Por
Ricardo García Blaya
| Bruno Cespi

Los tangos prostibularios

s muy común leer en muchos escritores, algunos de ellos recién llegados al tango, la calificación de “prostibularios” a una serie de tangos antiguos, cuyas partituras originales eran para piano y sin letra, salvo alguna que otra excepción.

Por eso, la única razón de esta adjetivación proviene exclusivamente de los títulos de esos tangos ya que carecían de versos. Títulos, que, por otra parte, varios de ellos habían contenido polcas, mazurcas, música de zarzuelas y otros ritmos anteriores al tango.

Entonces, la única causa de la definición parte del título, generalmente de doble sentido o con alusiones picarescas o referidos a partes del cuerpo humano o utilizando palabras vulgares o indirectamente referidos a la copulación. Ya no es el tango y su música y menos su ausente letra, es solamente el nombre del tema, los títulos procaces.

Todo esto sería intrascendente si no fuera que esos mismos escritores esconden, detrás de esa clasificación, una pretensión axiológica que intenta demostrar que el origen del tango fue el prostíbulo.

Que el tango no nació en una «cuna de oro» coincidimos todos. Pero de allí a decir que es un producto musical parido en casas de tolerancia nos parece temerario, absolutamente desacertado y hasta con un tufillo ideológico.

¿Como un escritor culto y refinado de Buenos Aires —la París de Sudamérica— podía aceptar esa música nacida en el suburbio pobre, entre gauchos y peones, entre compadritos e inmigrantes, atentatoria al decoro social, prohibida y pecaminosa, sin exorcizarla?

Había que darle una explicación pintoresca y audaz que justificara su posterior aceptación, pero al mismo tiempo que dejara aclarado que recién a su regreso de Europa esa música arrabalera se hizo socialmente buena. Un verdadero disparate.

Qué decir de ahora, que el tango arrasa en todo el mundo y con un prestigio tal, que se convirtió en música de gala en Europa y en Estados Unidos. Sucedió lo previsible, aparecieron sesudos escritores, exégetas de Borges y de Sabato, a explicarnos que es y que fue el tango. Representan una galería del snobismo más atrevido, con publicaciones llenas de errores que repiten las inexactitudes inventadas en el pasado, sin tomarse el esfuerzo de estudiar y mucho menos de investigar con un método mínimamente serio. Conclusión: el tango está de moda, vende y hay que escribir sobre él.

En virtud de la economía, los invito a la lectura del excelente libro de Hugo Lamas y Enrique Binda: El tango en la sociedad porteña, 1880-1920 y a ver la crónica “Reflexiones sobre los orígenes del tango” que está en esta misma sección.

Son innumerables los títulos procaces que responden a esta pseudo clasificación, los que menciono a continuación son algunos de ellos:

Título (Compositor)
“Tocámelo que me gusta” (Prudencio Muñoz)
Metele bomba al Primus” (José Arturo Severino)
“Se te paró el motor” (Rómulo Pane)
“Dejalo morir adentro” (José Di Clemente)
“El movimiento continuo” (Oscar Barabino)
Afeitate el 7 que el 8 es fiesta” (Antonio Lagomarsino)
“Viejo encendé el calentador” (J. L. Bandami)
“El matambre” (J. B. Massa)
“Tocalo que me gusta” (Alberto Mazzoni)
“Date vuelta” (Emilio Sassenus)
Empujá que se va a abrir” (Vicente La Salvia)
Tocame la Carolina” (Bernardino Terés)
“Lavalle y Ombú” (Héctor G. Ventramile)
La c...ara de la l...una” (Manuel Campoamor)
Papas calientes” (Eduardo Arolas)
“Pan dulce” (Oscar J. Rossi)
“Tomame el pulso” (Pedro Festa)
“De quién es eso” (Ernesto Ponzio)
El tercero” (A. L. Fistolera Mallié)
“El fierrazo” (Carlos Hernani Macchi)
“Tocalo más fuerte” (Pancho Nicolín)
Qué polvo con tanto viento” (Pedro Quijano)
“Hacele el rulo a la vieja” (Ernesto Zoboli)
Sacudime la persiana” (Vicente Loduca)
“Al palo” (Eduardo Bolter Bulterini)
“Dos sin sacar” (¿?)
“Va Celina en punta” (¿?)