Por
Oscar Bianchi

Festejo memorable (La cena de fin de año de "La mesa del café")

artes 10 de diciembre, 3 de la matina; Superí y Sucre, que es una esquina más de esta misteriosa Buenos Aires y, circunstancialmente, la coordenada donde un gentil amigo motorizado nos deposita a mi jermu y a mí, y, entre vapores alcohólicos, le escucho decir: "¿Cómo te ves para hacer la crónica de la cena?". Minutos después y ya en casa, me tiro el lance de haber escuchado mal, pero Stella me saca las últimas esperanzas: "Sí, eso te dijo!" y agrega: "Y vos te comprometiste..." (¡Ay!)
Cuatro horas más tarde ni el "Sonrisal" puede con la resaca que me invade y no soy capaz de reunir tres ideas así que decido hacer algunos apuntes, antes de que mis neuronas se terminen de "formatear".//779//

La convocatoria del Coco del Abasto era en "Il Vero Arturito" a las nueve de la cheno y el primer asombro fue que cuando llegamos faltando aún tres minutos, ya estaban la mitad de los gomías...

Para mis adentros empecé a sospechar que el totín me estaba haciendo efectos preliminares, porque en Buenos Aires ningún porteño que se precie, es capaz de llegar con menos de media hora de atraso.
Para mí y mi consorte que no estuvimos en las dos anteriores, la mano venía peliaguda porque nuestro conocimiento previo era puramente cibernético y nadie tuvo la gentileza de ponerse el "nom de guerre" en la solapa, así que no me quedó otro camino que empezar a darle la mano a cuanto ser humano se me cruzara diciendo: "Soy el_boa y esta es mi mujer, ...cho gusto".

//780//Y ahí sí empezó la avalancha de caras, nombres y seudónimos: Coco, con su cara de abuelito al que mejor no dejarlo solo con una mina; José Pedro, cargado de papeles por su minuciosidad organizativa; Ricardo Pareja, con su calidez agradecida como si no fuera él también parroquiano eminente de la Mesa del Café; Verónica y su marido, haciendo gala de su elegancia; Adolfo que por suerte, no aprieta demasiado al dar la mano, so pena de doble fractura; Osvaldo Serantes al que, por lo menos, le conocía la voz telefónica, y otro montón que ya iremos nombrando en el curso de esta reseña.
Antes de las nueve y media estábamos todos sentados y cuando ya las glándulas salivales empezaban a laburar, al Coco le sale el maestro de grado y chapa unos papeles para pasarnos lista. ¡Y éramos más de sesenta!
Mientras los mozos empezaban a repartir empanadas y picadas de queso, jamón crudo, picles, matambre, aceitunas, siguieron cayendo comensales: Bruno Cespi, Oscar Himschoot, Néstor Pinsón, Federico y Ricardo García Blaya, viejos gomías y La Mondonguito, una fortísima petiza que en el transcurso de la comida demostró la habilidad de comer y hablar mucho sin contradecir en ningún momento los preceptos de mi vieja ("Nene: no hablés con la boca llena!").
Estuve tan feliz de que se sentara a mi lado que me esmeré en mantenerle en todo momento la copa llena, aunque para eso tuve que tocar envases de Kaka-Cola (diet)...
Mientras dábamos cuenta de unos "fettucini allo scarparo" y la albahaca empezaba a competir con los Chanel, Opium y otros aromas femeninos, José Pedro cazó el fierrito para recorrer los nombres inscriptos en el "Muro de los Ausentes", a cada uno de los cuales se los vivó a la distancia mientras se aprovechaba la ocasión para brindar por ellos. Mientras tanto en la mesa del centro Jorg Gutman con su cosorte se acomodaba la corbata y fichaba a todos lados.
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Después dejó el instrumento en manos del "capo de tutti capi" que, visiblemente admirado del poder de convocatoria del Coco, aprovechó para trazar una semblanza histórica de la "Todotango.com" y su "Mesa de Café" en particular.
También resaltó la presencia de ese decano de la emoción tanguera que es don Ben "Poroto" Molar, padre del Día del Tango cuyo festejo adelantado nos congregaba, y de dos herederos directos y consecutivos, del autor de "Marioneta", es decir el hijo y el nieto de don Armando Tagini.

//782//Y como las palabras ya no le salían muy claras porque la visión del pollito asado con papas, le hacía agua la boca, le dio la posta a Pinsón, un bravo profesional de la parla que siempre nos deja con la boca abierta aunque no sea en su consultorio odontológico, y que esta vez destacó la presencia de algunos profesionales del área: Roberto Mancini, Abel Palermo, Julio Pane y algún otro que se me escapa, hasta dar por presentado a Alfredito Sáez que ya pulsaba las seis cuerdas y empezaba a darnos muestras de la perfecta afinación de su chiquita y melodiosa voz y de un vasto repertorio del que exhumó, entre varios otros, "Ventarrón", tango que dedicó especialmente a Bruno Cespi.

Mientras tanto, Osvaldito Serantes no pudo dejar de cumplir con su tradición de aportar los "souvenir" y se descolgó con la maqueta de un tranway que en el costado rezaba "El tranvía de los recuerdos", confeccionada con una paciencia de mandarín chino, una prolijidad de maestra de tercer grado y un laburo de negro senegalés sobre todo si se tiene en cuenta que hizo una para cada comensal y le sobraron varias...

De pronto una voz cargada de fasos, vinos y experiencias empezó a decir «¡Soy argentino y qué!».

Era Lito Federico que recordaba algún exilio en el que la ventana abierta de su refugio madrileño, empezó a mostrarle su Buenos Aires, su país, sus amigos, y él, en vez de ponerse a gimotear pergeño esas estrofas con las que logró que, a más de uno de nosotros, se nos apretara el nudo de la corbata que no teníamos.

Otros que fueron destapándose de a poco y animándose a cantar fueron Adolfo, que se mandó "La Nalafu", es decir "La Fulana" al vesre, el amigo Dobalo, Cristina Pérez, Alfredo Pereyra, Nino Crespo, Tagini nieto y Luis Alberto Giletta, director del Semanario "Nueva Tribuna" de Bell Ville (Córdoba), que cantó a "capella", "Mi ciudad y mi gente".

Lito Federico, que había obtenido una aceptación más que buena sobre todo entre el elemento femenino, aprovechó su momento de gloria y, peleando con el cable que no estaba a la altura de las circunstancia, se acercó a mi mesa y nos espetó un par de poesías más una de ellas -especialmente dedicada a una de las féminas-, en la que acepta la propuesta de concluir una relación pero termina demostrando que es imposible.

Las contertulias terminaron más derretidas que los helados en verano santiagueño y lo más "pior" fue que, entre ellas estaba la "lora, que hoy es dueña de mi cuore y la trompa del bulín".

Ya con la cosa muy en clima al pobre Nino se le ocurrió pedir café mientras algunos increíblemente seguían mandándose a bodega sendos platos de gnochi; el mozo, que ya no podía más de recorrer kilómetros portando botellas, le aseguró que lo complacería después de las casatas que cerraban el menú.

Pero era tal el descontrol de alegría, efusividad y calor humano que, después de la "champaña" conque acompañamos nuestros augurios de felicidad en el que volvimos a abarcar a todos los parroquianos de "La Mesa", empezó el desbande y ya nadie recordó el café que a más de uno nos hacía buena falta.

Allí nos quedó a todos la magia de esa noche, de la amistad compartida, del abrazo "pecho a pecho" y no vía e-mail y de la conciencia de cuanto le debemos al Coco iluminado que cada vez que nos convoca logra el doble de asistentes, a punto tal, que anda pensando que para la próxima comida, tratará de arreglar la "coimisión" con los presidentes de Boca o de River para hacerla en una cancha grande al aire libre.

Y fue a estas alturas que el amigo mencionado al principio no aceptó que en mi estado, (si me hacían un dosaje a lo mejor hasta me encontraban sangre) me tomara un taxi, y se ofreció a llevarme de paso para su "maison". Pero también se traía el cuchillo bajo 'el poncho y, a medias con "la que te jedi" me pusieron en el brete de contar el evento pa' los que estuvieron y pa' los que no.

Pero la resaca me dura, pibe, así que conformate, che Ricardo, con estas pobres notas sobre una noche que, de acá en más o por lo menos hasta la próxima, merecerá que en la Mesa se llame: ¡LA NOCHE!

Chau.