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Por
Enrique Binda

¿A qué velocidad se grabaron los 78?

i la pregunta se relaciona con los discos editados desde las postrimerías de la década del 20 en adelante, la respuesta es obvia: a 78 revoluciones por minuto. Pero los grabados con anterioridad y en particular mediante el sistema acústico, pueden haberlo sido a los más variados regímenes.

En efecto, mundialmente en las grabaciones se utilizaron tanto velocidades cercanas a las 78 rpm, como muy diferentes, ya sea en más o en menos. Por caso, las buenas discografías del tenor Enrico Caruso destacan que los discos deben ser escuchados, según época y lugar de la toma, entre 73 y 80 rpm. Por supuesto, tales datos se indican con precisión para cada caso particular, permitiendo al oyente apreciar el tempo y timbre realmente generados en el estudio de grabación.

Los registros locales, no escaparon a esta realidad. Luego, quien intenta realizar restauraciones a partir de discos originales, debe tener en cuenta este hecho. Y decimos a partir de discos originales, pues si se usan como soporte cintas magnetofónicas, hechas con grabadores distintos al utilizado para reproducirlas, se acentúan las dudas sobre la velocidad real. Y si como suele suceder, además son copias de copias que pasaron por los más disímiles aparatos y manos, la anarquía es total.

Sin embargo, hay una particularidad en nuestro repertorio criollo, ya sea que sus matrices provengan del extranjero o hayan sido impresas en nuestro país. En efecto, en los casos que se apartan de las míticas 78 revoluciones, resultan usualmente detectables diferencias por debajo de ese valor. Pero esa sería la única uniformidad que presenta el problema, pues las variaciones son diferentes para cada sello. Y aún variables en el tiempo, para los casos de empresas que perduraron durante décadas, como Odeon y Victor.

Ahora bien, surgen una serie de interrogantes: ¿se trataba de una manipulación estética por parte de las grabadoras?; ¿por qué ni el público ni los artistas se quejaban de tal situación? La respuesta debe hallarse en las características de las máquinas grabadoras y reproductoras, así como en las atribuciones de los técnicos de grabación.

Comenzando por estos últimos, puede decirse que hasta principio de la década del '20, tenían control absoluto y dictatorial sobre cómo era efectuado un registro. Su juicio resultaba inapelable, debiendo los artistas someterse a sus designios, como por ejemplo la manera de distribuirse frente a las bocinas de grabación, que generaba la supremacía relativa de los diversos instrumentos. Y ni hablar que pudiera opinarse sobre la velocidad de grabación.

Pero, ¿por qué eran viables, aceptables, diferentes velocidades de grabación?... Sencillamente, porque ni los aparatos grabadores y como veremos mucho menos los reproductores (gramófonos), poseían un mecanismo que fijase rígidamente su velocidad de giro, el cual llegará recién con los motores eléctricos.

Las máquinas grabadoras, a lo menos utilizaban como fuente motriz la fuerza de gravedad, pues funcionaban con un contrapeso. Gracias a ello, podían mantener una velocidad constante durante toda la toma. Constante, sí, pero dijimos que usualmente diferente a 78 rpm.

Por el contrario, los gramófonos como eran a cuerda, si ésta no se tensaba al máximo antes de poner cada disco (o si era de poca potencia), daba como resultado pérdida de velocidad mientras se realizaba la reproducción. Además, ¿cómo se regulaba el giro del plato? Pues mediante la aplicación de un freno que actuaba sobre él. Entonces, si se lo ponía al máximo, el disco quedaba inmóvil. Como contrapartida, si se liberaba completamente, podía girar a increíbles rpm. Y si además por comprarse discos de diferentes sellos, se tenía una colección grabada a distintas velocidades, va comenzando a clarificarse que no tenía sentido práctico ser rigurosos.

Para quienes deseaban serlo, algunos discos europeos de canto lírico o solistas instrumentales, se utilizaba un artilugio. Este consistía en grabar, antes o después del tema en sí, unos segundos de una nota La. Así, el oyente preocupado por estos detalles y al cual se presuponía poseedor de un piano o a lo menos un diapasón, podía afinar el gramófono, reproduciendo el disco tal cual había sido grabado. Pero estos casos, eran excepcionales.

Lamentablemente, se carece en nuestro país de las fichas de grabación consignando las respectivas velocidades, que sí fueron conservadas en USA y Europa. Surgiría como primera alternativa, adecuar la reproducción a la tonalidad impuesta en la partitura. Pero no siempre es posible su hallazgo, sobre todo en discos anteriores a 1920. Y podría darse el caso, de que el intérprete por alguna razón artística o práctica, la hubiese voluntariamente alterado. Además, ¿Qué haríamos con los numerosos casos no musicales como monólogos, recitados, diálogos costumbristas?

Queda entonces el recurso artesanal de analizar los estilos, individualizar los tempos de los intérpretes en sus diferentes períodos, determinando a su vez las diferencias entre quienes grabaron en un mismo sello en un mismo lapso, para no confundir variados modos interpretativos, con distintas velocidades de grabación.

A veces se puede comparar la voz de alguien que llegó a grabar en sistema eléctrico a reales 78 rpm, con sus grabaciones acústicas, pudiendo gracias a ello adecuar al resto de los artistas. Un caso providencial resulta Alfredo Eusebio Gobbi, quien grabó en cuanto sello existió desde el inicio de la industria discográfica, culminando su carrera con grabaciones eléctricas en Odeon. Es así de mucha utilidad para determinar la velocidad de numerosas marcas antiguas (afinarlas).

Acuñada la necesaria experiencia, los resultados son notables: se hacen lógicos los tempos, los timbres instrumentales recuperan su realismo y calidez, surgen las pausas, los intérpretes vocales no cantan atropelladamente, sus acompañantes se serenan perdiendo frenesí, etc. En suma, aparece el arte interpretativo.

A modo de ejemplo, puede plantearse el caso de las primeras grabaciones hechas por una Orquesta Típica Criolla. Esto sucedió a principio de 1910 con el cuarteto comandado por Vicente Greco, en sello Columbia, matrices 55.400 a 55.420. A raíz de los aspectos técnicos que venimos analizando, el bandoneón de Greco suena realmente extraño, al punto de que algunos coleccionistas manejaron la hipótesis de que en vez de tal instrumento, don Vicente había echado mano a un acordeón o una concertina. Basta ralentar adecuadamente la velocidad de reproducción, para comprobar que sin dudas era un bandoneón. Quizás no un ejemplar de mucha calidad sonora, pero bandoneón al fin.

En el otro extremo de esta época de velocidades inciertas, pueden citarse las grabaciones hechas por Gardel en París a fin de 1928. A pesar de haber sido realizadas ya en sistema eléctrico, muchas de ellas lo fueron a menos de 78 rpm. Pruébese desacelerar por ejemplo "Pobre pato", matriz Ki 1976-1 de noviembre de tal año. Se oirán los resultados, se notará como va apareciendo el admirable artista.

Luego resulta lícito y obligado al efectuar restauraciones, variar la velocidad, a fin de tender a una reproducción que sea lo más fiel posible a cómo fue hecha la grabación.

Con esto y por lo explicado, no violentaríamos eventuales deseos estéticos de los intérpretes, sino por el contrario estaríamos intentando respetar el modo y sobre todo el tempo, elegido por ellos para desarrollar un determinado tema musical, monólogo o lo que fuere.