Por
Oscar Zucchi

igura patriarcal del tango, fueyero de la época heroica, cuando se habla de los bandoneonistas destacados del período en que el bandoneón pasó a ser el instrumento más representativo de los conjuntos dedicados a la ejecución del género típico, suele ser sistemáticamente marginado con total injusticia. Su aporte a la definitiva adopción e imposición del mismo, y por ende del tango en los distintos ambientes y estratos sociales ha sido valioso y decisivo.

Por lo tanto, creemos que su nombre merece ser reubicado en un plano de igualdad, en lauros y glorias, con las figuras próceres de Vicente Greco, Juan Maglio, Genaro Espósito, Arturo Bernstein, Eduardo Arolas, José Arturo Severino y Vicente Loduca, que transitaron el derrotero marcado por ese antecesor fundamental que fue Domingo Santa Cruz.

En el terreno de la composición trajo al tango esa brisa pampa sureña, la misma que soplara en los tangos de Greco, de Firpo, de Posadas, de De Leone, de Raimundo Petillo, de Arolas –en parte de su producción–, de El Gallego José Martínez y El chino Agustín Bardi. También en su faz de director, fue su famoso Quinteto Augusto, uno de los de mayor renombre y aptitudes de su época y, en las posteriores formaciones, evidenció un notorio afán de superación.

En las postrimerías de su extensa trayectoria directriz, siguió un criterio similar al adoptado por Maglio, Canaro y Firpo, estructurando una planta instrumental numerosa, con estribillista, dando cabida en sus filas a elementos jóvenes y capacitados, como el notable bandoneonista Eduardo del Piano y el promisorio y todavía desconocido cantor Ángel Vargas.

Asimismo cumplió un destacado papel como gremialista, llegando a desempeñar la presidencia de la Sociedad de Autores y Compositores (SADAIC).

Nació en la ciudad de Bahía Blanca, situada al sur de la provincia de Buenos Aires, a 600 kms. de la Capital. A los cinco años se radicó con su familia en el tanguero barrio de Villa Crespo.

Aprendió sólo a tocar el mandolín y la guitarra y más tarde estudió violín.

Pero en 1905, inicia el aprendizaje del bandoneón, instrumento que lo entusiasmó oyendo ejecutar a los primeros bandoneonistas: Santa Cruz, Pablo Romero, Sebastián Ramos Mejía. Una vez, al ser preguntado quien era Ramos Mejía, si era un aristócrata por el apellido, contestó: «No, era un negro que trabajaba de cuarteador en el tranvía.»

Berto sostenía que el tango había nacido mucho antes que ser conocido en el barrio de La Boca. Y decía: «...el tango se bailó en las baterías de Retiro. Lo bailaba el bajo pueblo, la chinada, con un compás que no se ha vuelto a usar después». Luego agrega: «Enseguida lo llevaron al corazón de la ciudad y las primeras reuniones se hicieron en la calle Sarmiento frente a la cortada Carabelas. Bastante tiempo después, allá por 1904 se lo llevó a las Romerías de Palermo.»

Sobre el primer bandoneón cuenta: «Lo importó del viejo mundo Don Tomás, (El Inglés, por Tomás Moore), un personaje extraordinariamente simpático. Y el primer bandoneonista que yo conocí fue José Scott, un matarife que lo ejecutaba bastante bien. El primer café que tuvo bandoneón estable en su tablado fue La Morocha ubicado en el límite de los barrios de Villa Crespo y Almagro.»

Su maestro de bandoneón fue José Piazza, (Pepín), quien también inició en el instrumento a Pedro Maffia. Con el tiempo se hizo autodidacta y confeccionó sus propios ejercicios sobra la base de la teoría musical que ya conocía. Así nació su método de bandoneón, el que luego habría de ser cuna de tantos músicos.

Alrededor del año 1906, se ubican sus comienzos como profesional, en la ciudad de San Martín, pueblito en aquel entonces que está ubicado en el límite noroeste con Buenos Aires, en La Milonga de Don Juan y doña Virginia, junto a Antonio Scatasso, el compositor de “Ventanita de arrabal”.

Poco tiempo más tarde, actuó en una quinta de Floresta con un cuarteto con violín, guitarra y flauta. Es por esa época que data su primer tango: “La payanca”. «La improvisé una noche en que los bailarines habían agotado el repertorio. Después de setenta u ochenta piezas seguidas había que improvisar.»

Siguió luego con la orquesta de su maestro Pepín Piazza en el café La Morocha, para continuar en los nocturnos cafetines de Montserrat, en diversos peringundines de San Telmo y en los cafés con camareras de La Boca, hasta que enfila para el centro.

En 1910, actúa en el Café de los Loros, bautizado con ese nombre porque era frecuentado por el personal de la Compañía de Tranvías Lacroze, que tenía un uniforme verde. La formación era un trío que luego se convirtió en cuarteto y que estaba integrado por el violinista Julio Dutry, (El Francés), José Martínez (El Gallego), en el piano y el flautista Vicente Pecci, (El tano Vichenzo).

Dos años más tarde, conforma con gran éxito un trío con Francisco Canaro en el violín y Domingo Salerno en guitarra. Las mentas ganadas por el trío llegaron a los oídos de un joven de quince años, Osvaldo Fresedo, quien se corrió una noche a escucharlo.

Como culminación de su ascendente carrera, Berto fue requerido para grabar por el sello Atlanta, de la firma Améndola y Cía. Y en 1913 debuta en el disco dirigiendo su Quinteto Criollo “Augusto” acompañado en el violín por Doutry, Salerno en la guitarra, el piano de El Gallego Martínez y la flauta de Luis Tesseire.

Pese a figurar en las etiquetas como quinteto, el piano no aparece en las grabaciones. La serie comienza con el tango de José Martínez, “La torcacita” y la polca “La cocota” de Berto.

Resultaría muy extenso enumerar en su totalidad la carrera de este gran músico, sintéticamente resumiremos sus actuaciones más importantes. Inaugura el Café Parque, de Lavalle y Talcahuano, y el cabaret Montmartre, luego fue la primer orquesta que hace un baile de carnaval dentro del Teatro Nacional, hasta entonces sólo lo hacían las bandas. Más tarde, las recordadas actuaciones en el Bar Domínguez de la calle Corrrientes, sus registros discográficos para las empresas Victor y Columbia y, en 1918, su paso por el Bar Central de la Avenida de Mayo y Piedras con un cuarteto integrado por Peregrino Paulos y Horacio Gomila en violines y Domingo Fortunato al piano.

En 1920 ameniza el séptimo baile del Internado para el cual compone su tango “El séptimo” Después retorna al sello Victor y en 1924 hace su última placa para el sello Ideal con su tango “Papá en puerta” y en el acople, “Bichito” de Marini. Ese mismo año se le confía la dirección de la orquesta del Teatro Opera y cuenta con el cantor Juan Carlos Marambio Catán, quien estrena su tango “Perjura”.

En 1926 emprendió una extensa y afortunada gira con una compañía teatral. Al respecto nos dice: «...una gran experiencia fue sin duda la gira que hice con mi orquesta acompañando a la compañía de Camila Quiroga. Fue larguísima. Varios años de viaje. Todo el Pacífico, todo Centro América, Antillas, Cuba, México, Norteamérica y España». En Nueva York actuó acompañado por el eximio violinista Remo Bolognini, en el Manhattan Opera House.

Sin duda, de su importante producción autoral sus tres temas más importantes son “La payanca”, “Don Esteban” y el muy difundido “Dónde estás corazón” con letra de Luis Martínez Serrano, pero además están entre otros, los tangos “Azucena”, “Belén”, “Curupaytí”, “De la vida milonguera”, “Don Adolfo”, “El periodista”, “El séptimo”, “Fray Mocho”, “Jenny”, “La biblioteca”, “La oración”, “La telefonista”, “Papá en puerta”, “Perjura” con letra de Luis González, “Presidio” con letra de Jesús Fernández Blanco, “Recóndita”, “Que bronca”, “Que dique”; los valses “Penas de amor”, nuevamente con Fernández Blanco, “Corazón de madre”, “Dulce quietud” y “A merced de las olas”; las polcas “La cocota” y “La oportuna” y la marcha “Sarmiento”.

En el otoño de 1953 se detuvo su corazón. Desaparecía un hombre que como Canaro, como Firpo, como Maglio no pueden tener reposición. Parafraseando al poeta: «vacíos imposibles de llenar». Fue además, un señor en todo sentido, generoso, honesto y querido en el ambiente. Entre los muchos tangos que se hicieron en su honor, sólo uno como muestra, “Quejas de bandoneón”, de Juan de Dios Filiberto, cuya partitura reza: «dedicado a mi amigo Augusto Berto».