Por
Néstor Pinsón

Herreros - Los recuerdos de Cristóbal Herreros

ació en Barcelona, España, el 14 de septiembre de 1909 y falleció en la provincia de Buenos Aires el 18 de diciembre de 2002.

A los cinco años de edad, Cristóbal Herreros ya estaba radicado en la Argentina, primero en la ciudad de Baradero, luego en Campana donde inicia sus estudios musicales, teóricos y prácticos, porque comienza a internarse en los trebejos del bandoneón.

Apenas adolescente integra una orquesta compuesta por músicos de origen alemán, en cuyo repertorio se incluyen dos tangos: “Derecho viejo” y “Nueve de julio”. Más tarde llega a Buenos Aires con el conjunto de Juan Elhert, junto a Héctor Stamponi, Enrique Francini y Armando Pontier. Debutan en las entonces exitosas Matinées de Juan Manuel, por Radio Prieto.

Luego integra la orquesta de Roberto Firpo junto a los bandoneonistas Juan Carlos Caviello, Juan Cambareri, Ángel Genta y los violines de Orlando Perri, Roberto Rotta, Isidro López y A. Gerino. También formó un conjunto con Caviello, el violinista Natalio Finkelstein y el pianista Héctor Lacarrúa; el cantor era Ignacio Díaz. Finalmente nace su sexteto con Mario Caldara, Armando Scottieri, Roberto Pérez Prechi, Roberto Pansera, Héctor Lacarrúa y la voz de Alberto Morán.

La entrevista fue realizada en 1990 en el domicilio definitivo del músico, en la ciudad de General Las Heras, provincia de Buenos Aires. De ella se desprende que el hito fundamental de su carrera artística fue haber contado con Alberto Morán, porque resultó infructuoso sacarlo de los recuerdos sobre el cantor para conducirlo a otros episodios de su vida, siempre volvió a Morán. Como la charla se extendió entre avances y retrocesos por algunos quedos en la continuidad de sus palabras —sin que por ello se alterara la precisión de los hechos recordados— se dejó de insistir. Su relato surgió entonces espontáneo y así se reproduce.

«Debuté con mi sexteto en el café El Nacional en el año 1940 y el que se subía a su palco se consagraba para toda la vida. Hacé de cuenta que todas las radios y toda la televisión lo presentaban. Yo me alternaba con la orquesta de Alejandro Scarpino. Allí debutó Osmar Maderna. La música no paraba nunca, desde las doce del mediodía hasta las dos de la mañana. Los patrones eran tangueros cien por ciento, y si la máquina registradora andaba, uno no se movía más del café. Si no era así, el cantor o la orquesta no duraban dos días. Tuve la satisfacción de estar como quince años, llevaba mucha gente y fue una locura cuando lo tuve de cantor a Alberto Morán. Fue figura preponderante, la gente lo adoraba y él se consagró allí conmigo. Los tangos que después grabó con Pugliese, como “San José de Flores” o “El abrojito”, ya los hacía conmigo en el café. En el repertorio también cantaba dos temas míos: “Tango soy”, que tiene letra de Horacio Sanguinetti, y “Ramayón”, con la letra que me obsequió Manzi. Morán enseguida agarraba las cosas, era un muchacho muy estudioso y tenía un repertorio inmenso.»

«Yo estaba con Roberto Firpo cuando me fui a vivir a la zona del Parque Chacabuco —Somellera y Centenera—, él vivía cerca y no recuerdo quien me lo trajo. Lo probé, vi que era una promesa y sin dudar lo llevé para el café. A muchos cantores les gusta decir que pararon el tránsito en la avenida Corrientes, habrá ocurrido, yo no lo vi, pero con Morán ocurrió varias veces. Una vez la policía me quiso llevar preso. «¿Pero por qué me quieren llevar?» «Vaya afuera y vea lo que pasa», me contestó el oficial. Yo no tenía la culpa. Fue una atracción terrible. Escuché decir que estuvo conmigo seis meses y no es así. Por lo menos tres años o un poco más. Y estoy tan seguro porque hicimos tres bailes de carnaval. Dos años seguidos en Villa Soldati y otro en Villa Urquiza. En Soldati nos dieron pergaminos como recuerdo, aun los conservo».

«Fue una época de mucho trabajo, tanto que tenía dos representantes, uno Roberto Giménez y el otro el padre de Caldarita, que trabajaba en Obras Sanitarias. Mi éxito por entonces fue por Morán y el mismo Pugliese le debe mucho, porque hasta aquel momento no era tanto. Yo no discuto que la orquesta estaba bien, pero parte de su repercusión se la debe a Morán, el flaco fue una «eminencia» y Pugliese fue el trampolín para Morán, porque necesitaba un cantor que respaldara a Roberto Chanel y así fue como me sacaron a Morán. Porque la verdad, me lo afanaron».

«El hecho ocurrió así: Pugliese había concurrido con su testaferro que era Arturo Gallucci, el autor de tantos tangos, quien se acercó y me dijo: «Che, mirá que está Osvaldo y te va a sacar al cantor». «Bueno —le contesté— si él se quiere ir que se vaya». Luego lo llamaron a la mesa donde también estaba Riverito, el locutor de la lotería y él no me dejará mentir: «Te vamos a llevar con nosotros, con la orquesta de Pugliese, tenemos que debutar en radio». Entonces el flaco va y contesta: «No, si el maestro Herreros dice que vaya, voy, pero si él no quiere que yo me mueva, no. Depende de él». Morán fue muy derecho conmigo. En el repertorio hacíamos “Maleza”, “Por qué”, “Mentira”, “Hoy al recordarla”, “Por qué no has venido”, “Yuyo verde”, que lo estrenó en mi conjunto...»

«Nosotros hemos vivido mucho el ambiente del tango y somos tangueros cien por ciento, si al tango no se lo mama el tango es pólvora y nosotros estábamos debajo de los fogonazos. En los cabarets se armaban grescas terribles, volaban los sifones que reventaban contra la pared, las mesas parecían platos voladores. Teníamos quienes nos defendían, el boxeador Ubaldo Sacco, el padre, el que peleó con Lausse, también boxeaba el cantor Rodolfo Díaz, que luego lo incorporé. ¡Cómo pegaban! Sacco nos defendía mucho. Todos los días había pelea y quedaba el tendal, luego se los llevaba la ambulancia. Nosotros ayudábamos a sacarlos y luego acompañábamos a las mujeres a sus casas».



«¡Pobrecitas!, cuántos sacrificios hacían las mujeres del cabaret. Eran buenas, yo las defendía siempre. Esas mujeres nos querían porque las defendíamos y las respetábamos. Aquel cabaret bravo era el Moulin Rouge que estaba al comienzo de la avenida Corrientes, en la bajada, subiendo a mano izquierda, enfrente estaba el Ocean, el dueño era Eduardo Calvo, el autor del tango “Arrabalero”, que tiene música de Fresedo, hay varios con ese título. Las mujeres en agradecimiento de pronto se aparecían con algún regalo para mis hijos, alguna ropa, zapatitos, todos muy compañeros, todos trabajadores, con los mozos, los otros músicos... El que iba a embromar no era querido por los dueños, como dijo el Payo Solá: “El que toca nunca baila”».

«Con Morán no hice radio, tampoco grabé. Después sí, estuve en Radio Mitre. En lugar de grabar tangos con Morán me hicieron grabar folclore para el sello Odeon, era laburo y no lo iba a despreciar. Una vez en radio El Mundo se hizo El tango contra el folklore, al tango lo representaba Juan Sánchez Gorio que estaba frente a mí y yo era el folklore. Me miraba y soltaba la carcajada. «Che Cristóbal, ¿qué está pasando?»

«Como músicos tuve a Pérez Prechi, también a Roberto Pansera que empezó conmigo siendo menor de edad, el padre lo tuvo que autorizar para actuar en el cabaret y en el café, también a José Libertella, que era un poco mayor. Todos muy buenos músicos, nada de parrilla, siempre todo escrito. El que era parrillero iba muerto. Había que ejecutar lo escrito, como deben ser los profesionales, nada de orejeros o rascas. Ahora, hay que reconocer que había músicos con gran virtuosismo, como el viejo Firpo, que era una persona que en verdad no conocía mucha música. Y había un orejero famoso, digno de respeto: Anselmo Aieta. Tenía un oído especial. Recuerdo que al café le traían una pieza nueva y se la hacía ejecutar despacito en el piano. Al rato marcaba con el pie y se largaba a hacerla. Tocaba cualquier cosa de oído, ¡Pero qué oído! No creo que en el país haya existido otro bandoneonista con esa peculiaridad. Y gran compositor, un excelente melodista, como también lo fue mi amigo José Dames. Otro grande del bandoneón es Gabriel Clausi, él solo es una orquesta y también Piazzolla al que he defendido toda la vida porque es un gran músico. También Pansera que es una bestia ejecutando y Libertella y Máximo Mori».

«Con respecto a “Ramayón”, el tema que Manzi escribió en 1940 y al que le puse la música, es la historia de un malevo que murió —según me contó Homero— en la puerta de una milonga. El tipo iba a entrar y alguien le pegó un balazo. Por eso en la letra está eso de: «Se pinta en tu pañuelo la rosa de la muerte y el tango del destino te marca tu final». Mi sexteto acompañaba a Nelly Omar y, en una gira por Córdoba, las presentaciones estaban a cargo de Manzi. Al terminar, Nelly le dice a Homero: «Este muchacho trabaja mucho y lo tenés que ayudar con algo». Y Manzi le contesta: «Mirá, de la única forma que lo puedo ayudar es dándole una letra». Metió la mano en el bolsillo del saco y me dijo: «Mirá, ya que me lo pide Nelly le voy a dar la mejor letra que he escrito hasta hoy».

«Tengo muchos años encima, pero creo tener piolín para rato. Aquí en Las Heras estoy muy bien y soy el autor del himno a la ciudad. Un señor Robles, cuyo nombre actualmente lleva la biblioteca municipal, me dio la letra y logré una pieza musical de calidad».

«Esta entrevista me vino bien, me tuve que emplear a fondo, el bocho todavía me funciona bien».