso. Hasta que Minotto encontró la solución. Que se pusiera 14 botones o piedritas o monedas en la mano metida en un bolsillo y fuera contando los tonos soltando cada objeto hasta terminarlos. Empezó a entrar a tiempo, pero los muchachos un día le sacaron dos botones y otro día cinco y no hubo caso, nunca pudo entrar en el momento justo.

«Tuve bastante actividad gremial, pero no viene al caso. Compuse varios temas que fueron grabados. Los primeros a los 15 años: “Vieja brava” y “En un sueño tus labios besé”, ambos registrados por el Trío Pampeano, con Caldarella, Masobrio y un guitarrista. También, “Que risa con Doña Luisa”, una ranchera que grabaron varios conjuntos. Canaro llevó al disco: “Vieja carreta” con Eduardo Adrián, “Dónde está lo que soñé”, “Se llama Dolores”, los dos con Carlos Roldán, “Paz en mi tierra”, que se incluyó en una obra teatral. Otros títulos fueron: “Pagá vos después arreglamos”, con letra de Juan Velich, “Cuando no existas más”, “Negro carbón”, “A Don Pirincho Canaro” y recuerdo “Un tango para bailar”, una frase habitual en él cuando en las actuaciones con público decía: «Ahora unos tangos para escuchar» y, luego de varios temas, “Y ahora unos tangos para bailar”. A partir de mi tango y sin que lo supiera, un día arrancamos con él, le gustó y a partir de ese momento se tocó a continuación de su anuncio.»