Por
Roberto Selles

ue un auténtico evolucionista del tango, tanto en su calidad de ejecutante como de compositor. Como pianista, fue el primero en llenar con adornos en los bajos de los silencios de la melodía -procedimiento que sería luego sistematizado por Francisco De Caro-, además de su delicadeza en la interpretación.

Como compositor Juan Carlos Cobián es, junto con Enrique Delfino, el creador del denominado tango-romanza; en 1917, este último produjo "Sans Souci", y Cobián, "Salomé", con los que abrieron el camino para el tango de avanzada. A tal punto fue un evolucionista que las editoriales le rechazaban sus tangos iniciales por considerarlos «mal compuestos». La realidad es que estaban muy por encima de la música popular de la época.

Nació lejos de la ciudad que lo consagró, en Pigüe (provincia de Buenos Aires), el 31 de mayo de 1896 -hijo de Manuel Cobián, español, y Silvana Coria, argentina- y ya de pequeño se sintió irresistiblemente atraído por el piano de su casa, que tocaba su hermana Dolores, cuando ya la familia estaba radicada en Bahía Blanca. Admirada por lo que los dedos del pequeño conseguían arrancarle al teclado, Dolores influyó con los padres para que lo hicieran estudiar música. Así ingresó Juan Carlos en el Coservatorio Williams de esa ciudad, donde tuvo como profesor a Numa Rossotti, quien a su vez, fue alumno de Vincent d'Indy, en París, donde llegó a estrenar la "Berceuse heroïque", de Debussy.

En 1913, ya recibido, Cobián arribaba a la ciudad de Buenos Aires, y se ganaba sus primeros pesitos como pianista en un oscuro trajín por una cervecería alemana y varios cines, en los que ponía la cuota de música al silencio de las películas.

De allí pasó a tocar con uno de los más cotizados bandoneonistas del momento, Genaro Espósito, en un trío que completaba el violinista Ernesto Zambonini, autor de "La clavada" y hombre de facón al cinto. Juan Carlos estaba en la vereda opuesta de este músico: era el típico cajetilla al que le bastaban sus certeras trompadas, generalmente por cuestiones de polleras, ya que siempre fue un mujeriego empedernido.

En 1916, integró un trío con Eduardo Arolas en bandoneón y Tito Roccatagliatta en violín, en el escenario del cabaret Montmartre, que compartían con Pepita Avellaneda, la primera mujer que cantó tangos en público.

Ese mismo año era el de su servicio militar, que postergó por decisión propia y que debió cumplir forzosamente tres años más tarde, generalmente bajo arresto; no por nada compuso entonces su luego famoso "A pan y agua". Pero para entonces ya eran conocidos sus tangos iniciales: "Salomé", "El motivo", "Mano a mano" (que luego, a raíz del éxito del homónimo escrito por Gardel, Razzano y Flores, retituló "Viejo bandoneón"), "El orejano", "El botija", "La catanga", "Sea breve", "El trino", "El gaucho" y quizá algún otro.

Posteriormente, pasó a la orquesta de Arolas y luego formó trío con Ricardo González (Muchila) (bandoneón) y Julio Doutry (violín).

Después de algo más de un año bajo bandera en el Regimiento 2 de Infantería, obtuvo la ansiada baja y continuó con su vida normal, es decir, la que ocurría al amparo de las sombras nocturnas, entre buenos tangos, buen whisky y buenas minas.

En 1922, integró el sexteto de Osvaldo Fresedo, con el que estrenó su bellísimo "Mi refugio", en el Abdullah Club. Meses más tarde, al retirarse Fresedo de ese escenario, el gerente de la casa le propuso formar su propio sexteto. Y así lo hizo, con Pedro Maffia y Luis Petrucelli (bandoneones), Julio De Caro y Agesilao Ferrazzano (violines), Humberto Constanzo (contrabajo) y, por supuesto, él en el piano. No le duró demasiado tiempo: en 1923 dejó todo y corrió detrás de una dama hacia los Estados Unidos.

Poco antes, Julio De Caro se había alejado del conjunto por un malentendido con el director, y se llevó a Maffia y Petrucelli, es decir, la mitad de la formación. De Caro sumó a sus hermanos Francisco (piano) y Emilio (violín) y a Leopoldo Thompson (contrabajo) para constituir el famoso sexteto que revolucionaría definitivamente la ejecución del tango.

En el país del norte, se vio obligado a tocar jazz -alternando con alguno que otro tanguito- con su Argenine Band; secundó al crooner Rudy Vallée y puso música a los sofisticado cortes -o lo que fueran- de Rodolfo Valentino.

Fue en esas latitudes donde compuso los tangos "Me querés", "Ladrón, Vení vení" -los tres con letra del mexicano Luis Spúlveda-, el célebre "Nostalgias" y el son "Yes or no" (Sí o no), con versos de Al Stillman.

Otros de sus tangos son "Biscuit" (letra de F. Warley), "Los dopados" (Raúl Doblas y Alberto Weisbach, luego retitulado "Los mareados", con letra de Enrique Cadícamo), "La casita de mis viejos", "Gitana", "El cantor de Buenos Aires", "Shusheta", "Dolor milonguero", "Piropos", "Pico de oro", "Niebla del Riachuelo", "Hambre", "Rubí" (los diez con letra de Cadícamo), "Es preciso que te vayas" (Celedonio Flores), "Volvé a mi lado", "No me cortes las alas", "Has cambiado por completo" (los tres con Enrique Dizeo), "La noche de los dos", "Monedita de plomo" (ambos con letra propia) y muchos otros.

Además, Cadícamo versificó los ya mencionados "Salomé", "Viejo bandoneón", "Nostalgias" y "A pan y agua"; Pedro Numa Córdoba, "Mi refugio" y Pascual Contursi, "El motivo" (que también llevó unos versos no divulgados de Cadícamo).

Harto del whisky falsificado de los gángsters y de tener que alternar el jazz con el tango, regresó de los Estados Unidos en 1928.

Formó una orquesta que tuvo como vocalista a Francisco Fiorentino y con la cual volvió a grabar algunos pocos temas para la Victor. En 1936, armó una nueva orquesta para actuar en el cabaret Charleston de Florida y Paraguay. Sus integrantes: Cobián (piano), Cayetano Puglisi y Claudio Cassano (violines), Ciriaco Ortiz y Juan Miguel Rodríguez (bandoneones), Valentín Andreotta (contrabajo) y el cantor Antonio Rodríguez Lesende.

Dirigió luego, una agrupación de jazz; tocó en el Trío Nº 1, con Ciriaco Ortiz (bandoneón) y Cayetano Puglisi (violín); volvió a organizar su típica; regresó a los Estados Unidos -donde permaneció hasta 1943- y continuó, aquí, al frente de su orquesta, con la que actuó en Radio El Mundo.

Luego, «se alejó de la actividad musical voluntariamente, recluyéndose en su modesto departamentito de la calle Montevideo», según recordaba ese maestro de historiadores que fue Luis Adolfo Sierra.

El 10 de diciembre de 1953, dejaba este mundo. Tenía 57 años, pero había conocido la vida como si acabara de cumplir un siglo. «¿Había algo que hacer en La Tierra después de haberlo conocido todo?», dijo al respecto Enrique Cadícamo, su colaborador de siempre.

Originalmente publicado en el fascículo 12 de la colección Tango Nuestro editada por Diario Popular.