Por
Bruno Cespi
| Néstor Pinsón

El tango y la marina

os títulos sobre la aviación y el ejército superan en número a los dedicados a la fuerza naval. Los tangos que citaremos comprenden, salvo alguna excepción, partituras anteriores a la década del 20.

Curiosamente, el tango quedó ligado definitivamente a la armada, a raíz de una película, “La muchachada de a bordo”, donde una pegadiza marcha de Alberto Soifer, tema central de la misma, se convertiría en su música oficial. Dicho film se estrenó el 5 de febrero de 1936, fue dirigido por Manuel Romero (autor de la letra) y con un reparto estelar: Santiago Arrieta, José Gola, Alicia Barrié, Tito Lusiardo y Luis Sandrini. La versión definitiva y, actualmente vigente, fue registrada por la Banda de la Marina, dirigida por el músico y arreglador Martín Darré y cantada por Jorge Sobral.

Otra marcha, en este caso creada a pedido de las autoridades, es “Rumbo al mar”, primero titulada “Vamos rumbo al mar” y cuyo autor fue el pianista Carlos Figari.

Entrando en tema, aquí van los títulos investigados:

Marejada”, tango de Roberto Firpo. En la portada de la partitura se observa un barco y, en un recuadro, el dibujo de un marino cuyo epígrafe señala: «Al Sr. Bonifacio del Carril». Firpo lo registró muchas veces, la primera, en solo de piano en el año 1912. En dos oportunidades, en 1914, con su Orquesta Típica Criolla. Nuevamente con orquesta, en 1918. Otra vez en solo de piano, en 1920. Y por último, en 1929, ya con letra de Vicente Planells del Campo y con el estribillo a cargo de Príncipe Azul. Los versos relatan el regreso al país del protagonista, luego de un largo viaje, donde encuentra muy cambiada a la mujer amada. La marejada, en cuestión, simboliza los problemas del amor. Finalmente, de nuevo instrumental, una nueva versión, en marzo de 1932.

El torpedero”, de Rosendo Mendizábal. «Dedicado al Sr. Fernando Casabel».

Mi capitán”, de Manuel Campoamor. «A mi amigo Francisco Solano González, Capitán General del puerto de Paraguay».

“Fragata Sarmiento”, de Luis Conde. No tenemos ningún dato del autor.

Otro con igual título: “Fragata Sarmiento”, de Diego Centeno compuesto, unos cuantos años más tarde, a partir de un poema de Felipe Mitre Navas. Se conoció en 1938, debido al interés que despertaron sus versos en el cantor Roberto Guerra, de efímera trayectoria. Admirador y seguidor, en cuanto a estilo y repertorio, de Agustín Magaldi. Transitó algunas emisoras de la época y escenarios casuales. Cuando la providencia lo puso frente a estos versos, le propuso a Centeno que los musicalizara y, según él mismo contara, lo consiguió en pocas horas. Resultó una marcha-canción, que le permitió, el 3 de noviembre de 1942, grabar su único disco. El compositor, fallecido el 4 de enero de 1959, estuvo ligado artísticamente a la carrera de Magaldi, quien incluyó en su repertorio, sus tangos “Carne y uña”, “Huerfanita”, “Moneda falsa” y los valses “Alma mía” y “Suspiros”. Felipe Mitre Navas, nacido el 8 de noviembre de 1909, poeta, periodista, fue el autor del popular tango: “Libertad”, con música de Magaldi.

“El acorazado Moreno”, de Fortunato Cardullo. “Dedicado al Capitán de Navío Ismael Galíndez”, quien era el Comandante del acorazado en ese momento.

Finalmente, cuatro títulos más, íntimamente ligados pues todos hacen referencia a la misma nave:

“El incorporado”, del violinista Ernesto Francisco Zambonini (1880-1947). «Dedicado a A. J. Moneta, jefe del Acorazado Rivadavia». El autor se inició antes de comenzado el siglo XX. Actuó en prostíbulos de pueblos del interior, en cafetines de La Boca, tocó junto a Eduardo Arolas, integró el conjunto del Tano Genaro Espósito, pero lo más importante fue su actuación con Roberto Firpo. No por haber descollado, sino por un incidente entre ambos que zanjó dándole un puntazo en la barbilla del director. Pero el remate llegó con dos tangos: “Recuerdos de Zambonini”, por supuesto dedicado a la pequeña cicatriz que permaneció en el rostro de Firpo y, el más difundido de todos por su musicalidad, “La clavada”.

Acorazado Rivadavia”, de Ángel Villoldo, tango «Dedicado al comandante y oficialidad del primer Dreadnought argentino». Lo llevó al disco el Cuarteto del Centenario.

Dreadnought Rivadavia [b]”, de Luis D'Argenio. «Dedicado al Sr. Eduardo Rezabal».

Dreadnought Rivadavia”, de Carmelo Liparini. «Dedicado al Sr. Comandante, oficiales y tripulación del primer acorazado argentino». El compositor fue Mayor de Banda.

¿Cuál fue la importancia del acorazado Rivadavia y por qué en dos casos se lo llama Dreadnought?

Cuando en el año 1904 se desató la guerra Ruso-Japonesa, en astilleros italianos se estaban terminando de construir dos acorazados por encargo del gobierno argentino: el Rivadavia y el Moreno. Necesidades de aquel momento, provocaron la venta de ambos a los japoneses en alrededor de 17 millones de yens. Allí, fueron rebautizados Kasuga y Nishin e intervinieron en Tsushima, la batalla que llevó a la rendición de los rusos. Luego, el Kasuga sirvió de guardacostas hasta 1919 cuando ya, fuera de servicio, se transformó en museo. Los argentinos, como otros países, enviaron veedores para sacar conclusiones para sus respectivas flotas. El veedor nuestro fue el nombrado A. J. Moneta.

Esta guerra demostró que las naves alcanzaban largas distancias pero que el armamento de mediano calibre no estaba al alcance de las circunstancias, sólo podían llevar cuatro cañones de 305 mm de mortífero poder.

En 1906, comenzaron a llevarse a la práctica, las teorías del genio naval italiano Vittorio Cuniberti, sobre la importancia del armamento pesado. Se necesitaba una nave mucho mayor, más pesada y más rápida. El almirante británico Sir John Fischer, observando el desarrollo de los motores de turbina, lo creyó posible y, siguiendo a Cuniberti, produjo una revolución naval tal, que todos los acorazados quedaron obsoletos cuando dio con la construcción de una nave a la que llamó dreadnought, dotada de 10 cañones de 305 mm. Dos grupos de turbinas Persons que producían 23.000 HP, podían desarrollar una velocidad de 21 nudos y, con carga completa, llegar a las 31.000 toneladas. Tenía 160,6 metros de eslora, 25 de manga y 8 metros de calado. Los acorazados Rivadavia y Moreno, tenían estas características, eran dos dreadnoughts.

Dreadnought o su sinónimo fearnought, quiere decir literalmente: «miedo a nada», o más correctamente para la ocasión: «el que no teme a nada».

En la revista Caras y Caretas N° 680, del 14 de octubre de 1911, se observan fotografías de su construcción en Massachussets, Estados Unidos y un interesante párrafo: «Los acostumbrados acorazados comparados con los actuales nos parecen algo así como modestos torpederos otomanos».

Primero se terminó de construir el Rivadavia, de allí la consideración en que se lo ha tenido. A partir de estos buques, nuestra flota se transformó en la más poderosa de Latinoamérica.