Pecao

Regresando de la yerra, en su flete coscojero,
con el último lucero va un paisano soñador;
y pensando que la china, de su amor está sedienta,
por la senda polvorienta va sembrando su canción...
Al llegar a la enramada, tropezó con un viejito
que le dijo: ¡Che, mi hijito, la torcaza ya voló;
pero no llorés, ¡canejo!, y seguí con tu azulejo,
sin dejarte castigar por el dolor!...

Es un pecao despreciarlas,
quererlas es un tormento,
y tuitas, mesmo que el viento,
cambean sin ton ni son...
Es un pecao escucharlas
si brindan un juramento,
pues llegando la ocasión,
se van no más... ¡sin un adiós!

A la luz del nuevo día las palomas arrullaban,
y en la fronda desgranaban los jilgueros su trinar.
El paisano entristecido, castigando su azulejo,
y diciendo: ¡Adiós!, al viejo, se alejó por no llorar...
En la pobre pulpería, pa’ olvidar su suerte perra,
la platita de la yerra trago a trago se gastó;
y siguiendo su camino, bien borracho de odio y vino,
como el viejo escarmentao... así cantó:

Es un pecao despreciarlas,
quererlas es un tormento,
y tuitas, mesmo que el viento,
cambean sin ton ni son...
Es un pecao escucharlas
si brindan un juramento,
pues llegando la ocasión,
se van no más... ¡sin un adiós!