Por
Néstor Pinsón

Moreno - Los recuerdos del poeta Eduardo Moreno

l 27 de febrero de 1993 lo visité en su departamento, grabador en mano. En varias oportunidades me había escrito para elogiar las bondades de mi programa radial Siempre el tango. Incluso, como acostumbraba con otras personas de su simpatía, una vez me envió un soneto copiado en una imitación de pergamino. Fui muy bien recibido, aunque después del saludo me advirtió: «Por favor no me pregunte sobre la autoría del tango “Recuerdo”...» Nada respondí y me habló un rato de sus problemas de salud.

«Soy de Palermo, viví de pibe en Santa Fe al 4900. No tenía más de 11 años cuando me tomé la costumbre de saltar la pared de mi casa que daba a la calle y cruzarme al Café Agua Sucia, que estaba enfrente. En realidad no tenía nombre, pero lo llamaban así porque para llegar había que transitar un trecho entre Santa Fe y Cañitas (hoy Avenida Luís María Campos) que era un extenso barrizal.

«Estaba muy bien instalado y por aquel tiempo se presentaba el cuarteto de Juan Pedro Castillo que recién comenzaba. Yo me quedaba mirando y me llamaba la atención que se anotara en una pizarrita el título del tema a ejecutar. Recuerdo al mismo Castillo escribiendo con tiza “Déjeme que la acompañe”, H. Canaro, “Pura uva”...

«Ya de pantalones largos frecuenté el Café La Paloma que estaba en Santa Fe y el arroyo Maldonado, por entonces había una callecita llamada Almeira, en recuerdo del médico Hilario Almeira de destacada actuación en la guerra del Paraguay. Por allí desfilaron los conjuntos de Bardi, de Vicente Greco y, por poco tiempo, Roberto Firpo... también Juan Maglio, claro.

«A los dieciséis años me inicié en el diario Última Hora, ya era periodista. Me designaron junto al dramaturgo Julio Escobar, por entonces en su esplendor, pues se representaban al mismo tiempo cuatro obras suyas. Comencé con la crítica teatral e iba a los estrenos. Como Escobar estaba absorbido por su labor de autor era yo quien escribía los comentarios. En realidad él no era el titular de la página teatral, sino que suplía al jefe natural Samuel Linnig, por entonces enfermo.

«Su muerte se produjo cuando en el Teatro Nacional se representaba su obra Puente Alsina, con Santiago Arrieta, Olinda Bozán y Manolita Poli, quien cantaba “Campana de plata”, con letra de Samuel Linnig y música de Carlos Vicente Geroni Flores, no pudo ver ninguna función.

«La obra que había lanzado a Escobar fue La víbora de la querusa... ¡Vea que título! Se fue del diario y yo lo seguí. Recalamos en Crítica.» Aquí Moreno hizo un largo paréntesis, cerró los ojos y comenzó a recitar un fragmento de “Tu cuna fue un conventillo”, cuando volvió me hizo un gesto cómplice arqueando las cejas y sin más continuó.

«Alberto Vaccarezza siempre le daba preponderancia al tango. Recuerdo que lo acompañé al estreno de Juancito de la Ribera, donde Enrique Muiño comienza con un prólogo donde el autor le responde a sus críticos, quienes se referían a él con frases como: «El señor Vaccarezza repite lo del sainete anterior». Tampoco le aceptaban su uso del lunfardo y sus ambientes tangueros.

«¿Carlos de la Púa? Mire, el Malevo fue un sublime amigo, estábamos hermanados. Conocí muy temprano sus versos, el capo de la reventa de Crítica, «El Diente» Drughera fue el que puso el dinero para la edición. Hubo un infundio por entonces, que los versos eran escritos por presidiarios que luego se lo enviaban, porque ellos conocían mucho mejor el argot. Una verdadera pavada. Al lado mío en un café lo vi escribir varios de sus poemas, como “Los bueyes [b]”, recuerdo. Ahora, sólo para escribir se expresaba así, él era un señorito. Un periodista culto, había que leer sus notas sobre política... un hombre derecho en todo, humilde.

«Me acerqué al tango en 1924. Por amistad, el violinista Emilio Marchiano puso música a una letra mía, “La sombra de Milonguita”.

«Yo paraba en un café de Canning y Gorriti, donde solían aparecer Vardaro, Cayetano Puglisi y algún otro por entonces de la orquesta de Firpo. Trabé buena amistad con Vicente Salvador Pugliese, hermano mayor de Osvaldo, que llamaban Fito, era violinista y andaba separado de la familia porque siempre tenía dificultades con el padre, cuestiones de familia que no me interesa comentar.

«Aquel tango lo grabó Francisco Canaro. Luego vino la letra de “Recuerdo”... La primera en grabarlo fue Rosita Montemar y entre los hombres Roberto Díaz. A mí las versiones que más me gustan son las dos de Julio De Caro (1926 y 1952).»

—Don Eduardo, hábleme de algunos personajes que haya conocido, los primeros que recuerde.

«Sí... Yo era muy amigo del boletero del Teatro Porteño, una noche tomábamos algo y apareció una chica de no más de 22 años, me la presentó como una cancionista que venía desde Chile. Por entonces preparaban su conjunto Vardaro-Pugliese y probaban cancionistas en la propia casa de Pugliese en la calle Rivera, después de explicarle me atreví a darle la dirección. La eligieron a ella.

«Era Malena de Toledo. Este era el apellido de su primer marido y era chilena. Ni argentina, ni uruguaya. Yo fui secretario de aquel conjunto y tuve sus documentos en la mano.

«Tuve amistad con todos los músicos y poetas de mi época, pero fue especial mi relación con Anselmo Aieta, Firpo y Enrique Delfino. Cuando Delfi murió y ya bajaban el ataúd en la bóveda, detuve el cortejo. Nadie había dicho unas palabras en su memoria. Lo hice yo. SADAIC no envió a nadie.

«Otra... no sé por qué me vino a la memoria: ¿Usted sabe que a Agustín Bardi no le gustaban los tangos con letra? Delante mío se lo confesó un día a Alfredo Bevilacqua. Lo respeté, pero no estuve ni estoy de acuerdo. Varios de sus tangos se difundieron mucho justamente por sus letras: “La última cita”, “Nunca tuvo novio”, “Madre hay una sola”.

«¡Ah, mire! Aquí hay una linda historia. Fui buen amigo de Héctor Blomberg. Él era corresponsal en París del diario La Razón y se había llevado con él a su secretaria, que era muy preparada, egresada de Filosofía y Letras. Había sido secretaria de Linnig en Última Hora. Era una apasionada difusora del tango y el destino quiso que la muchacha se enfermara y allí falleciera. Este desdichado suceso inspiró a Blomberg para escribir “La que murió en París”. Se llamaba Alicia Elsa French.

«Una pasada por mi adolescencia, mire, yo ya frecuentaba los lugares de baile alrededor de Plaza Italia y una noche a una cuadra de Santa Fe había un local llamado Palermo, allí vi entrar a José Ingenieros y también a un hombre de letras, Alberto Ghiraldo, iban a bailar el tango. Ellos como otros en aquel tiempo vivían el tango. El tango no era plebeyo, no era solamente del barrio o del conventillo. Eso es algo para destacar.

«¿Le hablo de Carlos Gardel?... Mi tango “Barra de oro” lo pudo haber grabado Gardel. Le interesó mucho junto con otros que le mostré, pero fue cuando estaba a punto de emprender su último viaje. Fui con mis letras a una oficina que tenía en Diagonal Norte y Suipacha y que manejaba un español llamado Ruiz Catalán, director de una rondalla años atrás. Allí quedaron mis papeles esperando su regreso.

«Con respecto a sus condiciones, fue único. No da lugar a ninguna discusión. Si tengo que nombrar a otro, como cantor, como persona, como hombre de éxito y de gran corazón: Ignacio Corsini.

«Respeté mucho a Eduardo Pereyra. El Chón era un inspirado. Tenía catorce años cuando compuso “El africano” a pedido del dueño del café del mismo nombre, en la ciudad de Rosario. Fue el más exitoso pianista que he conocido, un ejecutante delicado, diferente a todos los de su tiempo. Un gran artista pero también un gran bohemio que gustaba mucho de los viajes.

«Compuso numerosos tangos que firmaron otros. Hubo apellidos que se hicieron populares con su música. Con muchos compositores sucedió lo mismo. Habría que escribir un libro, Grandezas y miserias del tango, allí se sabría de todos los impostores y de todos los mecanismos que rodearon al tango en forma falaz, sin ningún honor. Gente que no tenía acceso al éxito pero que tenía olfato para comprar temas ajenos. Eduardo Pereyra, estaba un poco dejado en la vida, no tenía ambiciones, se conformaba con los pesos que recibía por su música entregada y pronto se olvidaba.

«¡Apague el grabador!» Me pidió tras un largo suspiro... «Le nombro un caso, uno de los Lipesker varias veces me dio cinco pesos para que se los llevara a Pereyra, de vuelta le traía unas partituras, la suma de ellas se transformaron en los mejores tangos firmados por Hugo Gutiérrez: “Torrente”, “Fruta amarga” y varios más.»

—Usted estuvo muchos años en SADAIC, cuénteme algo de Canaro.

«Ha sido un personaje especial para recibir calumnias. Desde que empezó lo calumniaron. Canaro mantuvo el alma del tango durante cincuenta años, siempre se le tuvo envidia.

«¿Cómo nació la letra de “Recuerdo”?... La melodía me la hizo escuchar Pugliese, no recuerdo si en su casa o en el Café ABC y me la llevé en la cabeza. Por la noche caí en el lugar donde solía encontrarme con amigos, Blomberg, Enrique González Tuñón, un pintor que ahora no me acuerdo el nombre, esa noche también estaba Tesorieri, el arquero de Boca. Y de pronto me puse a escribir y la letra salió de un tirón. Nombro un café concert porque ese lugar lo era, nombro a Mimí, porque una Mimí estaba allí, era una chica francesa que alternaba con los hombres.

«Era el café de la «Negra Carolina», en La Boca. La negra era una antillana gorda, medio deforme, muy sabia ella, con mucho mundo recorrido. Siempre hablaba de los bares que tuvo en diferentes ciudades. Parece que se vino a la Argentina, corrida por algunos problemas. La acompañamos hasta el año 27 que cayó enferma. Blomberg se encargó de internarla en el Hospital Argerich, allí murió sola. Su nombre real era Carolina Maud.

«En la absurda época de la censura me llamaron por “Recuerdo” y por “Barra de oro”. Me decían que barra era lunfardo, lo pude convencer al empleado, pero al final me dijo: «Está bien, pero ponga otra cosa porque barra suena a lunfardo». De “Recuerdo” cuestionaban la parte que dice: «En las suaves noches del ambiente del placer» y también «café concert», debía ser «El café del ayer». Como me puse a discutir me dijeron que hablara con el jefe. Era una sala grande con dos mesas grandes, de un lado unas veinte mujeres y del otro unos veinte hombres, todos trabajando sobre letras para modificarlas. Cuando el jefe apareció lo reconocí enseguida. Lo había visto varias veces en un café de Villa Urquiza, cantaba con una guitarra y luego pasaba el platito. Un «tiramanga de boliche» convertido en jefe de la censura. Tenía un hermano que cantaba boleros. Eran los hermanos Vicente y Emilio Crisera.

«Celedonio Flores tuvo muchos problemas. Hablé con Canaro y enseguida le destinó 500 pesos mensuales de préstamo hasta que pasara la situación. Todas sus letras eran lunfardas y no le entraba dinero para vivir.»

Después de esta reunión, Eduardo Moreno me escribió varias veces. Y un día me llamó por teléfono. Quería que asistiera a un sencillo acto en su homenaje, se colocaría una placa de bronce con su nombre en una esquina de la avenida Corrientes. Prometí concurrir, pero algo aconteció ese día, una huelga, un paro general o algo así. Se suspendió para otra ocasión. Desconozco si finalmente se realizó, pero poco tiempo después falleció. Tuvo la amabilidad, antes de conocerme personalmente, de mencionar mi nombre, entre otros tantos, en un apartado de su último libro: De la bohemia porteña.

Sus títulos registrados superan los 120, aunque muchos nunca llegaron al disco. Se destacan: los valses “Dulce amanecer”, con Adolfo Pérez Pocholo; “Madre inolvidable” y “Sonoro cascabel” con Juan Canaro; “Navidad [b]”, “Marga (Un pensamiento)”, “Noche de Mayo”, con Osvaldo Pugliese; y los tangos: “Y a mí qué me importa”,con Elvino Vardaro; “Fantoches”, con Roberto Zerrillo; “Brindemos esta noche” con Anselmo Aieta; “Canta muchachita”, con Emilio González; “Tu perfume rosa”, con Eduardo Pereyra; “Noche de bohemia”, con Armando Baliotti; “Ausencia”, con Osvaldo Pugliese; “Gigí” y “Viejo sillón”, con Enzo Valentino; “Barra de oro”, “Pálida princesa” con música propia.

A pedido de las editoriales puso letra a tres temas de Eduardo Arolas: “Nariz”, “La cabrera” y “Bien tirao”. Hizo radio como recitador criollo, como charlista y especialmente, como autor de radioteatros. Tuvo su experiencia como actor teatral y llegó, más tarde, a tener su propia compañía. Fundó un periódico, una revista, colaboró en los guiones de varias películas, pero todo, lamentablemente, sin el suceso esperado. Un bohemio empedernido, de larga vida, con un organismo que se fue marchitando como corresponde a su edad, pero con una lucidez envidiable para almacenar recuerdos. Justamente “Recuerdo”, sus versos para un tango que no se olvidará y que en ellos perdurará para siempre.