Por
José Pedro Aresi

u identificación con la música y la poesía de Buenos Aires es tan extensa, que resulta imposible resumirla en el espacio destinado habitualmente a estas semblanzas. Sin embargo, la claridad expresiva y la modestia de Oscar Ferrari, allanan el camino que es necesario recorrer para acercar su figura y su pensamiento al público, ávido de conocer detalles de quienes se han ganado un hondo prestigio dentro del universo del tango.

Nació en la calle Deán Funes 743, donde el barrio de Balvanera se da la mano con el de San Cristóbal. Eran tiempos en que el chirriar del tranvía acallaba el berrido de los recién nacidos y por las noches aún parecían escucharse los tangos que emigraban de la casa de María La Vasca. Su padre, Roberto Salvador y su madre María Antonia Quimino, ambos argentinos, eran bailarines que actuaban en la revista porteña. Desde muy pequeño, Oscar frecuentó y durmió en los camarines de diversos teatros del género y es así como, entre uno y otro espacio, se fue acunando en tangos. En el año 1930 sus padres se trasladan a Montevideo, donde dos años después fallece don Roberto Salvador, imprevistamente a los 28 años.

En 1916 Ferrari regresa con su madre a Buenos Aires y se radica en otro barrio de rancia estirpe tanguera, Barracas. Durante su infancia y su juventud transitó calles adoquinadas, flanqueadas por casas bajas y rodeadas de fábricas y depósitos de lana y cuero. Desde su casa de San Antonio 645 comienza a amasar sus sueños de cantor, en tanto se emplea como dependiente para ayudar a «parar la olla».

Su encuentro con el tango se produjo siendo todavía un niño y se prolongó en el tiempo, al mantener vivo el contacto con su barrio y la ciudad que lo vio nacer. Desde muy joven se identificó con su gente y sintió en carne propia las mismas necesidades de aquellos obreros jornaleros que eran sus vecinos. Estas vivencias marcaron a fuego su simpatía en favor de los movimientos sociales que reivindicaron las luchas obreras.

Su voz, de claro registro de tenor agudo y delicado, se fue desarrollando naturalmente y su oído captó de inmediato la cadencia y melodía de la canción ciudadana. Dice Ferrari que desde muchacho, sintió a Gardel como una parte de su vida y pensó que para cantar tangos sólo bastaban la voz y el sentimiento. Recién en 1945, actuando ya con Alfredo Gobbi, el compositor y cantor Hugo Gutiérrez lo convence de tomar clases de canto, convirtiéndose así en su primer y único maestro.

Se inicia profesionalmente en una época en que al tango no le faltaban exponentes de alta calidad interpretativa y luego de una breve actuación en la orquesta de Atilio Felice, ingresa en 1943 a la Típica Gómez y participa de un concurso organizado en el Luna Park. Enseguida es contratado por Juan Caló, con quien debuta en la boite La Colmena. En 1945 se suma a la orquesta de Alfredo Gobbi y al ser llamado a cumplir con el servicio militar obligatorio, lo hace en la Marina de Guerra; no obstante lo cual se las ingenia para actuar en el conjunto Los Cantores de América, junto con el guitarrista Adolfo Berón y Alberto Suárez Villanueva en el piano.

Después de la conscripción se incorpora a la orquesta de Edgardo Donato y estrena el que sería uno de sus grandes éxitos, el tango “Galleguita” de Horacio Pettorossi y Alfredo Navarrine. Luego pasa fugazmente por la orquesta de Astor Piazzolla, donde actúa junto a Fontán Luna hasta la disolución de la misma.

Fue recién en el año 1949 cuando Oscar Ferrari llega a ser conocido por el gran público y accede al disco. Francisco Fiorentino lo presenta al maestro José Basso, quien lo incorpora a su orquesta compartiendo su labor primero con Fiore y luego con Jorge Durán.

Entre los años 1956 y 1960 actúa con Armando Pontier, junto a Julio Sosa. Posteriormente y según lo cuenta el mismo Oscar, «cuando se termina el esplendor de las orquestas, tuvimos que ser solistas de prepo». En calidad de tal, se presenta en diversas ciudades del interior del país y fue precisamente en esas giras que lo alejaron de Buenos Aires, cuando Ferrari da rienda suelta a su veta de escritor y poeta. Historias de cabaret (libro prologado por Julián Centeya), Versos de amor y barricada y A mis colegas, son juguetes literarios en los que Oscar vuelca todo su sentir y cuenta historias reales que le tocó vivir o escuchó de boca de sus protagonistas. En A mis colegas traza la semblanza de varios compañeros de profesión, con un enfoque humano y fraterno que merece ser destacado.

En 1970 vuelve a integrar la orquesta de Armando Pontier y en 1973 la de Leo Lipersker, para luego retomar su carrera como solista. Recorre con éxito Colombia, Uruguay, Paraguay, Chile y en el año 1995 se incorpora a la orquesta de Beba Pugliese, con quien tiene oportunidad de actuar en París. A partir de 1997 vuelve a presentarse como solista, a la vez que dicta clases de canto en la Escuela Argentina de Tango. Durante el transcurso de su carrera artística fue distinguido con la Orden del Porteño, el Discepolín de Oro, el Homero Manzi de Oro y en diciembre del año 2002 recibe de la Academia Porteña del Lunfardo el Diploma a la Gloria del Tango.

Hasta aquí, una historia que no se consume con la señalización de hitos cronológicos. Oscar Ferrari reúne facetas que lo convierten en un ser especial, que trasunta humildad y franqueza y un destacado respeto por las personas con las que ha convivido o se han cruzado a lo largo de su camino.

Conversar con Ferrari y no hablar de su gran éxito, el tango “Venganza” es algo que escaparía a toda lógica. Cuando Oscar ingresa a la orquesta de José Basso para reemplazar a Ricardo Ruiz, el maestro le indica que debe comenzar cantando los tangos que hacía su antecesor, entre los que figuraban “Perdón viejita” y “Venganza”. Como “Perdón viejita” estaba muy identificado con Ruiz, que había logrado con el mismo un verdadero suceso, él elige como opera prima el tango “Venganza”, que su predecesor cantaba con un estilo fresediano y al cual Ferrari le imprime una característica diferente que él explica así : «En cambio yo, que provengo de Barracas, con un poquito más de barro, un poquito más de arrabal, le doy otra interpretación. No mejor, pero sí distinta. Cuando enfatizo y digo «morí como un perro», la frase prendió en la gente y el tango se convirtió en un éxito; tanto es así que en el año 1950 se vendieron cuatro millones de discos».

Oscar Ferrari grabó el tango “Venganza” en ocho oportunidades. Lo hizo una vez con Basso, dos con Pontier y luego con Beba Pugliese. Como solista lo grabó para distintos sellos discográficos y a fines del 2002 acompañado por un grupo de músicos jóvenes. No obstante los éxitos alcanzados con ese tango, Ferrari opina que «no es la mejor cosa que grabé. La que más dificultades me propuso musicalmente fue “La maleva”, que tiene otro nivel musical», y agrega: «Pero bueno, gracias a “Venganza” todavía estoy aquí». También se destaca su versión de “Mi vieja viola” de Humberto Correa.

Oscar Ferrari fue un porteño de ley y como tal se preocupó por todo lo vinculado con la difusión del tango y en especial por los aspectos inherentes a su esencia tradicional. Es por ello que antes de finalizar nuestra charla, como pensando en voz alta, este hombre sencillo, sensible y enamorado de la poesía que aprendió cantando y escuchando tangos nos dijo: «Yo le sugiero a todos quienes hacen tango, que respeten las músicas, que respeten las letras y que antes de grabar se metan dentro del argumento de las letras; precisamente por una razón muy simple y honesta, nosotros estamos usando el talento de los escritores y los músicos y lo menos que podemos hacer es respetar lo que ellos escribieron. No deformar la música a nuestra conveniencia. Hoy escucho grabaciones donde la música no tiene nada que ver con lo que escribió el autor. No muchachos, no. Al deformar la música, el tango pierde armonía, pierde belleza, porque el que la escribió se quemó las pestañas para encontrar los acordes y para lograr la debida armonía. Lo menos que podemos hacer es respetarlo, cantar según la música tal cual la escribió el autor y no acomodar la letra a nuestra conveniencia. No, no, respetemos, ya que estamos usando ese talento sin pagar nada y viviendo de él».

Así, sin desearlo y ansioso de seguir escuchándolo, me despedí de Oscar Ferrari en la puerta del edificio donde vivía, en pleno centro de nuestro sentido Buenos Aires.