Por
Oscar Zucchi

Pizarro - Los recuerdos de París y Europa

n el Tabarís de Marsella debutamos acompañados de músicos franceses con el nombre: Orquesta Genaro-Pizarro. Fuimos bien recibidos, pero los cincuenta francos ofrecidos eran una miseria, cuando hablé con el empresario Lombart, me dijo que al finalizar el contrato nos dejaría libres, faltaba cumplir el año.

«Genaro se quería volver, pero como yo tenía un dinero ahorrado y me tomé el tren a París, le dije que aguantara que lo iba a llamar. En París empecé por el consulado nuestro y seguí por los cabarets buscando a Celestino Ferrer y compañía. Me conocí con Vicente Madero que me orientó bien y el encuentro se produjo.

«Madero, el cónsul, me ayudó con el dueño del Princesse, el señor Volterra y me dio una oportunidad. Mis amigos formaban un trío y alternaban con una jazz de doce componentes, era mucho contraste. Ferrer y Güerino Filipotto eran flojos, tocaban de oído y al estilo del año catorce, por eso no se adaptaban a la novedad del compás de milonga que yo hacía.

«Le pedí a Volterra formar una orquesta de diez músicos. Lo llamé a Expósito, éramos cinco argentinos e incorporé cinco franceses de la jazz. Buenos profesionales, pero cada uno en lo suyo, para el tango no eran buenos. Hubo mucho ensayo, había que enseñarles a hacer los pizzicattos con tres dedos, los violinistas clásicos lo hacen con uno solo. Por eso en el tango el pizzicatto produce un efecto de redoble o repique. También tuvieron que aprender a utilizar el taco o talón del arco del violín, pero no había recurso técnico posible, lo único que ayudaba era la imitación: hacer la marcación del compás o el fraseo de las melodías en piano o bandoneón y decirles ¡Así lo deben hacer!

«Cuando llegaba cualquier argentino por supuesto esto no ocurría. Por el 22 o 23, tocó en mi orquesta el luego famoso Juan José Castro, lo hacía para pagarse los estudios en París. Llegó el día del debut y el momento de subir al palco. Yo tenía un nudo en la garganta, se hizo silencio al apagarse las luces y hubo muchos aplausos. Oí a Vicente Madero gritar ¡Viva el tango argentino! y todos los compatriotas presentes lo imitaron.

«Empezamos con “La morocha”, en total hubo que tocarla ocho veces, luego “El choclo”, “La catrera”, “Derecho viejo” y no recuerdo más. Como El Garrón abría a las diez de la noche, de tarde nos presentábamos en el Sans Souci, que regenteaba un tal Alexander y que resultó ser el famoso estafador Stavinsky, el que cita Discépolo en “Cambalache”. Marcelo Torcuato de Alvear era el embajador en Francia y cuando, el 12 de octubre de 1922 lo nombran presidente, me pidió que lo acompañara en el vapor Massilia para animar las noches durante su viaje de regreso. Lo hice junto a mi hermano Domingo, guitarrista. Ante tal atención le dediqué el tango “El estandarte”. Pensé que con veinte días me alcanzaban. Pero en Buenos Aires Lomuto me pide que lo acompañe en los cruceros del Cap Polonio a Tierra del Fuego. Amenizaba con una orquesta las veladas.

«Fueron tres los viajes y un cuarto a Brasil. Cuatro meses de ausencia de París. Filipotto había quedado al frente de la orquesta y al regreso me hice cargo nuevamente. En la década del veinte se calculaban 4.500 los argentinos residentes y transitorios en París. Mi nombre se propaló e hice venir a mis restantes hermanos, así hubo cinco orquestas Pizarro tocando al mismo tiempo. ¿Con respecto a Arolas? Sí, es cierto que tuvo un lío grande con unos tipos que explotaban mujeres y le pegaron, pero él murió tuberculoso. Además no comía, se emborrachaba, siempre en un bar con su copa de Mandarine. Yo mismo lo trasladé al hospital Bichat. Junto a Ferrer, Filipotto, otros argentinos y unos amigos franceses, acompañamos el ataúd al cementerio.

«Mi hermano Domingo me trajo a José Remondini (El cieguito), de lo mejor en su tiempo, técnicamente. Gran oído, además era concertista de piano, aunque como todo músico ciego, un poco monótono en sus interpretaciones. No volvió más a la Argentina. Sí, fue por mediación mía que se consiguió el debut de Gardel, en 1928. Hablé con el empresario Paul Santos (Santolini), al que conocían como El Napoleón de los centros nocturnos de París. Fue su debut en el Florida.



«Estuve diez años en El Garrón, tuve suerte y fui propietario de varios locales, en uno de ellos actuó Gardel durante una semana: El Montecarlo. Cuando llegó el momento de pagarle, me preguntó si estaba loco: «¿Cómo pensás que voy a cobrarte con la mano que me diste?»

«Actué en España, en Londres, por supuesto en toda Francia, varias ciudades de Alemania, en Ginebra, en Bélgica y llegó 1939, y se vino la guerra. Resolví dejar Francia, del banco sólo me dejaron retirar 50.000 francos, nada en relación a mis ahorros.

«Con algunos muchachos tocábamos donde se pudiera, así aparecimos en Alejandría, en El Cairo, pero también era complicado. Fueron cinco meses de calvario, de un lado para el otro, hasta que en la navidad del 41 embarcamos en un carguero de bandera egipcia. El 11 de abril de 1942, luego de muchas peripecias, pudimos llegar a nuestro puerto.»

En 1951 volvió a París y, de visita, estuvo en Buenos Aires en 1970 y 1974. En un reportaje final dijo: «Me gusta creer que lo relatado haya resultado mi mejor colaboración al conocimiento de lo argentino en Europa, gracias al tango. Hacer que nuestra música se conociera y se disfrutara no sólo en los salones sino también en los sectores populares».

En otro tramo de su charla, agregó: «Los únicos tangos míos que se conocen en la Argentina son los que me grabó Gardel».

El Zorzal Criollo le grabó: “Noches de Montmartre”, “Todavía hay otarios” y “Una noche en El Garrón”.

Compuso numerosos tangos, se destacan unos treinta que tuvieron mayor difusión y llegaron al disco. Son numerosas las grabaciones que realizó y muy difícil establecer la lista completa de ellas.

A lo largo de su trayectoria, tuvo una buena cantidad de vocalistas: Alina De Silva, Luis Mandarino, su hermano Domingo Pizarro, la española Eva del Erso, Francisco Todarelli, Roberto Caldas, Roberto Maida, Juan Giliberti, Luis Scalon, Gracia del Río, Aída Galán, Celia Gámez, Jorge Linares (el ex de Pedro Laurenz), Marival, Juan Raggi y El Pelado Díaz —Pizarro no recordaba su nombre—. Se refería a Rodolfo Díaz, pero éste en un reportaje, dijo haber recibido una proposición de Manuel Pizarro que no aceptó.

A grandes rasgos, puede definirse su estilo bandoneonístico en su predilección por tocar ligado y con sonido suave, de agradable timbre, con sencillos adornos. De marcación cuadrada, demasiado isocrónica, que se fue haciendo menos rígida con los años de actuación y el contacto con bandoneones fraseadores.