Por
Horacio Loriente

e padre argentino y madre uruguaya —de Paysandú— nació Joaquín Mauricio Mora en Buenos Aires, el 22 de setiembre de 1905. Vivió niñez y adolescencia cerca de los patios de los studs de Palermo, donde su padre desempeñaba sus tareas. A los once años inició estudios musicales bajo la égida de los maestros Antonielli y Romaniello.

En 1916, ingresó al conservatorio Santa Cecilia graduándose profesor de piano en 1921. Inició cursos de perfeccionamiento con Arturo Luzatti, culminándolos con recitales de piano en el salón La Argentina.

Desde los dieciocho años comienza a actuar en bailes y reuniones con músicos de intrascendente trayectoria y un año más tarde es el pianista del cuarteto de Graciano De Leone en el salón La Argentina, precisamente el lugar donde culminara sus estudios superiores.

Así llegamos a un acontecimiento casual que resultara trascendente en la trayectoria de Joaquín Mora. Después de un ensayo en su casa, su amigo el bandoneonista José Fiotti dejó allí su instrumento. La curiosidad tentó a Mora para sacar unas notas y abordar un pasaje de la melodía de “La cabeza del italiano”, tango de moda de la época. Entusiasmado por haberlo logrado, compró un bandoneón a pagar en cuotas con el que venía un método de aprendizaje. En poco tiempo se convertiría en excelente bandoneonista. En tal carácter debuta en la orquesta de Antonio Bonavena, en 1928, y, por entonces, escribe su primer tango a medias con José Fiotti, titulado “Viejo barrio”.

Forma parte luego de un trío con Eduardo Pereyra y Alcides Palavecino, trabajando en un café de Flores. El autor de “El africano” sería de enorme gravitación, afiliándose definitivamente en la tendencia romántica, en creación e interpretación del tango.

En 1929, Joaquín Mora revista en las filas de Vicente Fiorentino con su violín, junto al pianista Plácido Simoni Alfaro y Francisco Fiorentino, bandoneonista a su lado.

Trabaja intensamente y entonces Alberto Cima, que regresaba de Europa lo convoca para formar parte de su conjunto, presentándose en un café de Parque Patricios, ya en 1930. Esa pequeña orquesta la integraban su director y Joaquín Mora, bandoneones, Luis Minelli, piano y el violinista Luis Cuervo.

Mora está presente en las grabaciones para el sello Columbia de la orquesta Bonavena y de la típica Columbia dirigida por Alberto Castellanos y con Bonavena realiza una exitosa temporada en Radio Prieto.

Crea entonces algunos tangos de extraordinaria belleza: “Divina”, al que pusiera letra en 1934 Federico Saniez, “Nupcia”, “Leyenda” y “Mi estrella”. Nos recordaba Joaquín Mora, muchos años más tarde, que, a propósito de la estructura de “Mi estrella”, que es uno de sus grandes tangos, un amigo músico le decía por entonces: «¿Por qué no hacés tangos como los demás autores?».

A fines de 1930, junto a Orestes Cúfaro, pianista que había sido compañero en la orquesta Bonavena, y el violinista Roberto Zerrillo, acompañaron a Azucena Maizani en su viaje a Europa, realizando sus presentaciones en España, Portugal y parte de Francia. Dentro de esa gira, encontrándose en la ciudad española de León, Mora compuso su tango “Yo soy aquel muchacho”, que complementaría años más tarde con el violinista Vicente Russo y los versos de Máximo Orsi.

Joaquín Mora se incorpora a la orquesta de Irusta-Fugazot-Demare en España. Al retornar a Buenos Aires, casi a fines de 1933, pasa a trabajar en la orquesta de Vicente Russo en Radio Splendid. Allí, además de complementarse, “Yo soy aquel muchacho”, también en colaboración con el director de la orquesta da a conocer su tango “Ushuaia” y, en el carnaval de 1935, reforzando la orquesta de Miguel Caló en los bailes del teatro de la Opera, al terminar una actuación, comprobó que le habían robado su bandoneón. Esta imprevista circunstancia marca un nuevo rumbo artístico a sus actuaciones, volviendo definitivamente al piano, creando su gran estilo de interpretación.

Desde el citado acontecimiento, Joaquín Mora forma su orquesta, actuando muy fugazmente y decidiendo formar un trío con dos cantores, al estilo de Irusta-Fugazot-Demare, convocando a esos efectos a Antonio Rodríguez Lesende y Héctor Morel (Héctor Cardinale). Morel-Lesende-Mora ha quedado en el recuerdo de los nostalgiosos como una expresión de originalidad y exquisita calidad.

Paralelamente, entre 1936 y 1937, se dedicó al acompañamiento de cantores y cancionistas. En forma especial se destaca su presencia junto a Cayetano Puglisi y Ciriaco Ortiz en las presentaciones de Hugo Del Carril en Radio El Mundo y con dos cantores, Héctor Achával y Mario Podestá encabezó otro trío, con presencia ante micrófonos de la desaparecida Radio Ultra.

Nos refiere el Dr. Luis A. Sierra dos acontecimientos que nos retrotraen en el tiempo, al año 1934. En una madrugada, junto al piano, en el apartamento de José Pascual, Mora sacó de su bolsillo un pequeño papelito conteniendo los versos que Julio Jorge Nelson le entregara en el café Los 36 Billares, de la calle Corrientes, los leyó y surgirían enseguida las notas de “Margarita Gauthier”, uno de sus mayores éxitos musicales. Y fue también por entonces que Alfonso Ortiz Tirado estrenara “Divina”, página romántica preferida desde siempre por todos los solistas de piano y bandoneón del tango y también de los cantores.

Entendemos que se hace necesaria la mención de obras de Joaquín Mauricio Mora para dar una imagen, cuanto menos aproximada de la dimensión de un gran compositor: “Si volviera Jesús”, con versos de Dante A. Linyera (1935); “Esclavo”, “Cofrecito” (vals) y “En las sombras”, los dos primeros con José María Contursi (1936); “Como aquella princesa” (1937), “Frío” (1938) y “Más allá” (1939) todos con José María Contursi.

Consignamos dos colaboraciones con autores uruguayos: “Canción de junio (Sol de invierno)”, versos de Ignacio Domínguez Riera y “Dos banderas (Himno del Río de la Plata)”, con letra del entonces periodista Onofre Mir, estrenado en el Círculo Oriental de Buenos Aires.

En el año 1941, arregla un excelente conjunto típico que se presenta en Radio Belgrano, la orquesta de Ebe Bedrune, que procedía de la ciudad de Rosario y, un par de años más tarde, emprende una gira recorriendo toda América, con radicación más o menos estable en Medellín hasta 1959 y, finalmente, en Panamá. Allí interpretaría toda suerte de géneros musicales, desde el piano o desde el órgano.

A fines de 1978, regresó a Buenos Aires, habían pasado 35 años. Le decía al diario La Prensa, el 8 de diciembre de 1978: «Me cansé de sentirme extranjero, se me hizo insoportable. Y he vuelto a casa». Ya estaba entonces gravemente enfermo y, por otra parte, sus amigos, casi todos ellos, ya no vivían, circunstancia que le provocó gran tristeza y un día, silenciosamente, como había llegado, retornó a Panamá. De allí nos enteramos, en un escueto cable, la noticia de su deceso, acaecido el 2 de agosto de 1979.

Tuvimos el privilegio de mantener por años correspondencia con Joaquín Mora, cumplido caballero y amigo por sobre todo. Quería mucho al Uruguay, «porque de allí era mi madre», nos decía.

«Las formas de expresión de esta gran figura del tango encierran la difícil conjunción de la sencillez melódica y la sugestiva riqueza de un original ornamento armónico, que define y caracteriza la labor autoral de uno de los más admirables cultores del tango». Estos son los certeros y admirables conceptos trazados por la magistral pluma de Luis Sierra en un trabajo que nos dedicara.

Originalmente publicado en Ochenta notas de tango. Perfiles biográficos, Ediciones de La Plaza, Montevideo 1998. Auspiciado por la Academia de Tango del Uruguay.