Por
Ricardo García Blaya

o puedo escribir sobre Leopoldo sin evocar mi casa los sábados por la mañana cuando mi viejo leía el diario en el living escuchando música. Por allí desfilaban Charles Trenet, Bing Crosby, Carlos Gardel, Ángel Vargas, Aníbal Troilo mezclados con la Quinta Sinfonía de Beethoven, Vivaldi y Gershwin. Un día apareció un cantante que me llamó la atención, era Julio Sosa.

Gracias a papá yo había adquirido gusto por el tango, especialmente por Gardel y Edmundo Rivero y debo reconocer que esa irrupción me conmovió. No era únicamente el cantor, era todo, la música, las letras, la orquesta. Comenzaban los tiempos de la alta fidelidad y eso sonaba distinto, con otra fuerza. El viejo me explicaba que Federico era un gran músico y que eso resaltaba la labor del cantor, «Un verdadero lujo». me decía.

El tiempo le dio la razón, Leopoldo es un lujo que merece estar en la galería de los más grandes bandoneones del tango junto a Pedro Maffia, Pedro Laurenz, Ciriaco Ortiz y Troilo.

Su sensibilidad interpretativa y su obra como compositor lo distingue entre los músicos de su generación. Es sin duda, en la actualidad, el más grande y talentoso, con la humildad propia de los virtuosos tanto en la música como en la vida.

Tuve oportunidad de charlar con él un par de veces de su carrera y sus proyectos, en su despacho de la Asociación Argentina de Intérpretes (A.A.D.I.) institución de la cual es el presidente. Me contó que en sus inicios tocaba en una orquesta de barrio, que aprendió armonía con Félix Lipesker y Carlos Marcucci, que siguió estudiando con Francisco Requena y que grabó algunos tangos con la orquesta de Juan Carlos Cobián, allá por el 44.

También tuvo un paso fugaz por las orquestas de Alfredo Gobbi y Víctor D'Amario y en 1946 integra la orquesta de Osmar Maderna como primer bandoneón.

Al año siguiente, Alberto Marino forma su orquesta con la dirección del violinista Emilio Balcarce y lo invita a integrarse a la fila de bandoneones. En esos años con un único trabajo no alcanzaba y esto obliga a Leopoldo alternar con otras orquestas, Mariano Mores, Héctor Stamponi y alguna más.

Me cuenta de su breve pero provechoso paso por la orquesta de Carlos Di Sarli, que lo marcó para toda la vida. De su peregrinaje por la formaciones de Osvaldo Manzi, Lucio Demare y Horacio Salgán hasta llegar a su primer experiencia como titular junto a su amigo el pianista Atilio Stampone.

Corría el año 1952 y el cabaret Tibidabo y Radio Belgrano se llenaban de su música. El rubro Stampone-Federico contaba con los arreglos de Argentino Galván y las voces del legendario Antonio Rodríguez Lesende y Carlos Fabri. Llegan al disco ese mismo año para el sello TK con dos registros “Tierrita” y “Criolla linda”.

La década del cincuenta todavía le tenía preparadas algunas sorpresas. Es convocado en 1955 por Astor Piazzolla para reemplazar a Roberto Pansera en su mítico Octeto Buenos Aires con el que registra memorables versiones de obras antológicas del género; luego, en 1959, graba su primer disco 78 rpm dirigiendo su propia orquesta y a fines de ese año, pese a su bien ganado prestigio y su cada vez más sólida carrera, se vincula con Julio Sosa en su nueva condición de solista y deja todo para acompañarlo.

Lejos de generar un retroceso en su vida artística, la relación con Sosa lo ubica en el primer plano del espectáculo tanguero y el lo siente de ese modo cuando afirma que nunca tuvo tanta responsabilidad, tanto trabajo y tanto éxito. Grabaron 64 temas para el sello CBS Columbia. Los dos primeros: la canción “El rosal de los cerros” y el tango “Madame Ivonne” el 8 de noviembre de 1962. Los dos últimos: “Siga el corso” y “Milonga del novecientos” el 18 de noviembre de 1964.

Es indudable que el cantor uruguayo le debe mucho a este gran músico que además de darle un marco musical de excelencia, lo llevó a abordar temáticas hasta ese momento no explotadas por «El varón del tango». Así aparecieron temas románticos como “Nunca tuvo novio”, “El último café” o el recordado registro de “Que falta que me hacés”, uno de los más grandes éxitos del binomio.

Resulta muy extenso el detalle de su carrera profesional después de esta etapa, cuyo fin fuera provocado por la intempestiva muerte del cantor, pero no podemos soslayar su asociación con el guitarrista Roberto Grela en el Cuarteto San Telmo, una especie de rememoración del legendario cuarteto Troilo-Grela, pero con estilo propio. De esta unión surgieron inolvidables registros fonográficos: “Amurado”, “A la Guardia Nueva”, “El africano”, “El Pollo Ricardo”, “A San Telmo” y la excelente versión de “Danzarín”, entre otros.

Por su orquesta pasaron las voces de Carlos Gari, Roberto Ayala, Laura Esquivel, Aldo Fabré, Mariano Leyes, Carlos Alcorta y como cantantes invitados a Yoichi Suigawara de Japón y Eino Gron de Finlandia.

Su obra autoral es magnífica, con temas que me conmueven infinitamente como su “Bandola zurdo” o “Capricho otoñal” y otros que ya son clásicos como “Cabulero” que Piazzolla rebautizó “Neotango” y “Sentimental y canyengue” grabado por las orquestas de Horacio Salgán y Osvaldo Pugliese, nada menos.

También podemos mencionar: “Pájaro cantor”, “Retrato de Julio Ahumada”, “Milonguero de hoy”, “A Héctor María Artola”, “Minguito Tinguitella” con Roberto Grela, “El Polaco”, “Preludio nochero”, “Alma de tango”, “Siempre Buenos Aires”, “Diagonal gris” y “Cautivante” entre más de 50 composiciones.

Fue un hombre viajado, que tuvo permanentes invitaciones para tocar en todas partes. En Japón estuvo en los años 1976, 1985 y 1991, en Francia, en 1980, en Finlandia en 1990 y anduvo por Sudamérica actuando en Brasil en 1986, en Chile, en 1971 y en 1991, también en Colombia en 1983 y en cientos de escenarios de todo el mundo.

Que más decir de este magnífico artista que representa el mejor tango de siempre y que une a sus dotes musicales, una notable calidad humana. Simplemente recordarlo y que estamos muy agradecidos por darnos tanta música y tanta belleza.