Por
José Pedro Aresi

Cena por el aniversario de Todo Tango, 19 de mayo del 2003

odos los habitués de este sitio conocemos el logo de la RCA Victor y su popular slogan: “His master's voice”, es decir «La voz del amo». Respecto de este particular, deseo resaltar que haciendo gala de un verdadero sentir democrático, el señor director del sitio Todo Tango, sin ningún preámbulo me dijo: «La crónica de esta cena la hacés vos», a lo cual, sobriamente y en mis cabales, respondí: «No». Sin embargo... y aunque ustedes no lo crean, finalmente la nota la tuve que hacer yo y es ésta:

Había dejado de llover y también amainado el frío. Las calles arboladas del Abasto, se preparaban para acunar el sueño de los vecinos como si se tratara de una noche como tantas otras. Pero no iba a ser así. La esquina noreste de Jean Jaures y San Luis mostraba luces de almacén, extrañas para un día lunes; en tanto un duende recorría la zona como presintiendo que algo inusual habría de suceder.

Recién arribado de España, José María Escudero no pudo refrenar sus ansias y llegó a la cita antes de lo anunciado. Rápidamente se fueron sumando otras siluetas que sigilosamente cruzaban el umbral del Il Vero Arturito con la ansiedad reflejada en sus miradas. Poco a poco el lugar se fue poblando y los abrazos hermanaban a seres que el destino había unido a través de la fibra óptica. Se fueron llenando las mesas, hasta hace muy poco vacías de calor y de recuerdos, con personas de hablar bajito y prudente que mezclaban en su conversación, temas de hoy con los de un nostálgico pasado. Desde la puerta, el duende contó cincuenta comensales.

Todo esa espiritualidad se vio, en cierta forma, perturbada por unas empanadas que ayudaron a acompañar el vino que descansaba en las copas. Después se sirvió la tradicional picada, luego los ñoquis y cuando los alimentos se convirtieron en despojos, llegó el momento de ponerle música a la fiesta.

En el aire de Il Vero Arturito flotaba la ansiedad. Algunos preparaban sus gargantas para cantar y otros sus oídos para no perderse ningún detalle de lo que estaba por venir. A todo esto, Jorge Finkielman deslizaba en el reproductor, algunas perlas por él restauradas. Piezas de colección interpretadas por la Orquesta Típica Flores y el dúo de Roberto Firpo y su hijo. A continuación, como para acentuar la tensión, Ricardo Val le dio pista a un CD con la voz de Carlos Gardel, haciéndonos escuchar dos temas: “Amurado” y “Almagro”.

Decidido y con sugestiva resignación, Jorge nos puso al tanto de su próximo «secuestro», el cual será materializado por su novia, quien muy pronto llegará procedente de Norteamérica para llevárselo hacía esos pagos. El anuncio causó estupor y se tradujo en un fugaz silencio, situación que aproveché para referirme con mi sugestiva voz de Oscar Casco y todos los nervios a cuesta, al significado de esta cuarta cena, con la cual un grupo de amigos festejábamos el primer aniversario de la instauración del día 16 de mayo, como el día del sitio Todo Tango.

Leí algunos mensajes y nombré a muchos amigos que, por diversas razones no pudieron hacerse presente, pero que nos acompañaban con sus pensamientos y el deseo de que cada una de estas cenas sirva para afianzar la amistad nacida por y a través de Todo Tango.

Luego, Chiche Val pronunció unas breves palabras para recordar a Pichuco y a continuación el maestro Antonio Pisano arremetió con dos solos de bandoneón: “Rodríguez Peña” y “Comme il faut”, en tanto, en la vereda de enfrente, el duende del Abasto repetía los nombres de Vicente Greco y Eduardo Arolas.

La luz de un flash inquieto comenzó a cruzar el local, traté de embrocar de donde venía y no me llevó mucho tiempo descubrir a El_boa disfrazado de Kikuchi, aquel recordado fotógrafo de la revista El Gráfico. Nuestro amigo Oscar saltaba sobre las mesas y los mozos para inmortalizar o escrachar —según se mire— a todos los presentes con su máquina digital en alto y su sonrisa a flor de labios. ¡No se salvó ni el loro!

El ambiente transpiraba tango, el vino no cesaba de perderse en bocas sedientas y alguna que otra gaseosa o agua natural sin gas, confirmaban que el motivo de la reunión, no era solamente rendir homenaje al dios Baco.

Las miradas convergían anhelantes en el limitado espacio que hacía de escenario al piso. Fue entonces que para calmar ansiedades, un morocho de bigotes acicalados a quien todos conocemos como Jorge Dobalo, escudado tras un atril recién armado y acompañado del maestro Pisano, comenzó la ronda de Grandes valores. En primer término cantó “Corrientes y Esmeralda”, luego le tocó el turno a “Recuerdo malevo” y finalizó su entrada con un tango plagado de reminiscencias, que lleva como nombre “Argañaraz (Aquellas farras)”.

Algunos platos de pollo con papas comenzaban a «caminar» de la cocina a las mesas, cuando el doctor Ricardo García Blaya se acercó al micrófono, para agradecer la concurrencia de tantos amigos a una celebración que le toca tan de cerca y aprovechó la ocasión para presentar —al mejor estilo Cafieri— a un dúo de jóvenes cantores atraídos por el tango: Agustín Fuertes y Ariel Varnerín, acompañados por tres guitarristas de su misma edad. Se mostraron ante un público exigente, arrancando con “Pregonera” y luego “Pastora”. Después ambos jóvenes nos deleitaron en forma individual: Ariel cantó el vals “La pulpera de Santa Lucía”, en tanto Agustín hizo “Melodía de arrabal”. Para ese entonces, el duende del Abasto ya se había pegado a la ventana de la calle San Luis y se mostraba inquieto pero feliz.

Luego de los bien ganados aplausos para el dúo Fuertes-Varnerín, llegó el esperado momento de asistir al debut, en la faz cantable, de Mario Pino. Para comenzar eligió el tango de Oscar Laiguera: “¿De dónde sos?”, para luego brindarnos “Farolito de papel”.

El show continuó con la intervención de Claudio Amitrano, quien fue presentando por el autor de tantas notas publicadas en Todo Tango, el gomía Néstor Pinsón. Acompañándose con su guitarra, Claudio nos cantó “Mentira”, “De puro guapo” y el vals “Romance de barrio”. Fue entonces que escuché nítidamente al duende decir: «¡Que grande! Otra vez unidos Celedonio y Pracánico y también presentes Carlos Olmedo y Abel Aznar». Luego tomó un pedazo de ladrillo que estaba tirado en la calle y en la blanca pared, como un graffiti, dejó estampada esta leyenda: «Aníbal Troilo + Homero Manzi = Cartón lleno». La artera garúa que estaba al acecho, al leer lo escrito, se tomó el espiro y unas tímidas estrellas comenzaron a poblar el cielo de esta noche de farra y alegría.

Mario Bosco, sentado y pensativo, parecía estar ausente, pero no lo estaba; solamente esperaba el instante de poder comunicarse con todos a la vez y ese momento llegó cuando lo convoqué junto al siempre joven y querido Ben Molar. Coco del Abasto agradeció la concurrencia de tantos amigos y en especial destacó la presencia de las damas que engalanaron esta velada. El maestro Ben Molar recordó a su entrañable amigo Marcos Zucker y recalcó aquello que siempre se dice con sobrada razón: «Ningún grande muere, porque ellos por siempre, seguirán viviendo junto a nosotros».

A mi lado, Roberto Mancini asentía con la cabeza, en tanto continuaba expresando su gran admiración por Carlos Gardel y diciendo: «Carlos nos enseñó a cantar a todos nosotros. ¿Pero a él, quién le enseñó?»

Nadie se movía de su lugar, todos esperaban más, insaciablemente más y lo bueno era que ese más estaba presente. Así, mientras manducábamos el helado, desfiló el gomía Adolfo Sozzi brindándonos sus ya célebres interpretaciones de temas tangueros con sus letras al vesre. Esta vez nos regaló “Noma a Noma” (“Mano a mano”) y su clásico “La Nalafu” (“La fulana”) y, como siempre, su decir impactó. En tanto él cantaba, es muy posible que algunos de los presentes se estuviera preguntando: «¿De dónde salió éste coso?»

Ya faltaba poco para que llegara el final y la espera del champagne apuraba los tiempos. Sin embargo, hubo espacio para escuchar a dos conocidos exponentes de la noche porteña, Alfredo Pereyra y Soledad del Valle que, en ese orden, interpretaron algunas páginas de su extenso repertorio, acompañados por el maestro Antonio Pisano; en tanto que, imperturbable, el duende continuaba sonriente apoyado en la vidriera.

Con su habitual simpatía, Ben Molar se acercó al micrófono y pidió a todos los intérpretes que para defender mejor a nuestro tango, mencionen siempre junto al título de las obras que van a cantar, a sus compositores y autores, porque sin ellos el tango no hubiera subsistido.

El cierre estuvo a cargo del gomía Dobalo, quien interpretó “La cumparsita” para que la cantáramos todos juntos.

Algunos comenzaban a retirarse y, más allá de historias, atriles, instrumentos y voces de tango, algo parecía faltar. Hasta ese momento no se había hecho presente la milonga y así como quien no quiere la cosa, de pronto se corrieron mesas, se apartaron sillas y Coco del Abasto junto a la señora de Castillo, dibujaron pasos sobre baldosas que gustosas se dejaron acariciar por la danza. Ya roto el hielo inicial, Orlando y su esposa siguieron el juego de bailar sin repetir figuras y los zapatos de tacos altos con pulsera de ella y los tarros bien lustrados de él, rivalizaron en el afán de seguir el compás, prendidos ambos al recuerdo de muchas otras noches vividas en Pompeya.

Junto con el último parroquiano que abandonó Il Vero Arturito, el duende del Abasto, que quizás para algunos pasó desapercibido, se arregló el chambergo y se alejó murmurando: «Volvé Felipe, volvé pronto, porque sin vos aquí, nada se graba y estos momentos de ensueños que hemos vivido, un día cualquiera se perderán en la nada».