Por
Carlos Álvarez

Biagi - Entrevista a Rodolfo Biagi en 1960

odolfo Biagi nació en San Telmo, en una vivienda ubicada a metros del cruce de Chacabuco y Estados Unidos. Su infancia no se diferenció en nada a la de otros pibes, los juegos comunes y la pelota de trapo en el baldío de la esquina que ya no está.

«Fíjense que se mantiene en pie y en buen estado la escuela donde hice el primer grado. Está en Sáenz Peña entre Venezuela y Belgrano. Allí estuve hasta cuarto, después pasé al Mariano Acosta y seguí hasta terminar el secundario y recibirme de maestro. Pero para bien del magisterio nunca ejercí la profesión. Me tiraba la música, compañero de estudios fue Roberto Gil, que se dedicó a las letras y, medio en serio medio en broma, escribió sus observaciones de la vida cotidiana e inventó aquello de «la calle Corrientes, la calle que nunca duerme».

«Comencé a estudiar música cuando me picó definitivamente el bichito, mis padres nada pudieron hacer, no comprendían esa incurable afición ya que en mi familia no había antecedentes al respecto.

«Bueno, aquí hay otra cosa que mucha gente no sabe, porque mis primeros pasos fue con el violín. Tanto lloré, insistí y rogué, que mis padres prefirieron parar el capricho antes que hubiera una tragedia. Me lo compraron y me inscribieron en el conservatorio de música de La Prensa, que dirigía la señora María Rosa Farcy de Montal.

«Mi maestro fue el profesor Francisco Rivara, quien no tardó en descubrir que mi verdadera inclinación era el piano. Porque cada vez que él se alejaba por un momento, yo me corría hasta el piano y ensayaba octavas y arpegios y hasta uno que otro motivo de tango.

«Y entonces vuelta a empezar, con el temor de mis padres que ese tampoco fuera el instrumento que me esperaba, pero lo fue. A tal punto que ya a los trece años debuté en público, fue en el Cine Colón, de la calle Entre Ríos, donde amenizaba los entreactos y además, ponía música durante la proyección de las películas mudas creando el clima necesario.

«De casualidad o porque alguien le dijo, un día se apareció Juan Maglio en el cine, se fue acercando hasta apoyarse en el piano. Cuando terminé, me produjo una emoción desconocida para mi, me puso una mano en el hombro y me dijo: «Pibe, ¿querés venir conmigo al Nacional?».

«Era la catedral del tango, era acercarse a la popularidad. Tenía quince años, no sé cómo no me desmayé de susto el día del debut. Era el pianista de Pacho.

«Me respaldó en todo momento. «Adelante pibe», me alentó cuando ya largaba. Estuve con él dos años en El Nacional, luego pasamos al Bar Domínguez, de Corrientes entre Paraná y Montevideo, de la vereda norte. Allí, desde el palco vi desfilar todos los rostros de nuestra vida porteña.

«Luego cambié de orquesta y de calle, pasé a Miguel Orlando que tocaba en el Maipú Pigall. Allí alterné con Elvino Vardaro, con Cayetano Puglisi, con Juan Bautista Guido y conocí a Carlos Gardel.

«No podría decir que llegué a ser su amigo, aunque de Gardel se hayan dicho muchas cosas contradictorias respecto a la forma en que sabía entregarse en amistad. Yo lo admiraba como artista y mi mayor orgullo fue tener con él una relación artística.

«Él iba mucho a ese local y una noche me vino a ver José Razzano en su nombre, era el año 1927, me hizo saber su interés en que me incorporara a su acompañamiento para las grabaciones, hasta entonces habían sido solamente con guitarras. Pero andaba con ganas de algo más. Llegamos a un acuerdo y se formó un conjunto con Antonio Rodio, las guitarras de Ángel Domingo Riverol, José María Aguilar, Carlos Cabral, Julio Vivas y yo en el piano.

«Grabamos en los estudios de Max Glücksmann, donde ahora funciona el cine Grand Splandid, Sante Fe a metros de Callao. Recuerdos tengo muchos, pero conservo uno que para mí tuvo una gran significación, porque me demostró su grandeza espiritual y su generosidad. Yo no andaba bien económicamente, entonces hablé con Razzano por si me podía dar un adelanto, éste no tuvo problema y me lo dio. Así pude salir de algunos aprietos. Pasaron los ensayos, los cambios de opiniones, la convivencia me dio más pautas para valorar a Gardel y finalmente grabamos. Cuando Razzano nos pagó, no estaba mi descuento. Lo comenté frente a Carlos y fui a devolver el dinero, entonces saltó Carlos: «No tiene importancia pibe, tu trabajo lo vale y eso te lo has ganado en buena ley». Ese gesto comprometió para siempre mi gratitud y reconocimiento.

«Unas semanas después, Gardel se iba a España y me ofreció llevarme. Me sentí muy joven para esa aventura, tenía veinte años. Le agradecí la confianza y opté quedarme. Juan Guido me había ofrecido integrar su conjunto. Debutamos en el Cine Real, que fue el primero en presentar una orquesta entera en uno de sus palcos para animar las proyecciones fílmicas. Allí alternábamos con la orquesta de música clásica dirigida por el maestro Fontova y la jazz Verona, donde estaba Lucio Demare al piano. Después, pasamos al Cine Suipacha que se inauguraba.

«El público era distinto al del cabaret, existía una diferencia fundamental. El que iba al cine estaba un poco desconectado de la música, absorbido por lo que pasaba en la pantalla. En los otros lugares había una relación directa, una comunión, era una gran atracción ese sentimiento y fue esa la razón por la que volví al Pigall que ya había cambiado de nombre, se había convertido en el Casanova, llegué formando parte de la orquesta de Juan Canaro.

«Debuté en Radio Cultura con Maglio. Luego, con Juan Canaro animamos los grandes espectáculos radioteatrales del Cine París, que salían por la radio del mismo nombre. La dirección era de Claudio Martínez Payva y en el elenco figuraba la jazz de Rudy Ayala, Tita Merello, Fernando Ochoa, las hermanas Desmond, Juan Carlos Thorry. Con Thorry compuse uno de los tangos de mayor éxito, “Indiferencia”, que integró los repertorios de las orquestas más populares y fue llevada al disco por Juan D'Arienzo, Hugo del Carril, Francisco Lomuto, Francisco Canaro. Poco más tarde volvimos a juntarnos e hicimos una canción campera: “Tu promesa”.

«Mi primer viaje fue en 1935 con Juan Canaro a Río Grande do Sul, en Brasil. Allí ya gustaba mucho el tango.

«Al regreso, dejé a Canaro y estuve un tiempo inactivo, aunque no me ausenté del ambiente tanguero. Era habitué del Chantecler donde actuaba Juan D'Arienzo y con quien tenía amistad. Su pianista entonces era Luis Visca. Y fui invitado a reemplazarlo varias veces ya que Luis siempre andaba con algún problemita de salud. Cuando su estado lo desmejoró aún más, fue normal que fuera yo su reemplazante y comenzó una etapa decisiva de mi carrera.

«Respecto a mi estilo, siempre tuve inquietudes en ubicar el piano en un plano distinto al que se lo había empleado en la orquestas típicas, exclusivamente de acompañamiento. Y cuando llego a D’Arienzo pude materializarlo. Con él estuve desde diciembre de 1935 hasta junio de 1938.

«En 1938, cuando formé mi propia orquesta para debutar en Radio Belgrano, el jefe de publicidad de la firma Palmolive, el señor Juan Carlos Bergeroc, me bautizó Manos Brujas. Debuté el 16 de septiembre en El Marabú y a los quince días en Radio Belgrano, allí estuve 20 años. Hubo en el medio una breve temporada en Radio Splendid.



«Mi primer cantor fue Teófilo Ibáñez, que tuvo éxito con un tema mío y de Francisco Gorrindo: “Gólgota”. Luego Andrés Falgás, otro éxito con “Cicatrices”. También, Jorge Ortiz, Alberto Amor, Carlos Saavedra y, en los últimos nueve años, Hugo Duval.

«Ahora estoy grabando en el sello Columbia».

A los cantores citados se deben agregar Carlos Heredia, Alberto Lago y Carlos Almagro, su último vocalista. Comenzó a grabar en el año 1927, fueron dos solos de piano para el sello Víctor: “Cruz diablo”, tango de su autoría y “El carretón”. Ya con su orquesta, a partir de 1938, registró 186 títulos. Le pertenecen, además del nombrado “Cruz diablo”, “Humillación”, “Amor y vals”, “Como en un cuento”, “Gólgota”, “Magdala”, “Por tener un corazón”, “Campo afuera”, “Por la güella”, “¡Oh mama mia!”, “Dejá al mundo como está” e “Indiferencia”.