El Rusito Elías

Nombre real: Borovsky, Elías
Bailarín
(1916 - 1986)
Lugar de nacimiento:
Por
Guillermo Bosovsky

no de los grandes milongueros anónimos.
Se llamaba Elías Borovsky. Por error de un funcionario al emitir la libreta de enrolamiento, a los dieciocho años la r del apellido se transformó en s. Nació en Buenos Aires, en 1916. Hijo de inmigrantes, su padre era ruso y su madre polaca.

Se crió en ambiente de tango. Desde los primeros años de la adolescencia compartía las largas horas de prácticas que su hermano mayor, un gran milonguero, tenía con sus amigos. Este hermano mayor, Simón, se casó más tarde con Rosita, también una gran milonguera y siguió concurriendo a los bailes durante años después de haberse casado.

Elías no estaba destinado para el mundo de la empresa, la religión, la formalidad, el culto al dinero. Su religión era el tango, y era un perfeccionista.

Era pintor de paredes, y hacedor de todo, habilidoso con las manos como lo era con el baile. Pero en realidad nunca le llegó a interesar el trabajo como le interesaba el baile. Y esto en un sentido pleno, también referido al tango: nunca actuó como profesional. En muchas ocasiones hacía exhibiciones en los más famosos salones de su época.

Lo apodaban “El Rusito Elías”. Se pasó la vida enseñando a grupos, a bailarines profesionales, perfeccionando o enseñando a hacer coreografía a parejas que actuaban en teatro o televisión. Todo eso sin cobrar. Era por puro perfeccionismo: no podía soportar que se bailara mal y que estuvieran dando espectáculos por teatro o por televisión bailarines mediocres.

Desde su adolescencia se dedicó durante años a practicar, perfeccionar pasos y giros, crear figuras... Después, ya desde antes de los dieciocho años, pasaba las noches en las milongas.

A los dieciocho o diecinueve años pintaba un salón de tango “La Buenos Aires” y se fue de la casa de los padres para dormir en un estante del guardarropas, en el que se quedaba después de haber ejercido su autoridad durante el baile. En esa época lo conoció el tano Humberto Martucci, otro gran milonguero que después sería su cuñado y que, la misma noche que lo vio bailar al Rusito y se hizo su amigo, también se fue de la casa de sus padres y se quedaba a dormir en otro estante del guardarropas. Más tarde estos amigos se harían familia, al casarse con las hermanas Felicia (“Nilda”) y Anita (“La Gallega”), las novias con quienes habían bailado y habían hecho exhibiciones en las milongas.

El Rusito Elías llegó a elaborar a fines de la década del treinta y principios del cuarenta, junto a otros grandes milongueros de su generación, un desarrollo importante en la técnica del baile, con un estilo muy depurado, elegante, preciso, fruto de los años de intensa práctica y estudio. Su paso básico no era igual al que se baila hoy: salía con la izquierda, daba otros dos pasos, enderezaba el frente y cerraba con la derecha. En medio de esa posible secuencia aparentemente simple de cuatro pasos intercalaba todo tipo de giros, figuras, enrosques y desenrosques.

Improvisaba todo el tiempo. Si bien tenía un repertorio amplísimo de figuras y recursos expresivos, su forma de concebir el baile le permitía ir creando sobre la marcha situaciones y figuras a partir de los cambios de ejes en los giros y medios giros. Tenía un perfecto equilibrio y en el baile hacía culto a la elegancia, al carácter de los pasos, a la precisión y limpieza de las figuras, a la cadencia musical.

Despreciaba tanto a los “verduleros” de la milonga, aquellos que acumulaban “verduritas”, una sobrecarga barullera de acciones en medio de un gran descuido de la calidad y la postura, como a los que hacían acrobacias cambalacheras en los escenarios, un tango-fantasía sin sustento sólido en las raíces populares.

Vivió siempre muy pobre, porque nunca le interesó el dinero. En esa época no era habitual que un milonguero pudiese vivir del tango o que ganara dinero con lo que era su pasión. Era muy sencillo en sus costumbres y en sus relaciones con los demás, pero sentía el orgullo de saberse parte de una casta superior, la de los milongueros de elite.

Enseñó a bailar a mucha gente, incluidos algunos bailarines profesionales a los que perfeccionaba y les enseñaba a crear coreografía.

Respecto a las orquestas, tenía muy definidas sus preferencias y sus rechazos. Las escuchaba solamente con el corazón y con los pies: además de sus ídolos de juventud, en los años maduros amaba principalmente a Osvaldo Pugliese en la misma medida en que rechazaba a Piazzolla, porque, según él pensaba, había destrozado el tango bailable. Nunca entendió que una orquesta tocase tangos sólo para ser escuchados, y en esos tiempos de protagonismo piazzollano el baile estaba contra las cuerdas.

En 1960 el Rusito tuvo un estímulo para transformarse en profesional: la orquesta de Mario Canaro, hermano de Francisco, le propuso formar la pareja de baile para un espectáculo que iba a realizar una gira por Latinoamérica. El comienzo de la gira iba a ser en Lima, Perú. Fue la primera vez que Elías viajaba en avión, y era el orgullo de todo el barrio. El destino quiso que nunca llegara a ser profesional: el día que iban a debutar, la compañía entera sufrió una intoxicación que los llevó a todos, el Rusito incluido, al hospital, y después de vuelta para Buenos Aires.

En sus años maduros vivió con el temor de que el tango desapareciera, porque le tocó padecer la época negra en que éste fue excluido de los circuitos de la industria cultural y los medios de comunicación.

Fue un milonguero típico, uno de los tantos anónimos creadores del tango en aquellos años épicos del treinta y el cuarenta, aquéllos que desarrollaron, hasta un nivel extraordinario de sofisticación, los fundamentos del baile actual, el arte de su enseñanza y las bases de su profesionalización. Nunca fue filmado. De él y de otros que carecieron del soporte de la industria cultural, con un cine y una televisión a los que el tango bailado no interesaba, sólo quedó un patrimonio que heredaron, inevitablemente sin conciencia y sin memoria, los milongueros, los profesores y los profesionales actuales.

Hoy no quedan documentos, ni filmaciones, ni testigos vivos de aquellos años épicos, finales del treinta y principios del cuarenta, en los que el Rusito destacaba en las milongas. Petróleo, uno de los grandes milongueros que lo llegó a conocer personalmente en aquella época, todavía se acordaba de él, y de su hermano Simón, ¡cincuenta años después!, según le relató a Mingo Pugliese poco antes de morir.

El Rusito Elías murió en Madrid en 1986, sin saber que aquellas botellas lanzadas al mar mediante la paciente transmisión a tantos alumnos, habían sido recogidas años después por muchos, que el tango estaba comenzando a renacer y que volvería a ser bailado por mucha gente, no sólo en Buenos Aires sino también, como en los años de gloria, en Europa, Estados Unidos y otros lugares.