Raúl Hormaza

Nombre real: Hormaza, Raúl Mario
Seudónimo/s: Rulito
Letrista
(9 septiembre 1911 - 13 junio 2002)
Lugar de nacimiento:
Montevideo Uruguay
Por
Salvador Arancio

uchas veces hemos escuchado el nombre de Raúl Hormaza cuando se lo menciona como autor de tangos. Pero era muy poco lo que sabíamos de él. Un día decidí buscarlo y este es el resultado.

Encontré a un hombre que, pasados los ochenta largos, no tenía ningún interés en hablar y rescatar sobre su trabajo autoral y artístico. Realmente enfrentamos una reticencia a comentarnos su tarea, quizá por un exceso de modestia que nos sorprendió. Afortunadamente, nuestra insistencia contó con la buena colaboración de su nuera Paula y de su hijo Raúl, e hicimos esta semblanza semiautorizada.

A partir de preguntas básicas y en plan de charlar de sus recuerdos, Raúl Hormaza nos contó que siempre escribió. Desde muy chico, hacía versos en la escuela y también letras para las murgas de su barrio y más tarde para las comparsas. Posiblemente el haber nacido en Uruguay, aunque llegó aquí a los cuatro años, le haya contagiado eso tan característico de los orientales acerca del Carnaval. Y como si hubiera un imán especial, se afincó, se crió y vivió hasta su muerte en San Cristóbal, barrio porteño que, en la historia del tango aportó muchos nombres. Todavía apasiona caminar sus calles. El clima que allí se vivía, seguramente desarrolló en el joven Hormaza una actividad que siempre estuvo relacionada con el tango y todo su entorno.

Otros quehaceres artísticos también ocuparon sus inquietudes. Hizo zapateo americano, fue un notable recitador y animador. Es claro, su medio de vida no estaba sólo en el arte popular, lo compartió con la atención de un comercio.

Por momentos, posiblemente como resultado del paso de los años, no recordaba las fechas con exactitud o algunos nombres. Casi sesenta años después, es mucho, y las precisiones no interesan tanto. Considera que su labor como letrista la inició en el 40. Vinculado con gente del tango, hacía presentaciones de orquestas y cantores. Así no es difícil saber cómo arrancó su trabajo de autor, por las amistades y el contacto con personas del medio, que conocían su vena autoral.

En nuestra conversación, surgen nombres al azar. Era mensajero y en la distribución por zonas de los telegramas, le tocó llevar uno a la casa de Carlos Gardel, en la calle Jean Jaurés, sin sospechar nunca que su habitante seria un día el más grande mito nacional.

Otro nombre. El de una niña que desde muy chica bailaba sin cesar y se crió en su misma casa. Este autor recuerda que ahí conoció a los padres de ella desde que eran novios e iban a bailar al Hogar Gallego. La nena estudió y llegó a ser una de nuestras máximas bailarinas Norma Fontenla, quien falleció trágicamente junto con otros compañeros en un accidente aéreo en el Río de la Plata.

De la noche porteña de entonces, señala la actuación en un cabaret de la Corrientes angosta, de Eduardo Arolas que, nos comenta, era pintón y elegante y tocaba el bandoneón con guantes recortados en las puntas para poder «gatillar» el fueye y completaba su atuendo con chaleco y chambergo.

Hace el comentario de la relación del bandoneonista con su compañera francesa en París, Alice y lo asocia con el vínculo que mantuvieron Troilo y Zita, a quien Pichuco conoció trabajando en el Marabú. Ella lo admiraba y lo quería —según Hormaza—, el Gordo en ese tiempo andaba un poco bandeado y Zita, para él, fue un gran apoyo.

Nos refiere la época en que la avenida Corrientes era poblada por una cantidad increíble de gente, con sus confiterías, cafés y bares donde el tango era presencia indiscutible. Y en esos sitios desarrolló su actividad, sin desdeñar cabarets y perigundines de La Boca.

En sus letras, en la mayoría de las más conocidas, se habla de experiencias cotidianas con un lenguaje directo y hechas por alguien con un desarrollado sentido de observación. Creemos que la más exitosa de ellas, “Cien guitarras”, es la mejor. En ella el poeta sueña y crea un extenso poema, compuesto por nueve décimas, de las que sólo se utilizaron cuatro para convertirlas en la famosa milonga, que primitivamente se titulaba: “Para la barra del tango”.

Promediando la década del 40, Hormaza recitaba varias veces por noche en el Bar Marzotto, con gran aceptación del público. Al escuchar el poema mencionado, Arturo Gallucci vislumbró que eso podría transformarse en un gran éxito. Le puso música, cambiaron y adaptaron algunas palabras de los versos originales y el resultado fue triunfal. Así nació “Cien guitarras”.

La excelente versión de Alfredo De Angelis con Julio Martel y Carlos Dante, se difundió por todo el país y el exterior. Otra muy buena interpretación es la que realizó Florindo Sassone con la voz de Jorge Casal.

Otro tanto, aunque en menor escala, ocurrió con la milonga “El divorcio”, con música de su amigo Luis Adesso. Utilizó el lunfardo, que dominaba muy bien, en muchos de sus tangos. “El Nene del Abasto”, con música de Eladio Blanco, demuestra su conocimiento profundo del lenguaje canero y propio del ambiente frecuentado por la gente de la noche. Algo que sólo se lo pudieron dar, la calle, y sus experiencia en conventillos y cabarets.

Tratando de recordar algunos de sus temas, nos habló de muchas milongas que aún están sin grabar y conjetura que son alrededor de cincuenta las obras que le han grabado.

Nos contó que viajó a España para indagar acerca de los lazos familiares. Fue al pueblo de Hormaza, de ahí el apellido, y se encontró con el cantor Carlos Acuña, en un cabaret de Madrid y, a su pedido, recitó algunos poemas.

Luego refiriéndose al cantor Julio Sosa, nos dijo: «Una de mis tareas era presentar cantores en diversos espectáculos. Tuve oportunidad de escuchar a Julio Sosa en sus inicios aquí, en un café de Villa Crespo, y me había gustado. Por entonces, Armando Pontier me pidió que si encontraba un cantor de mi gusto, se lo llevara para la orquesta que codirigía con Enrique Francini, porque Roberto Rufino los dejaba. Fui a la pensión donde habitaba Sosa y no lo encontré. Dejé dicho que me buscara en la confitería Picadilly, en la que yo trabajaba y que junto con Montecarlo y Sans Souci, eran confiterías bailables de un mismo dueño. Así nos conocimos y lo presenté a Pontier. Lo escuchó y le gustó mucho. Tanto que quiso hacerlo debutar esa misma noche. Como Sosa no tenía ropa adecuada, quedó para más adelante. Cuando eso ocurió, fue todo un éxito. Abrió con “Tengo miedo”, el conocido tango de Celedonio Flores

Además de las ya mencionadas milongas “Cien guitarras” y “El divorcio” y el tango “El Nene del Abasto”, en su obra se destacan: “Hoy la espero a la salida”, con música de Roberto Chanel; “El hijo cruel”, “Cargamento” y “El pecoso”, con Arturo Gallucci; “Andate por Dios”, “Criticona”, “De abolengo”, “El purrete”, “Muchachita de París” y “Sarampión”, con Eladio Blanco; “Pleito malevo”, con Florindo Sassone; “Testamento de arrabal”, con Oscar Castagniaro; “Algún día volverás”, con Luciano Leocata; y “Por favor no vuelvas”, con Jorge Valdez.

La actividad de Hormaza en el tango finalizó alrededor del año 70, porque, según su relato, andaba algo enfermo y su madre también tenía problemas de salud. Por eso su tarea, que desarrollaba principalmente de noche, no era entonces lo más aconsejable.

Fue un hombre que caminó intensamente la noche porteña y ahondó su observación en los verdaderos ambientes milongueros y los escenarios reales, donde vivieron los personajes que retrató. Raúl Hormaza se suma a la lista de los poetas que, a través de sus letras, arrimaron alegrías y emociones a la gente sencilla.

Publicado en Cuadernos de difusión del tango, nº 40.
La foto de este artículo es gentileza de Raúl Hormaza (hijo).