Por
Martín F. Lemos

Terés - Reportaje a Bernardino Terés

ació en Funes (Navarra), España. Llegó al país en el año 1909, con su condición de músico profesional.

En su niñez, Bernardino Terés, había comenzado a estudiar con el organista del convento de su pueblo, poco faltó para que sus padres lo metieran a prepararse para cura. Pero un día apareció en Méjico como organista de una iglesia, en cuyos oficios religiosos intervenían músicos de la orquesta del Teatro Principal. Se lo llevaron con ellos y a los 18 años por enfermedad del director le propusieron reemplazarlo, sus conocimientos superaban al de sus compañeros de mayor edad. Luego tuvo la oportunidad de recorrer muchas ciudades de Méjico, fue a Cuba y, finalmente, llegó a Buenos Aires con más años y sobrada experiencia.

«He cumplido 59 años de porteño y voy para 87 de edad. Vivo en esta casa de mi propiedad —aunque le queda ligero el acento español—, lejos del mundanal bullicio y estoy solo la mayor parte del día, desde que murió mi esposa. Mi hija Juanita sale temprano a su empleo, es bibliotecaria en SADAIC, a veces repaso la cantidad de programas de teatro que conservo, fotos, estampillas, sólo eso».

Rápidamente, encontró trabajo pues nos muestra una página pegada sobre un cartón de la revista P.B.T., del 20 de noviembre de 1909. «Aquí están —nos dice— las efigies de las primeras figuras del primer elenco español que dirigí en el Teatro Avenida, recién llegado al país. Este soy yo, con mis enhiestos 27 años y mis grandes bigotes. De todos ellos sólo sobrevive una chica, Gabina de la Muela y yo. En esa época, gustaba a rabiar el teatro lírico español con los dos primeros éxitos del género chico: La gran vía y La verbena de La Paloma. Pero, precisamente, el exceso de compañías españolas que lo cultivaban en la zarzuela y en la opereta, nos obligaron a irnos con la música a otra parte.

«En 1911 me encontré en Chile, luego en Lima, en Colombia y otras ciudades, dirigiendo orquestas solo o compartiéndolas con directores locales. En el trece, estaba de vuelta y en el Teatro Apolo dirigí con mi amigo Francisco Lozano, una compañía mixta, es decir argentinos y españoles, ya estará usted adivinando que me iba acercando al teatro criollo. Ocurre que los actores españoles se van adaptando a las costumbres y modismos argentinos, a tal punto, de interpretar a un comisario de provincia o a un sargento mazorquero. Recuerdo hacerlos a Benito Cibrián y a Abelardo Lastra, actor que murió en el escenario durante una representación».

Su música también tendió a lo criollo, a lo porteño, pues, como director y compositor, dio un gran paso en su carrera promoviendo la «revista criolla», cuando creó un conjunto de bataclanas a las que denomina Las vírgenes de Terés, casi todas ellas coristas nacidas en nuestro país. Notas periodísticas adversas comentaban que el plantel lo integraban muchachas provenientes del servicio doméstico con aspiraciones de vedettes y que estaban más capacitadas para aquello. Respondió publicando en los diarios más importantes, anuncios de convocatoria a todas aquellas que se considerasen jóvenes y bonitas, para integrar un coro revisteril.

Ya también como productor representó obras de autores argentinos como Carlos Goicochea, Carlos Mauricio Pacheco, Antonio De Bassi, entre otros.

«Yo me mantuve fiel a mi creación del coro, que llegó a poner cuarenta señoritas en escena. Esporádicamente desertaba para ocuparme de otros géneros, como ocurrió en 1922, cuando dirigí en el Teatro Porteño a un niño actor muy precoz, Narcisín, Narciso Ibáñez Menta. Desde 1926, cuando Alippi se separa de Muiño y organiza una compañía que se presenta en Montevideo, salvo en un par de casos, ya me dediqué íntegramente a la revista porteña. Compuse para Sofía Bozán, Alberto Anchart, estuve con Ivo Pelay, con Carlos A. Petit, escribí para y acompañé a la Maizani, a Ada Falcón, a María Esther Gamas, a Manolita Poli.

«Tengo registradas unas 200 obras. Para los españoles la tonadilla era más que el cuplé. Era una composición musical breve, con letra dramática o risueña, que estuvo muy en boga en el Buenos Aires de la década del veinte. La primera que escribí se titulaba No te fíes de los hombres, del año trece. Muchas cantaron mis «cositas», Raquel Meller, Linda Thelma y, por supuesto, quien fuera luego una gran actriz, Lola Membrives, que era argentina y a quien acompañé en grabaciones para el sello Nacional, incluso en varios tangos.

«Fui porteño en la Corrientes angosta y español cuando andaba por la Avenida de Mayo».

Entrevista realizada por el autor en Buenos Aires, 1968.