Por
Gaspar Astarita

uchas razones son coincidentes para considerar a Horacio Sanguinetti como una de las plumas que ayudaron a prestigiar la literatura del tango, especialmente en el tramo, justificadamente famoso, que ha quedado clavado en la historia del género como La Década del Cuarenta.

A esa calificada e inolvidable hornada de músicos, compositores, autores e intérpretes, perteneció Horacio Sanguinetti. Por sensibilidad, por temperamento y por militancia generacional, trascendiendo cómodamente en ella a través de una fecunda producción —rica y notoria—, que si bien tiene algunos altibajos, está considerada y consagrada en su mayoría, por títulos que se han impuesto holgadamente al olvido.

Del nivel e importancia tanguística de esta labor creativa es prueba contundente el hecho de que, a lo largo de toda la década, no hubo orquesta importante que no grabara alguna de sus obras. Todas, desde Aníbal Troilo a Juan D'Arienzo, desde Carlos Di Sarli a Ángel D'Agostino, desde Miguel Caló a Alfredo De Angelis, desde Osvaldo Pugliese a Rodolfo Biagi, pasando por Osmar Maderna, Julio De Caro, Lucio Demare, Antonio Rodio, en fin todas, incluyeron en sus repertorios los títulos más resonantes de este autor. Y tales fueron sus impactos, que muchas de esas composiciones llegaron al disco en forma simultánea, interpretadas por dos o más conjuntos.

Volcó su inspiración en la canción popular por conducto de un lenguaje siempre pulcro y cuidado, en el cual, junto a no pocos giros auténticamente poéticos, hizo prevalecer su gran destreza de letrista. Es decir que conjugó, el arte con la artesanía. Y abordó generalmente, el gran tema del tango: el del amor, que trató con romántico vuelo en muchas situaciones diferentes.

Es de hacer notar que en su copiosa producción hay otros temas recurrentes. El del mar, por ejemplo, sería uno: “Tristeza marina”, “El barco María”, “Con ella en el mar”, “Novia del mar”, etc. Además el tema de París, volvió a repetirse en muchos de sus tangos: “Viviane de París”, “Bohardilla”, “Ivón”, “Flor de lis”, “Arlette”, “La canción de mi tristeza”, etc. E introdujo en el tango el motivo oriental: “Gitana rusa”, “Oriente”, “En el Volga yo te espero”, etc. El clima afro-tamborilero fue tratado reiteradamente por Sanguinetti: “Alhucema”, “Liula la misteriosa”, “María Morena”, “El barrio del tambor”, “Macumba”, “Corazón de tambor”. Los que sí estuvieron ajenos en lo primordial de su producción fueron los temas camperos y el lunfardo.

Como ya dejamos señalado, su sostenido aluvión creativo dejó numerosos títulos que fueron sucesos en el momento de su aparición y que aún siguen vigentes en la difusión, lo que los ha hecho acceder al conocimiento, al gusto y a la aprobación de nuevas generaciones de tangueros.

No obstante, y ya en el terreno de tomar partido por algunas de sus obras, donde se define mejor su estilo, su técnica y su oficio, deberemos inclinarnos por “Nada”, “Los despojos”, “Moneda de Cobre”, “Tristeza marina” y “Arlette”.

Muy poco se sabe sobre la vida de Horacio Sanguinetti. He rastreado descendientes muy difíciles de encontrar. Incluso los que aún perciben los derechos de autor en SADAIC, quienes nada me han aportado al respecto. Mi búsqueda de una fotografía, aunque más no fuera una, ha sido también infructuosa.

En cuanto a sus obras quiero dejar aclarado que al hablar de las fechas de aparición de los títulos, lo haremos tomando el año de grabación de cada uno de los mismos. Es posible que algunas de aquellas obras hayan estado compuestas mucho tiempo antes.

Hacia 1939 aparece el nombre de Horacio Sanguinetti en una bellísima canción serrana que grabó Ignacio Corsini, “Morocha triste”, con música del guitarrista Enrique Maciel:

despacio la caravana,
burritos bajan del cerro,
detrás va la provinciana
acompañada 'e su perro.


A esa aislada aparición le sucede en 1940 una milonga, compuesta en colaboración con Edgardo Donato, “Porteña linda” y, en 1942, uno de sus primeros sucesos “Gitana rusa”, con música de Juan Sánchez Gorio. (Recomendamos leer la crónica de Julio Nudler La gitana judía)

En 1943, irrumpe su nombre con fuerza, cantidad y calidad de títulos. Casi sin interrupción da a conocer: “Tristeza marina”, “Moneda de Cobre”, “Arlette”, “El barco María”, “Corazón de carbón”, “Palomita mía”, “El barrio del tambor” y “Aquellos besos”.

El año 1944, marcará el momento mayúsculo de sus obras y de sus éxitos. Se estrena su mejor obra, o tal vez la más difundida: “Nada”, que alcanzaría con el correr del tiempo incontables grabaciones. Y sin solución de continuidad siguen: “Oriente”, “Bohardilla”, “Alhucema”, “Rosa celeste”, “Magnolia triste”, “Flor de lis”, “El lecherito”, “La gran aldea”, “Trotamundos”, “En el fondo del mar”.

El siguiente año continúan los éxitos: “Discos de Gardel”, “Ivón”, “Paloma”, “Zapatos”, “Mis amores de ayer”, “Mañana no estarás”, “Nieve de amor”, “Hoy te quiero mucho más”. En 1946 quedan registradas “Viviane de París”, “Con ella en el mar”, “Noche de tangos”, “Historia de amor”, “Café” y “La canción de mi tristeza”.

En 1947, aparece su memorable: “Los despojos” y también “Amiga”, “Era en otro Buenos Aires” y la milonga “Pueblera”. En 1948, “Milonga para Gardel” y posteriormente “Barro”, “Bailarina de tango”, “Viejo cochero” y el vals “Esmeralda”.

Las obras enumeradas representan lo más significativo de su inmensa producción. Falleció en Montevideo, Uruguay.

Extraído de la revista Tango y Lunfardo, Chivilcoy.