Amelita Baltar

Nombre real: Baltar, María Amelia
Cancionista
(24 septiembre 1940 - )
Lugar de nacimiento:
Buenos Aires Argentina
Por
José Pedro Aresi

o es fácil introducirse en el mundo artístico de Amelita Baltar, una figura del canto que se entronca en el tango por caminos no tradicionales. Ella no es la piba de barrio que alcanza notoriedad, después de haber pasado el examen de cantar ante familiares y amigos, de haber actuado en concursos que buscan la nueva voz o transitado boliches tangueros.

Amelita llega al gran público luego de su paso por la canción folclórica, interpretando baladas que apenas rozan el tango y se involucra, quizás sin proponérselo, en la eterna polémica que todos conocemos. Muchos la consideran un invento de Piazzolla, otros dicen apreciar en ella una nueva voz alucinada y sensual, enraizada en la canción rioplatense.

Irrumpe en escena integrada al binomio Piazzolla-Ferrer en un momento muy especial, que el comentarista Néstor Dante González describe así: «La ciudad está pariendo trillizos, dos locos y una loca que revolucionan el tango, la música ciudadana o como le quieran llamar, me da lo mismo, pero que llevarían el perfume de Buenos Aires absolutamente a todos los rincones del mundo. El músico (Piazzolla), el poeta (Ferrer) y la cantante (Baltar) hicieron algo absolutamente nuevo y que como todo lo nuevo tuvo naturalmente sus detractores y sus admiradores».

Amelita se sitúa así en el epicentro de nuevas formas musicales y poéticas que pretenden mostrarse diferentes y que algunos se empeñan en bautizar como tango de vanguardia.

Nace en lo que erróneamente se denomina Barrio Norte, designación que no existe catastralmente pero que define un sector del barrio de Palermo, la parte bacana, hoy el hábitat del porteño bien, pero que tiempo atrás coexistió con los conventillos.

Cursa sus estudios, hasta recibirse de maestra en el colegio La Annunziata. Toma clases de guitarra con el maestro Vicente Di Giovanni y de canto con María Contreras. A los veintidós años comienza su actividad como cancionista integrando el Quinteto Sombras, con quien graba sus primeros discos. A principios del año 1968, ya como solista, registra su primer disco larga duración, con el cual obtiene el premio mayor en el Festival del Disco de Mar del Plata.

Quiso el destino que Astor Piazzolla la escuchara cantar y atraído por su ronca voz de mezzosoprano, le ofreció participar junto a Héctor De Rosas en la operita María de Buenos Aires, que inicialmente había comenzado a ensayar Egle Martin. Sobre este episodio cuenta De Rosas, que cuando Piazzolla se vio en la necesidad de buscar una reemplazante, él lo acompañó a una peña folclórica para escuchar a la Baltar y lo primero que elogió Astor al conocerla, no fue precisamente su voz, sino sus piernas.

Sin saberlo, había llegado para Amelita el punto bisagra de su vida artística, pues de ahí en adelante se convirtió en la voz más representativa del rubro Piazzolla-Ferrer. Estrena todas sus obras y en especial, el 16 de noviembre de 1969, aquella de la cual jamás podría separarse: “Balada para un loco”.

Acompañando a Astor actúa en diversos escenarios nacionales y extranjeros, haciéndolo además en las televisiones francesa, italiana, suiza y alemana; estrenando en esta última el oratorio de El pueblo joven. En el año 1972 estrena “La primera palabra” en el Festival Onda Nueva de Caracas y unos meses más tarde “Las ciudades” en el Maracanãzinho de Río de Janeiro.

Su canto nunca pretendió ser popular. Ella era una pieza que adornaba a un bandoneón y decía las letras escritas por Horacio Ferrer, quien al referirse a Amelita comenta: «Con su voz misteriosa, tabacosa, sugestiva y distinta, con su temperamento y autenticidad de mujer del Buenos Aires moderno, creó una nueva manera de interpretar el tango. En su talento, nuestros temas encontraban el eco exacto que nosotros pedíamos».

Después de separarse sentimental y artísticamente de Piazzolla, se presenta como solista alternando el folclore con el tango, interviniendo en varios espectáculos teatrales y de music hall. Participa junto a Susana Rinaldi y Marikena Monti, en el espectáculo Tres mujeres para el show y con el cómico Jorge Luz en Cocktail para tres.

Vuelve a Europa para actuar en el Olympia de París y también lo hace en las televisiones italiana, francesa y holandesa. En el Festival de Palma de Mallorca es premiada por su interpretación de “Los pájaros perdidos”. Después se presenta en Chile y en la ciudad de Los Ángeles en Estados Unidos, para luego regresar a Europa, donde reitera sus anteriores éxitos.

Durante esta etapa, sin dejar de cantar los temas musicales de Piazzolla, incorpora a su repertorio tangos de corte tradicional, intentando recrearlos con su particular manera de expresarse.

El suyo fue siempre un estilo de decir entrecortado, sensual, bien modulado, pero a mi gusto, lento y falto de matices tangueros. Sus interpretaciones carecen de ritos arrabaleros y exhibe un modo sofisticado, extraño dentro del género.

Sin embargo, a mi juicio, existe una excepción a esta particular manera de cantar. La interpretación que hace en francés, de “Che tango che” (Piazzolla y Carrier), muestra una disposición no común en ella donde se deja arrastrar por el frenesí tanguero.

Amelita transmite la idea de ser, ante todo, una artista que se vale de la música y las letras, recrea personajes que maneja mediante pausas y con el auxilio de sus manos y brazos, logrando en cada interpretación el clima sensual, poético y misterioso que se propone. Por momentos se muestra en el escenario como una alondra que vuela sobre la escena y en otras como un felino disfrazado de dulzura que busca atrapar a su presa, el público.

Sin posturas y cadencias arrabaleras, se le anima al tango convencional y en este quehacer pone de manifiesto su encanto de mujer seductora. Con sus brazos en alto y su particular tono de voz, cautiva al auditorio y, en mi opinión, hace lo suyo con calidad y calidez.

En la actualidad, Amelita Baltar continúa recorriendo países donde su presencia es esperada y celebrada. Nunca sus presentaciones quedaron libradas a la improvisación. Por el contrario, siempre sus espectáculos fueron previamente estudiados y programados. Ella es una artista y como tal, se ciñe a un libreto que interpreta a la perfección. Por ejemplo, “Balada para un loco” la canta al principio de su actuación y Amelita explica el porqué: «La doy de entrada para no crear el suspenso y así, ya relajada, ofrecer lo que me gusta hacer».

Filmó dos películas. La primera, en el año 1976, dirigida por Fernando Ayala y Héctor Olivera con el titulo El canto cuenta su historia, en el cual participaron también destacados músicos e intérpretes del tango y el folclore. Mucho después, en 1990, dirigida por Alejandro Agresti, interviene en Luba, junto a Elio Marchi, Bozena Lasota y Viveca Lindfors.

Sus testimonios discográficos arrancan de su época de folclorista, ya con Piazzolla estrena y graba muchas obras, entre ellas, “Chiquilín de Bachín”, “La bicicleta blanca”, “Balada para mi muerte”, “Fábula para Gardel”, “Los paraguas de Buenos Aires”, “Las ciudades”, “La última grela” y la ya clásica “Balada para un loco”, que grabó en reiteradas oportunidades, en distintas épocas y con diversos acompañamientos musicales. En el terreno del tango tradicional se destacan, “Nostalgias”, “Sur”, “Che bandoneón”, “Los mareados”, “Yuyo verde”, “Gricel”, “De mi barrio” y “Cambalache”.

Por último, nada mejor que sus palabras para expresar su íntimo sentimiento: «Estoy cada día más enamorada de mi profesión. Pero nadie es profeta en su tierra. Ahora estoy recibiendo algo que di durante treinta y ocho años, coherencia, seriedad, responsabilidad y las ganas enormes de darme, de subir a un escenario y dejar todo. Hice unos cuantos años folclore y en el año 1968, me llamó Piazzolla para que protagonizara “María de Buenos Aires”. Yo entré al tango de un modo diferente, empecé por Piazzolla y ahora estoy en el tango tradicional».