Por
Norberto Chab

De la Cruz - Ernesto de la Cruz, desde Pacho hasta Piazzolla

l tango no solamente lo ha cimentado la pléyade de nombres que han trascendido masivamente. Desde sus primeros tiempos tuvo sus «obreros», anónimos trabajadores que han dejado una huella indiscutible. Por eso, hablar de Ernesto de la Cruz no significa referirse solamente al autor de “El ciruja”. Que haya sido reconocido por haber compuesto ese tango, no invalida el que, a la vez, haya dejado una obra perdurable, no sólo en composiciones, sino en actuaciones en teatros y radios del país de ayer. Por eso, este bandoneonista nacido en Concordia, Entre Ríos, el 8 de setiembre de 1898, es mucho más que un autor.

«Cuando falleció mi padre, en 1908, mi madre nos trajo a toda la familia a Buenos Aires. Es por eso que todo lo que hice lo hice en la Capital. Nunca más volví a Concordia. Ni nunca me llamaron. Yo trabajaba en un taller, y no sabía cuál era el movimiento musical que existía. Por eso, pienso que me acerqué al tango de casualidad. En cierta ocasión, concurrí con otro muchacho amigo a un baile de patio. Había allí un hombre muy tomador que tocaba el bandoneón. Instrumento que yo desconocía por completo. Tres días después, mi compañero me dijo: «¿Te acordás de aquel curda? Vende el bandoneón.» Y yo, que lo había observado y me sorprendí porque no entendía cómo hacía para tocar tantas teclas, le pregunté cuánto costaba. «Seis pesos.» Lo compré. Y así aprendí, con un bandoneón de segunda mano y tocando de oído. Lo llevé a afinar a la casa Mariani y me dispuse a estudiar con un yesero del barrio de Chacarita, Ángel Fabrizio. Sería a fines de 1916.

«Y de casualidad comencé a tocar con mi orquesta, también. Yo nunca había salido de Villa Crespo, mi barrio, y cierto día vi un aviso que solicitaba una orquesta para trabajar en la cervecería alemana del balneario municipal. Era 1923, y ni sé cómo formé esa orquesta. Pero la cuestión fue que allí comencé. Tan mal no me fue, porque en 1924 debuté en el Café El Nacional, después de haberse ido Pacho. Trabajando allí, me di cuenta de que necesitaba perfeccionarme. Por eso estudié con Minotto Di Cicco, y además armonía con el maestro Gilardo Gilardi. El conjunto lo integraban, en un primer momento, Antonino Cipolla en piano, Teodoro Maidana y Balerio en violines, Carlos Mores en batería, Corleto en contrabajo, Luis Yankelevich en saxofón y yo en bandoneón. Después hubo cambios. En 1925, cuando Di Sarli recién llegó de Bahía Blanca, estuvo toda la temporada conmigo. Y en 1926 nació “El ciruja”.

«Gilardo Gilardi estaba terminando una ópera, “Urutaú”, que estrenó en el Colón. Y como estaba con los libretos sobre el piano, me acerqué a preguntarle qué se hacía primero, la poesía o la música. Entonces me dijo que en todos los casos el poeta debe escribir primero y el músico después. En ese entonces frecuentaba el café el dúo nacional Alfredo Marino-Pablo Gómez. Yo le pedí una letra a Marino, porque sabía que escribía. Por esos días me trajo la letra, una letra en lunfardo, que en ese entonces no se estilaba. Gómez le puso el título: “El ciruja”. Y la cantó el día del estreno. Fue el 12 de agosto de 1926. Sí, fue una casualidad en el sentido de que nadie nunca imaginó el éxito posterior.

«Yo siempre fui muy admirador de Pedro Laurenz. Pero en general, me gustaban todos los de aquel tiempo: Marcucci, Minotto, Maffia.

«Únicamente estuve en la orquesta de De Caro, pero como cambio. Es decir, reemplazando a alguien. Fuera de ello, nunca salí de lo mío. Excepción hecha, claro está, de la radio, donde integré el elenco estable. Si no, siempre mantuve mis conjuntos. Y eso me costó que me retirara de la actividad. Porque formarlos me costaba mis buenos dolores de cabeza. Y yo nunca tuve carácter para mandar. Por eso mismo, después de doce años de radio Belgrano, le dije a don Jaime Yankelevich que me iba. Pasaba a Radio El Mundo porque prefería ser un simple peón, antes de tener mi orquesta.

«Nunca pude grabar. No me dieron la oportunidad. Me prometían, pero nada. Solamente hacia 1936, en Odeon, grabé un vals y una ranchera con un trío. Nada más.

«En la radio empecé en LOY, en la calle Boyacá, cuyo dueño era Manuel Penella, aproximadamente en 1924. Cuando la compró don Jaime Yankelevich, pasó a ser Radio Nacional al principio, y finalmente Radio Belgrano. Cuando se hizo el traslado de Boyacá a la calle Estados Unidos, me vine en el camión de la mudanza. Hasta 1937 fui artista de Belgrano. Pero por los motivos ya expuestos, decidí ir a Radio El Mundo, que me garantizaba la orquesta estable. En esta emisora, merced a la audición Estampas Porteñas, realizamos una gira por todas las provincias. Además, estando como intérpretes Carlos Acuña y Alba Savino, protagonizamos un hecho único en la historia. Durante una temporada, previo a las trasmisiones del fútbol que emitía la Cadena Azul y Blanca de El Mundo, desde cada cancha que se transmitía se armaba una tarima. Y previamente a cada partido, actuaba nuestra orquesta allí. Fuimos los únicos que hicimos tal cosa. Entonces en radio, mientras se esperaba la hora del partido, salíamos en directo desde todas las canchas. En 1961 me jubilé y dejé la radio. Anteriormente había trabajado en el cabaret Odeón, en la orquesta de Juan Migliore. En los últimos tiempos, en la estable, había tenido oportunidad de conocer a grandes músicos. Como Julio Ahumada, por ejemplo.

«Yo pienso que hice cosas mejores, pero el público ha determinado que sea “El ciruja” mi obra más importante. Es que era el momento, y el café, que estaba bien ubicado. Por eso adquirió tanta trascendencia. A mí me parece que hubo otras de igual importancia. Por ejemplo, “Luna pampa”, una obra folklórica que Héctor Artola me hizo el honor de tocarla en el teatro Colón, con una orquesta de concierto. Otra canción que escribí y que entiendo que tiene sus valores es “Zíngaros”, que, como su título lo indica, tiene carácter gitano. Y otra pieza que he escrito «en serio» es “Creciente”, una canción entrerriana que lleva letra de Juan Reyes. Con unos dos mil títulos que tengo, quedarme con alguno es difícil. Pero creo que con estos títulos solamente basta.

«Los bandoneonistas de hoy tienen una gran velocidad, una técnica muy distinta. Y es justamente debido a esa técnica que a veces se desfigura demasiado el tango. Un hombre que ha renovado el género, un verdadero creador del instrumento, es Astor Piazzolla. Soy un admirador de él. Lo critican, pero sabe de música más que cualquiera. Además, él no dice que hace tango. El hace música de Buenos Aires. Creó un estilo. Y todos, en la actualidad, van hacia ese estilo.

«Otro de que me gusta es Ernesto Baffa. Hay muchos buenos valores. Solamente tienen un grave problema, y es que no pueden tener personalidad. Pasa porque las orquestas no tienen la misma continuidad que en otras épocas. Antes los conjuntos se iban afiatando en los cabarets, en los cines. Porque se presentaban todos los días. Ahora, las dos únicas orquestas que se presentan con cierta continuidad son las de José Basso y la de Osvaldo Pugliese. Y ésta sí que es el tango puro, sin haberle sacado su esencia. Pugliese es distinto a todos: sin menoscabar a otras figuras de nuestro tiempo, creo que es la bomba del tango de hoy.»

Ernesto de la Cruz falleció el 14 de noviembre de 1985.