Por
Ricardo García Blaya

Miranda - Charlando con Nina Miranda, en su casa

a llamé por teléfono con el temor que no me diera boliya. Algún amigo me había advertido que no daba reportajes, que no quería hablar de su trayectoria. Pero ocurrió todo lo contrario. Me presenté, le hablé de la admiración que sentiamos por ella, de lo importante que sería tener su testimonio en Todo Tango y enseguida aceptó y me invitó a su casa en Floresta Norte. Allí fuimos, con mi amigo Pinsón, provisto de un grabador y con cien preguntas para hacerle.

Hablar con Nina, a mi criterio la mejor cancionista que nos dio el Uruguay, fue un verdadero privilegio. Esta dama, que en los años 50, cautivó con su canto las dos riberas del Río de la Plata.

Dueña de una impostación natural, una voz cristalina, un fraseo suave y expresivo, no tuvo la suerte de tener un acompañamiento acorde a su calidad. No obstante, sus grabaciones tienen el encanto de su fina sensibilidad, de su afinación perfecta, de una personalidad promisoria. Fresca, espontánea, morocha de ojos llamativamente azules, contaba con aquello que nace de la cuna, que no se aprende en ninguna academia, que se tiene o no se tiene.

Lamentablemente, por amor a su marido y a su pedido, dejó tempranamente su carrera y así se frustró la que podría haber sido, la gran estrella del tango de la segunda parte del siglo XX.

«A mi siempre me gustó cantar. Escuchen esta anécdota: mi mamá era muy católica, devota del Sagrado Corazón de Jesús e iba siempre a misa. Un día me llevó a la iglesia, tenía apenas tres años y yo de pronto me pongo a cantar “Pato, te peinás a la gomina....”, hasta que me taparon la boca. Claro, en mi casa se escuchaba mucho la radio y el tango estaba siempre presente y se ve que me pegó esa letra.

«A mamá le gustaban Irusta e Ignacio Corsini, además de Gardel y Mercedes Simone. También la música española e Imperio Argentina.

«Mis padres se mudaban seguido, pero mi adolescencia la pasé en la misma casa en el barrio Cerrito de la Victoria, en la calle Bruno Méndez 3463. Una vez estaba cantando mientras regaba en el jardín. En eso pasa el padre de una compañera de colegio que era actor de radioteatro y me dice: “¿Así que eras vos la que canta? Lo hacés bien. Tenés que presentarte en algún concurso”. Le contesté que era muy chica.

«Bastante tiempo después se repitió la escena. Miren que memoria, me acuerdo que estaba cantando el vals “A una mujer” (aquí Nina canturrea unos versos). Y apareció el mismo señor y esta vez acepté. Me presenté y gané un concurso que organizaban los Hermanos Dante en la radio. Los días de actuación papá me despertaba temprano y luego me acompañaba. ¡Ah! Ya era Nina Miranda.

«Resulta que a los 13 años fui con mamá al cine a ver Puerta Cerrada, película donde actuaban Libertad Lamarque y Agustín Irusta. Ella hacía el personaje de una cancionista y se llamaba Nina Miranda. A la salida le dije a mi madre, con total seguridad: “El día que yo sea artista, me voy a llamar así”.

«Más tarde, en 1942, gané otro concurso en CX 36 Radio Centenario. El premio era un contrato de tres meses. Alguien me escuchó y me llegó una apropuesta para cantar en una orquesta de señoritas que actuaba en todos lados. Se llamaba Las Golondrinas y la dirigía Teresita Añón. Teniamos un repertorio popular, con tangos, milongas y valsecitos. De inmediato hicimos una gira por el sur de Brasil, hasta Porto Alegre. Con el tiempo, otra a San Pablo, donde estuvimos seis meses en la boite Okey, que aún existe. En Montevideo nos presentábamos en el Café Palace, que estaba abajo del Palacio Salvo, donde siempre actuaban orquestas de señoritas.

«Después pasé por varias formaciones. Estuve con Francisco Reinares, Emilio Pellejero, Roberto Lurati, pero sin llegar al disco. Mis primeras grabaciones fueron con Juan Cao. Allí hice dúos con Alberto Bianchi, bastante mayor que yo, quien me ayudó mucho. Me fui haciendo conocer y, en 1948, hice una temporada en el show del Hotel Rambla, con la orquesta de Pellejero, compartiendo la cartelera con Eduardo Adrián, una encantadora persona.



«¿Cómo llegué a la orquesta de Donato Racciatti? Era 1952 y yo andaba con bronca por la muerte de mi mamá y tenía ganas de irme. Me enteré que mi colega uruguayo Roberto Famá se iba de gira a Brasil. Entonces junté unos recortes publicados sobre mí, con la pretensión que pudiera conseguirme algo en ese país. Como sabía que estaba grabando en Sondor, lo fui a buscar. Mientras esperaba sale de un estudio el director Juan Esteban Martínez, (Pirincho). Se sorprendió al verme y me dijo: “Mirá Negra, llegás justo, aquí hay una mina que me la pusieron y no da pie con bola... ¿Te animás a cantar “Maula”?” Le contesté que nunca lo había hecho. “¡Qué importa. Si vos tenés un oido bárbaro! Te aprendés la música y cantás con la letra adelante”. El asunto fue que en 40 minutos lo grabé.

«Fue un éxito notable. No hubo radio donde no se pasara todos los días, varias veces. A raíz de la repercusión del disco, me llama Racciatti para intervenir en el sainete Tu Cuna fue un Conventillo, en el Teatro 18 de Julio. Era para un mes y estuvimos seis. Tuve un éxito arrollador. Allí canté “Maula” y estrené “Tu corazón” y tuve mucho éxito con “De tardecita”, que a mí no me convencía. El repertorio lo elegía Racciatti.

«Con “Mano a mano” nació la ocurrencia de hacer un agregado a la letra, para que la mujer le conteste al hombre. De eso se encargó Humberto Correa, el autor de “Mi vieja viola”. La grabación la hice con el cantor Roberto Líster, pero en el sello se equivocaron y en la etiqueta del disco figuran Carlos Roldán y Olga Delgrossi. Con Olguita somos muy amigas y me confesó que se cansó de repetir que no era ella que cantaba.

«En Montevideo grabé con Carlitos Roldán un tema dedicado al fútbol: “Los dos grandes”, que estaba referido al Club Nacional, mi equipo, y a Peñarol. También doblé para el cine una película uruguaya en la que no actué, pero en el reparto decía: “La voz en las canciones: Nina Miranda”. En la Argentina grabé el tango “La tigra”, pero en la película del mismo nombre, la que dobla la voz de la actriz Diana Maggi es María Esther Casas.

«En el año 1955 me vine a Buenos Aires para ampliar mi horizonte artístico. En aquel entonces el periodista Augusto Bonardo, que estaba exiliado en Montevideo, era el director de Radio El Espectador y me dio contactos para mi viaje.

«Llegué en el mes de agosto, entrando por San Pablo, ya que el gobierno argentino había cerrado la frontera con Uruguay. Me contrató Radio Belgrano y el sello Odeon. Lo primero que hice fue grabar 14 temas con la orquesta dirigida por Graciano Gómez. En la radio, durante tres meses, me presenté los lunes y los miércoles con la orquesta de Lucio Demare. Al poco tiempo cayó Perón, se abrió la frontera y comencé a ir y venir en hidroavión para presentarme en Radio El Espectador con el sexteto de Oldimar Cáceres.



«De Graciano Gómez me separé después de una gira por el norte de Argentina, con la cual llegamos hasta Salta, por un problema de cartel. Más adelante hice otra gira, pero con la orquesta conducida por Héctor Norton.

«Luego continué, hasta 1958, con mi propia formación dirigida por Fernando Córdoba, con quien hice mis últimas grabaciones. Ya había decidido retirarme. En realidad lo decidió mi esposo, con quien me casé el 11 de octubre de 1957, él no quiso que continuara: “¿Para qué? Si no te va a faltar nada.” Yo estaba muy enamorada.

«Escribí una letra, dedicada a mi marido, titulada “No importa lo que digan”. Con ella fui a ver a Néstor D'Alessandro quien tenía, a su vez, un tango instrumental sin estrenar con el título “No hagas caso de la gente”. La letra fue compatible con la música y quedó el título propuesto por D'Alessandro. También compuse el tango “Canción para mi amor”, llevado al pentagrama por un músico de la Editorial Korn, con letra de Abel Aznar, que también grabó la estrella colombiana Mirta Pérez.

«Ando bien, hace más de cuarenta años que no canto.» Pero nos confiesa que está vocalizando con Héctor De Rosas, el motivo: hay un proyecto, en Uruguay, de grabar junto a Olga Delgrossi y Oscar Nelson. «Si me veo bien voy a aceptar.»

«De las cancionistas me gustaban Mercedes Simone y Libertad Lamarque. Nunca me gustó Azucena Maizani.

«En 1999 se hizo un homenaje a Racciatti en Uruguay y cuando me nombraron el público se puso de pie y comenzó a pedir que cantara. Fue en el Teatro del SODRE. Yo estaba con mi marido quien me dijo “Parate y decí algo”. Lo hice, y me disculpé, pero la insistencia del público y de Donato me obligaron a subir al escenario. Dije que iba a cantar un fragmento de “Maula”, pero lo canté entero y me salió bárbaro. Me emocioné mucho. Allí realmente tomé conciencia de lo que había llegado a ser para la gente.

«¿Les dije que nunca estudié, que nunca vocalicé? Nada de nada, todo natural».