María Nieves

Nombre real: Rego, María Nieves
Bailarina
(6 septiembre 1934 - )
Lugar de nacimiento:
Buenos Aires Argentina
Por
José María Otero

urante décadas fue el sueño erótico de tantísimos espectadores deslumbrados por su estampa y las armoniosas figuras que garabateaba con Copes. Y también la mina que codiciaban como compañera de pista los mejores milongueros de los años 50 y 60, cuando bailar tango era una religión.

María Nieves Rego, hija de humildes emigrantes gallegos es otro fruto tanguero de aquellos conventillos con su pereza de patio y cotorro donde se enquistaba la pobreza y donde los sueños chocaban con las peripecias que imponían el diario subsistir. Su padre fallece joven y de la pieza de cuatro metros por cuatro, donde convivía con dos hermanos varones y dos mujeres, amén de la mamá, tuvo que largarse de pendeja a laburarla como sirvienta en la Boca. Tan lejos de su casa de Saavedra que debía tomar tres colectivos y quedarse trabajando toda la semana hasta la media tarde del sábado en que regresaba, abandonando el colegio en 4º grado.

Su hermana mayor, La Ñata —punto alto de la milonga—, la llevaría a descubrir pronto ese mundo fascinante del tango y su bagaje de misterios. Junto a otra amiga, Alicia, la foguearían tempranamente en las pistas.

Tenía 15 abriles, anhelos de sufrir y amar, ir al centro y triunfar... Y un novato y audaz muchacho bailarín, que luego sabría que se llamaba Juan Carlos Copes, la descubrió en el Estrella de Maldonado y fue seducido por su hermosa figura adolescente.

«Las minas le salían a bailar por la pinta, si no sabía ni caminar...» diría ella. La cabeceó y ella miró al suelo: «Porque mi hermana me mataba si le salía a alguno. Yo sólo iba a acompañarlas a ella y a Alicia».

Curioso, fue la primera y única vez que bailaron en ese club, en una noche que actuaban Francini-Pontier con Rufino y Podestá en los cantables. La Ñata le enseñó su arte, y con sus florecidos 15 años, volvía de su exilio en la Boca, planchaba la misma ropa que usaba para servir y subía en su ilusión supersport para cumplir con el rito de codificar cortes y quebradas en compañía de su hermana y la barra fiel.

Aquel morocho pintón había comenzado su asedio y se uniría a la banda de Saavedra, aunque él era de Villa Pueyrredón, para lograr su propósito de conquistar a la mocosa de hermosa figura y largas piernas, y la historia culminaría en un fogoso romance que por fin aprobaría La Ñata. Copes intuía que había encontrado su musa definitiva y el tango a la gran pareja de su historia.

La fiebre del baile los abrazaría y la ancha historia de sus firuletes respetando el espíritu cadencial llegaría al centro, luego de actuaciones de clubes y salones de barrio y ganar un torneo en el Luna Park. Juan D'Arienzo, que como Fangio eran jurados en aquel concurso donde participaban reconocidos milongueros, le confesaría años más tarde a la ya famosa María Nieves: «Fue increíble lo que bailaron aquella noche. Nosotros le habíamos dado el voto a una pareja acomodada, pero ustedes bailaron como dos hijos de puta y se ganaron a todo el público... ¡Que bárbaros!»

Copes había crecido y su ambición taura no tenía límites. Armó el Conjunto Juvenil, con diez parejas de milongueros que se vareó en exhibiciones amateurs despertando el ojo clínico de Carlos Petit, empresario chileno del mítico Nacional, el teatro de revistas. Y allí debutaría el Conjunto, junto a personajes como Stray, Severo Fernández, Margarita Padín o Alfredo Barbieri. «Éramos unos caraduras» —recuerda María—, «No sabíamos ni pararnos y me moría de vergüenza al saludar...» Por entonces vestía pollera acampanada, cinturón ancho exprimiendo la cintura —la moda de las chicas Divito—, pañuelito al cuello y el corte de pelo copiado de Gina Lollobrigida que había visitado fugazmente Buenos Aires.

Enseguida pasaron a hacer doblete enfrente, en el lujoso cabaret Tabaris, donde hasta las coperas lucían elegantes y enjoyadas. Fue entonces la vedette Juanita Martínez —esposa del cómico José Marrone—, quien le indicó la conveniencia de usar zapatos de raso de taco largo para realzar su figura, porque todavía seguía con taco bajo y hasta pestañas de cartulina que se autofabricaba y pegaba con cola sobre los párpados. Y de madrugada, luego de la fosforescencia de los aplausos, Corrientes arriba a esperar el colectivo 60, de vuelta al bulín de Saavedra, mientras él enamoraba a rumbosas vedettes.

El éxito los espabilaría: Copes se miraba en el espejo de Gene Kelly y María decidió ser la Cyd Charisse porteña, aunque sus miras no contemplaban abandonar el barrio. Los deseos del bailarín, sus sueños, se verían realizados mucho más allá de lo imaginado. El arte de la pareja traspasaría el corral de las fronteras, y abriendo puertas para el adormecido tango subieron América arriba hasta Broadway en el 59.

Al principio sufrieron privaciones, pero el triunfo coronaría los hermosos y sensuales dibujos que bordaban en los escenarios yanquis, acompañados de un Astor Piazzolla que aún buscaba su destino. Copes se convertiría en el “latin lover” de la “high society” norteamericana y sus romances se sucedían sin tregua. Fueron astros del programa de Ed Sullivan, la TV les abrió sus puertas, como Las Vegas y hasta Ronald Reagan les hizo bailar en la Casa Blanca para su cumpleaños.

Un mundo de maravilla empañado por las constantes lágrimas de María Nieves, debido a las infidelidades y la lejanía de su madre. «Ella huyó de la pobreza en España y nunca pudo volver a su Galicia natal. Temía que le pasara lo mismo conmigo porque mis giras duraban 2 o 3 años... En vez de disfrutar del éxito, sufría como loca...» —confiesa María—. La brújula loca de su corazón la amarró a ese hombre. Conformaron la célula rítmica más grande del tango bailado. Fueron novios, amantes, pareja, esposos, divorciados... «Nos casamos en Las Vegas, por mi mamá sobre todo... Él también la quería mucho, pero enseguida rompimos todo y para siempre...»

El espectáculo Tango Argentino, que integraron, demostró en todo el mundo que la semilla que ellos sembraron, por fin había germinado, tras el hueco borroneado del pasado. Descascarada por el tiempo, la pareja se deshizo. Copes baila ahora con Johanna, una hija que no siente propia, fruto al parecer de una fugaz aventura. Se volvió a casar y tiene otras dos hijas.

Envuelta en la neblina de la leyenda, las marquesinas la devuelven a María Nieves enmarcada como estrella rutilante en el espectáculo Tanguera. «Ya no mostraré mis gambitas como antes...», susurra con un dejo de nostalgia en la mochila del alma.

Cincuenta años más tarde volvió a arrojar sus pasos al porvenir en el escenario del Nacional, como cuando era una inexperta piba de conventillo de módicas ambiciones.

Los recuerdos son los fogoneros de la imaginación que me llevan a descender las escaleras del porteñazo Caño 14, de la calle Talcahuano 975, en los años 70, donde despachaba un par de wiskis, me estremecía con el fueye de Troilo, vibraba con los temas del Polaco Goyeneche —vecino y amigo de los hermanos de María en Saavedra—, o el violín de Enrique Francini y bailaba con Copes y María Nieves.

Confieso que alguna noche lo envidié al Negro Copes por tener semejante compañera en el escenario y el luengo feite de su pollera nos hacía el bocho a todos.

Ella fue y será crack. Cuando le preguntan por Copes, la mina y la milonguera abren su cuore y se desnudan para siempre: «Si tengo que decir algo de él, es que conmigo fue un hijo de puta, pero nunca habrá un bailarín como Juan Carlos Copes». Ni una como vos. Digo. Afirmo.

Nota publicada en la revista madrileña Gilda. Mujeres en el Tango, de Marzo de 2003.