Por
Abel Palermo

ste notable músico, hijo de Hugo Ricardo Baralis —aquel excelente contrabajista que se inició con Eduardo Arolas—, fue un exquisito violinista, enraizado en la escuela de Elvino Vardaro y, también, dueño de un sonido muy tanguero y de un singular fraseo.

A los 14 años debutó en Radio Cultura y en la orquesta de Minotto Di Cicco, que actuaba en el legendario cabaret Armenonville.

Luego de participar en distintos conjuntos acompañando a cancionistas y cantores, se integró a la orquesta nativa dirigida por el bandoneonista y compositor Rafael Rossi. Eran sus compañeros, los músicos: Elvino Vardaro, Vicente Spina, Ismael Gómez, José Galarza y la cancionista Herminia Velich.

En 1933, se produjo un acontecimiento muy importante en el tango, el gran violinista Elvino Vardaro creaba su famoso sexteto, formado por los bandoneones de Aníbal Troilo y Jorge Argentino Fernández, el piano de José Pascual, Pedro Caracciolo en contrabajo y en los violines, el propio director y el joven Baralis.

En 1935, la mayoría de sus integrantes se pasaron a la formación de Ángel D'Agostino: Pichuco, Baralis, Fernández y Caracciolo. El cantor era un muchachito: Alberto Echagüe.

Dos años después, luego de un breve paso por la orquesta del bandoneonista César Ginzo, Baralis regresa con Vardaro.

Al año siguiente, su amigo Troilo, quien ya había formado su propia orquesta, lo convocó a ella. Esta unión no sólo lo identificaba con la misma sensibilidad musical, también, con los códigos de vida y la bohemia tan especial de esa generación.

La participación se extendería hasta el mes de agosto de 1943. El alejamiento fue producto de un enojo de Troilo con Orlando Goñi, motivado por la indisciplina laboral del pianista. Lamentablemente, la noche de la determinación del desahucio, también Baralis había faltado, por lo tanto, el director les mandó los telegramas de despido a los dos. No obstante esto, la amistad perduró hasta la muerte de Troilo.

Después de este episodio, fue convocado por Juan Carlos Cobián a sumarse a su orquesta. Estuvo muy poco tiempo, porque su amigo Francisco Fiorentino, quien también se había desvinculado de Troilo, le ofreció la conducción de su orquesta, pero Hugo decide pasarle la batuta a Astor Piazzolla, quedando él como primer violín.

Luego, esa agrupación se transformó en la primer orquesta de Astor, cuando Fiorentino decidió tomar otros caminos y se alejó de la misma. Baralis continuó allí, hasta 1951, salvo un breve paso con Francisco Rotundo.

En ese año, se puso al frente de la dirección de la orquesta de Alberto Marino, debutando en discos Odeon, el 21 de mayo, con la grabación de los tangos: “Margot” y, en el reverso: “Domani”, de Cátulo Castillo y Carlos Viván.

La relación Baralis - Marino duró un año, pero antes de disolverse, dejaron grabados cuatro temas más, entre ellos, el éxito más popular de Marino como solista, “Venganza”, una canción brasileña de Lupicínio Rodrigues, traducida al castellano por el escritor Augusto Roa Bastos. Los otros tres: “Mi vieja viola”, “Noche de luna” y “Viejo cochero”.

En 1953, debutó en Radio Belgrano dirigiendo su propia orquesta. Al año siguiente, fue invitado por Juan Canaro a participar de su gira a Japón, junto a otros músicos de gran jerarquía, entre ellos: Arturo Penón, Emilio González, Alfredo Marcucci, Osvaldo Tarantino y los cantores María De La Fuente y Héctor Insúa, al regreso de ese viaje, compone el tango “Anone”, que en japonés quiere decir: escuchen.

En 1955, fue músico fundador del histórico Octeto Buenos Aires, de Piazzolla, que lo completaban Enrique Francini, Atilio Stampone, Leopoldo Federico, Horacio Malvicino, José Bragato y Juan Vasallo.

Entre 1956 y 1957, fue el primer violín de la orquesta de José Basso y, entre 1960 y 1961, participó del cuarteto Estrellas de Buenos Aires, junto a Armando Cupo, Jorge Caldara y Quicho Díaz, reemplazado algunas veces, por José Alegre y la voces de Marga Fontana y Héctor Ortiz.

El aporte de Baralis ha sido extenso, además de todo lo relatado, hay que agregar su paso con Julio De Caro, con Carlos García, con quien también viajó a Japón, con el Sexteto Mayor, con Raúl Garello y su último trabajo, durante muchos años, en la Orquesta del Tango de Buenos Aires.

Quiero para el final, destacar la importancia de Hugo en la carrera de Astor Piazzolla. Fue él quien lo integró a la orquesta de Aníbal Troilo; quien le cedió la batuta en la dirección de la orquesta de Fiorentino; él que integró y colaboró, en todo sentido, en sus primeras formaciones, en el Noneto, en el Octeto Buenos Aires, en la Operita María de Buenos Aires. Es decir, en toda la idea musicalmente novedosa del maestro. Pero sobre todo, quiero resaltar la admiración y el afecto que sentía por el creador de “Adiós Nonino”.

Tuve el privilegio de conocer a Hugo y de construir una linda amistad, a partir de 1990, ya alejado profesionalmente de la música a causa de una hemiplejía. Recuerdo que lo atormentaba no poder estar con su amigo El Gato, como lo llamaba a Piazzolla, del cual no pudo despedirse en vida. Sus anécdotas, sus historias, me permitieron aumentar no sólo mis conocimientos, también indagar y penetrar en el alma de aquellos grandes del tango.