Por
José Pedro Aresi

Celebración íntima de fin de año de la Mesa del Café

uando el personaje no existe, se lo inventa y entonces las historias dejan de ser reales para convertirse en “ficción”. No es este nuestro caso.

Por fortuna, la Mesa de Café de “Todo Tango” tiene entre sus habitúes —desde hace muchísimos años— a un personaje de carne y hueso que se llama Mario Bosco, es “del Abasto” y se apoda Coco.//938//

Así fue como el amigo Bosco, a semejanza de aquel campesino griego que desenterró a la diosa Venus de un campo de trigo, exhumó la idea de reunirnos para despedir el año, en lo que él íntimamente llama: “Un “vino con comida”.

Bastó un simple anuncio en la Mesa para que varios parroquianos se prendieran, comprometiendo su concurrencia a “Il Vero Arturito”, tradicional reducto de los encuentros de esta “muchachada” que se mantiene aferrada a viejas reglas que convergen, se trasmiten y se sienten... con el Tango.

Había caído la tarde. Las sombras de la noche comenzaban a enriquecer los encantos del barrio, ese mismo que cantaran los bardos y en el cual brotó un Zorzal.

Nuestra reunión con amigos estaba por comenzar y un hálito de placer nos guiaba hacia la esquina de San Luis y Jean Jaures. Sabíamos que no seríamos muchos, pero estábamos seguros de vivir un momento íntimo, casi solemne, tal cual corresponde a una reunión de devotos del “Rey Tango”.

Así, uno a uno, fuimos cayendo con una sonrisa en los labios y los brazos extendidos para fundirlos con el cuerpo del amigo.

Y aquello que todos //939// pregonábamos era lo de menos, es decir “la comida”, pasó a ser el condimento que aflojó las tensiones acumuladas durante un día de trabajo, en tanto el néctar de la uva relajó la lengua de gargantas sedientas; aunque inevitablemente no faltó quien prefiriera esa extraña mezcla de “concentrado de cola” diluido en agua con burbujas.

Lo cierto es que pasamos un momento maravilloso, que a muchos nos retrotrajo a aquella primera cena del 16 de mayo del 2002, donde nos vimos por primera vez y la amistad virtual se convirtió en real.

Para mayor comodidad y mejor poder conversar, estuvimos sentados en dos mesas, pero totalmente unidos por los mismos sentimientos y abordando la enorme cantidad de temas que el Tango permite. Así fueron evocados en las distintas conversaciones, todos los nombres que por siempre estarán grabados en la historia grande del “Gotán”.

Demás esta decir que fueron diez y siete almas que se sintieron atrapadas por la magia de la música que nos convoca todos los días y que, generosa, nos regala la eterna ilusión de sentirnos siempre igual, como si no cumpliéramos años e ingenuamente ignorar que aquel ser que otrora robó nuestros sueños, ya no acudirá a la cita.

También hubo un recuerdo particular para cada uno de los amigos que no pudieron estar presentes por razones circunstanciales o de distancia y creo que —secretamente— en todos hubo un lugar para recordar a quienes otras veces nos acompañaron físicamente y hoy el destino ha querido que lo hagan desde el cielo.

Osvaldito Serantes, como //940// cariñosamente lo llamamos sus “cofrades” (perdón Oscar), nos sorprendió una vez más con un valioso e inesperado presente, en cuya elaboración colaboró —pintándolo a mano— su esposa Soledad. En esta oportunidad Osvaldo nos regaló una figura de Carlos Gardel, con su “gacho” reclinado, tallada en madera que además de su valor intrínseco, materializó al duende que rondaba nuestras mesas.

Pero no todo fue igual, hubo un hecho nuevo. Por primera vez y lamentablemente sólo pudo ser escuchado por quienes lo rodeaban, Ángel Yonadi entonó “a capella” los versos de “Falsía”, una canción cuya música pertenece a Edmundo Rivero, con versos de un “autor anónimo”. Y a fe que el estilo de Ángel, su registro de voz y la emoción que trasuntó su decir, le acreditan méritos suficientes para ser incorporado al grupo de cantores que nos acompañan en la Mesa de Café de Todo Tango.

Había pocas ganas de llamarse a retiro, pero el reloj implacable y el cansancio de los mozos invitaban al brindis final. Así fue como juntaron sus copas Osvaldito Serantes, Soledad, Zulema, Ernesto, Benedetti, Guada, Mario Pino, Carmen, Alberto Rasore, Oscar Scoccola (Arolas), Dobalo, Pinsón, Yonadi, Roberto Mancini (Una gloria viviente del "Glostora Tango Club"), Coco Bosco, Ricardo Garcia Blaya y yo, renovando los deseos de felicidad para todos los presentes y aquellos amigos que no pudieron esta vez acompañarnos.

Para terminar, vale repetir una frase vertida por uno de los asistentes: «Creo, que fue la cena más amistosa de todas a las que concurrí».