Por
Orlando del Greco

ianista, director, compositor, autor y destacado boxeador en su juventud. Hijo del dramaturgo José González Castillo con quien brindó sus mejores páginas a la canción popular.

Primero estudió violín después el piano, y a los diez años de edad compuso su primera música: un tango llamado “Canyengue” lleno de errores de gramática musical, por lo que consideró a “Organito de la tarde” como su primera obra. Este tango lo presentó en el primer concurso que realizara la casa Max Glücksmann a fines de 1924 para sus discos Nacional obteniendo el tercer premio.

Enriqueció nuestro cancionero con sentidos tangos hechos en colaboración de su padre, de Nicolás Olivari, Alberto Franco, Edelmiro Garrido, Aníbal Troilo, Mariano Mores, Sebastián Piana, Homero Manzi, etc., y son muchos los que el pueblo hizo suyos: “Viejo ciego”, “Tinta roja”, “María”, “La calesita”, “El aguacero (Canción de la Pampa)”, “El último café”, “Juan Tango”, “La última curda”, “El último farol”, “Una canción”, “Café de Los Angelitos”, “Patio mío”, “El patio de la Morocha”, “Tango sin letra”, “Domani”, “Color de barro”, “Anoche”, “La cantina”, “Papel picado”, que sumados a los que le grabó Carlos Gardel, “Caminito del taller”, “Organito de la tarde”, “Silbando”, “Acuarelita del arrabal”, “Aquella cantina de la ribera”, “Juguete de placer”, “Corazón de papel”, “La violeta”, “Sos de la Quema”, costará olvidarlas.

Otras, de muchos méritos también, no tuvieron empero la misma suerte; tales como “Chirimoya”, “Invocación al tango”, “El circo se va” (tango que también cantó Gardel), “Siete leguas”, “Diez años pasan”, “Caserón de tejas”, “Dinero, dinero”, “Maleza”, “Cornetín”, “Luna llena”, “Música de calesita”, “La madrugada”, “Naná”.

Después de recorrer buena parte de América, Europa y Africa (de chico viajó con su progenitor), resolvió en 1928 actuar en España con una orquesta a su nombre que integraron, además de él, los hermanos Carlos, Alfredo y Ricardo Malerba, Miguel Caló, Armando Flores y el cantor Roberto Maida. Antes integró la orquesta Sureda.

Por radio dirigió un trío vocal y musical; escribió canciones para el cine nacional. Fue profesor, secretario, vicedirector y director del Conservatorio Municipal de Música de la ciudad de Buenos Aires, por espacio de 27 años y presidente de SADAIC.

Hizo periodismo en los diarios La Última Hora, El Nacional y revistas como Antena, Cantando, Radiolandia, Sadaic.

Para el teatro escribió El patio de la morocha, Cielo de barrilete, y publicó los libros Danzas Argentinas, Buenos Aires Tiempo Gardel. (Injusto olvido si no recordamos que en 1931 viajó con su padre a Madrid y París con la compañía Luis Bayón Herrera y Manuel Romero).

A Gardel lo conoció cuando era un niño, pues siendo gran amigo de su padre José González Castillo, frecuentó su casa donde reuníase con fines artísticos. Recordándolo, contó para la revista Cantando la anécdota siguiente: «Por 1925 los amigos de Ignacio Corsini le dieron un almuerzo en el viejo Tropezón. El Caballero Cantor, que había ido con sus guitarristas, brindó a los comensales varias canciones; y, como entre los presentes estaba Gardel, le pidieron que cantara utilizando las guitarras del homenajeado. Pero el Morocho repuso: «Gracias: pero yo me acompaño solo». Y uniendo la acción a la palabra, tomó su rancho, se lo colocó a manera de guitarra, y con los dedos, hizo su propio acompañamiento. ¡Le aseguro que cantó como nunca!»

Castillo nació en Buenos Aires (Boedo) el 6 de agosto de 1906 y allí falleció el 19 de octubre de 1975.