Por
José Pedro Aresi

Cena de los amigos del café, 15 de julio de 2008

ara la gente de tango, no es un esfuerzo recordar las palabras del Gordo Troilo, cuando recita:

Dicen que me fui de mi barrio,
cuando, pero cuando,
si siempre estoy llegando…


Poética manera de cantarle a su barrio, tal cual todos lo hemos hecho alguna vez, por que el barrio fue la escuela primera de nuestra vida.

Así es que felices, volvimos a buscar el abrigo del Abasto como si los sones perennes de la voz de Carlos Gardel nos atraparan e inconscientemente nos hicieran gozar de esas calles, aún hoy rodeadas por la magia de su persona.


El martes 15 no fue un día cualquiera. El país hervía en un caldo llamado «retenciones» y la «125», había remplazado al componente de una buena buseca, justamente la que fuera antaño un plato pobre de inmigrantes y hoy suena a extraña receta de «cocina gourmet».

Además, ese era el día elegido por la barra tanguera de La Mesa del Café de Todo Tango, para reunirse y revivir los lazos de unión espiritual que, día a día, nos brinda la evocación de nuestra música popular, con sus inolvidables intérpretes y diversos personajes que la hicieron grande.


Desempolvé el saco azul marino. Lo cargué en la percha de mis hombros y con aire de chiquilín eufórico ante el misterio, subí al colectivo y me bajé en Pueyrredón y San Luis. Tan solo tres cuadras me separaban del lugar de la cita, pero era temprano y decidí recorrer —para hacer tiempo— esas calles con olor a pasado.

Finalmente, llegué a la esquina de Jean Jaurés y San Luis, no precisamente esperando ver a Margarita, sino para campanear como venía la mano, pero al acercarme vislumbré la presencia de dos seres, que enseguida comprendí eran cofrades tempraneros.


No los conocía. Me presenté, nos dimos la mano y no hubo tiempo para mucho más, porque desde todos los puntos cardinales comenzaron a llegar viejos amigos y otros que pronto dejarían de ser compañeros de rutas cibernéticas, para incorporarse a la legión de gomías visibles de Todo Tango.

Al colmarse la esquina, decidimos entrar a Il Vero Arturito, viejo bodegón abacanado, donde nos reuniríamos para «comer vino», tal cual el habitual decir de Coco del Abasto.

Atrás quedaron los primeros tímidos saludos de los nuevos amigos y sonaron las espaldas de los ya veteranos, al confundirnos en un abrazo, para luego irnos sentando «al voleo», en las cuatro mesas que estaban reservadas para nosotros.


Por fortuna, no todos éramos feos, nos acompañaban con su gracia y belleza, dos flores: Guada Aballe y Verónica Carreras, ésta junto a su esposo, el Zar Vitalli.

Cuando estábamos ya casi todos acomodados, llegó —último y pegando— el estimado director del portal, el doctor Ricardo García Blaya, acompañado de Víctor Sacco. En las demás mesas desparramaron sus osamentas: Mario Bosco, Bottini y su amigo Carlos, Jorgito Dobalo, el afortunado Dr. Tango, Hugo Frasso de La Paternal, su amigo Rodolfo Ventura, Horacio Barba Rolón, Omar Mere, Rodolfo Miranda de los pagos de San Martín, Abel y Federico Palermo, La bordadora Horacio Préstamo, Humberto Pucci, Osvaldito Serantes (el cuarto Rey Mago que no nombra el Nuevo Testamento), Cacho Scigliotti, Rubén Souto, Dardo Zago de Berazategui, Hugo L. y por supuesto yo.

La comida muy buena como siempre y en cuanto al novi, Arturito aflojó a los requerimientos del Coco y nos mandó un Norton, que se complementó, digamos acertadamente, con la copa de champagne del brindis.


Fue, tal cual se preveía, una verdadera reunión de amigos tangueros. La grata colaboración de Guada y del Dr. Tango para escracharnos fotográficamente, fue loable y estoy seguro que todos la hemos agradecido como una apreciada contribución a fijar en el tiempo, lo que mañana será recuerdo.

El grato obsequio que como siempre nos acercó Osvaldo, esta vez quedó en poder de otro infaltable a estas citas: el Dr. Tango. El valioso presente, que incluye la figura del Morocho del Abasto, luce ya —según sus propias palabras— en el escritorio del beneficiado.


Con todo cariño circuló entre nosotros, un pergamino que una vez firmado por todos, fue entregado pocos días después por Ricardo García Blaya, como homenaje de esta barra, a Gabriel Clausi (Chula), eximio bandoneonista y amigo, que el próximo 30 de agosto cumplirá 97 años.

No faltó el recuerdo de los compañeros ausentes y de quienes, por vivir en el interior o exterior del país, no pudieron acompañarnos como seguramente hubieran sido sus deseos.

Pero con el brindis final no terminó la noche. Muchos se fueron sí, pero otros se acodaron en una mesa cubierta de copas de vino, para ensayar tangos con «voces conmovedoras» según el lejano decir de Ángel Vargas interpretando a Enrique Cadícamo.


Después, las puerta de Il Vero Arturito se abrieron para dar paso a esa barra bullanguera que, silbando bajito y amasando sueños, enfiló hacía la noche del Abasto, llevando prendido como abrojo a su memoria, el inmenso «pasaje sentimental» de la farra vivida, pocos minutos antes.