Por
Ricardo García Blaya

epresentante genuino de la horneada de grandes músicos de los años 70, es reconocido por su alarde técnico en la ejecución del bandoneón. Su digitación, velocidad y sincronización, son virtudes aceptadas hasta por sus críticos, que a tanto virtuosismo le contraponen una ausencia de sentimientos, una suerte de frialdad emocional. Es además, un notable orquestador.

Nació en el pueblo de Álvarez, próximo a la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, a 300 km de Buenos Aires. Se inició en la música de muy pequeño, apenas cumplidos los once años. Primero estudió piano y composición, pero su verdadera vocación se despierta cuando su padre le regala un bandoneón.

Su padre trabajaba de capataz en el frigorífico Swift, mientras el joven músico repartía su tiempo entre el estudio musical con un piano prestado y su otra pasión, el fútbol.

En el oficio de bandoneonista se hizo solo, fue un verdadero autodidacta que adaptaba al fueye lo que aprendía en el piano.

«Después, me puse a estudiar música en serio con el maestro Schneider, y armonía y contrapunto con Luis Mirisi. Por supuesto, escuchaba a los grandes maestros. En ese entonces me enloquecían Laurenz, Troilo, pero también Astor Piazzolla, con aquel quinteto donde tocaban Atilio Stampone, Szymsia Bajour. Escuchar también forma parte del aprendizaje.»

Debutó profesionalmente con apenas 16 años, en los estudios de Radio LT3 de Rosario con la orquesta de su profesor Schneider y por las noches, con un trío, en la boite La Marine que estaba en el centro de la ciudad. Luego formó parte de un cuarteto, Los Cuatro Señores del Tango —por el que antes pasaron varios fueyes, el primero de ellos Julio Barbosa—, que se lució en los recitales que armaba un grupo de la bohemia rosarina que se llamaba Tango Club Rosario. Lo integraban Clemente Vega en violín, Francisco Tejedor en piano y Nito Deniel en el contrabajo. «Hicimos recitales en casi todas las facultades de la Universidad de Rosario. Estaban de moda.»

Cuando todavía no había cumplido los 19 años, sucedió un hecho que cambiaría su historia. La orquesta de José Basso visita Rosario, en gira al interior del país, cuando imprevistamente se queda sin uno de sus bandoneonistas. El locutor que presentaba a la orquesta era amigo de Néstor y lo presenta al maestro. Su primer bandoneón, Juan Carlos Bera y El Tata Floreal Ruiz le toman una prueba, es aceptado y contratado para la gira.

Después se vino a Buenos Aires con toda su familia. El apoyo de su padre fue esencial en su carrera, hasta tal punto que éste pidió el pase a una dependencia que el frigorífico tenía en el barrio del Once. Se fueron a vivir a Victoria, en la provincia de Buenos Aires, cerca del Tigre.

Con Basso tocó en el legendario cabaret Marabú, donde debutara, en 1937, Aníbal Troilo y en el teatro Maipo. El propio bandoneonista recuerda: «Y al poco tiempo, a los dos o tres años, por consejo del propio Basso me fui a tocar solo, sin ningún otro bandoneón al lado mío. Así toqué con Osvaldo Manzi, con Lito Escarso, hice todo un acompañamiento para el ballet de Juan Carlos Copes, con quien me fui de gira por Centroamérica y, a la vuelta, recalamos en el escenario de Caño 14, recientemente inaugurado.»

En el año 1970, integra el Sexteto de Enrique Mario Francini, para luego fundar el Vanguatrío, junto a Héctor Console y Horacio Valente.

En Caño 14 actuó muchos años integrando varias formaciones, entre ellas las orquestas de Héctor Stamponi, Pepe Basso, Atilio Stampone y en el conjunto que acompañaba al Polaco Goyeneche, de quien se hizo muy amigo.

En 1973, ingresó a la nueva orquesta formada por Francini y Pontier y se fueron a Japón. Seis años después, armó un cuarteto para actuar en Suecia, con el guitarrista Rubén Ruiz (Chocho), el pianista Oscar Palermo y el contrabajista Fernando Romano, inaugurando ese mercado para el tango.

En la década del 80 es músico estable del Café Homero, junto a figuras estelares como los pianistas Osvaldo Tarantino y Orlando Trípodi, el contrabajo de Angel Ridolfi y las voces de Goyeneche y Rubén Juárez.

«Tarantino era un fenómeno. Cuando lo llamé por teléfono para decirle si quería tocar con Ridolfi y conmigo me dijo enseguida que sí, pero aclaró: Me gusta mucho, pero no escribamos nada. Que todas las noches sea una sorpresa juntarnos sobre el escenario. Vamos a inventar, vamos a improvisar.»

Resultan interesantes las opiniones de Marconi sobre los grandes maestros que lo precedieron: «A mí me parece que Pedro Laurenz marcó el comienzo del bandoneón solista. Escribió una historia distinta. No necesitó acompañamiento. Laurenz solo, tocando el bandoneón, era una delicia.»

«Escuchar y verlo tocar a Troilo sobre el palquito de Caño 14 era como ver toda la noche de Buenos Aires. El Gordo siempre me dio esa impresión. Escuché decir a un montón de los que fueron sus músicos, que Pichuco tenía el tango en la piel. Y seguro que fue así. Pero también a Buenos Aires. El Gordo era Buenos Aires.»

«De Astor Piazzolla me asombraba su inmensidad musical... Su swing. Un músico de un nivel increíble.»

«Y Leopoldo Federico nos abrió, a todos los bandoneonistas, los ojos para mostramos las grandes posibilidades técnicas que tiene el instrumento. ¡Es un monstruo!»

En 1988, formó un octecto para un espectáculo concebido para actuar en Japón. Entre otros, participaron Orlando Trípodi, Reynaldo Nichele, Daniel Binelli, Mauricio Marcelli y los cantantes, Nelly Vázquez y Roberto Goyeneche. A raíz del éxito obtenido, volvieron en 1991 con algunos cambios pero con el mismo resultado.

Como compositor se destacan dos suites para orquesta de cuerdas que fueron estrenadas por la Orquesta de Cámara de Rosario dirigida por Luis Milici.

Además de su actividad solista integra el Nuevo Quinteto Real del maestro Horacio Salgán y es uno de los directores de la Orquesta de Música Argentina «Juan de Dios Filiberto».