Por
Hernán Volpe

omo muchos músicos dedicados al tango y nacidos en las décadas de 1900 y 1910, Julio nació en la otra orilla del Rio de la Plata, en la ciudad de Montevideo.

Hasta unos pocos años antes de cumplir sus treinta de edad, viajó por gran parte del mundo y estuvo radicado en España, formando parte de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Pero cuando se desató lo peor de la guerra civil, en 1936, emprendió el regreso a Buenos Aires.

Ganado por el tango, se vinculó a un director que recién comenzaba a dar que hablar: Osvaldo Pugliese. Habían terminado las actuaciones de los sextetos con Alfredo Gobbi y con Elvino Vardaro; experiencias maravillosas que no llegaron lamentablemente a perdurar y mucho menos a dejar registros sonoros. Se iniciaba la etapa de probar suerte formando la orquesta propia, la primera, en 1937 con algunos de los músicos de los sextetos: por ejemplo el bandoneonista Alfredo Calabró y el violinista Antonio Puleio. Se suman Julio Carrasco en violín, Luis Bonnat en bandoneón y Aniceto Rossi en contrabajo, más Pugliese en piano. Debutan en el café Germinal de la entonces angosta calle Corrientes 942, con relativa repercusión.

El nuevo y definitivo intento llegaría en 1939, exactamente el 11 de agosto, cuando debutan en el café El Nacional de Corrientes 980. Hasta 1966, con una permanencia de 29 años, Julio Carrasco integró la orquesta como segundo o tercer violinista y arreglador. También fue mucho tiempo una especie de administrador, ya que llevaba los libros contables de la orquesta que funcionó siempre como una cooperativa. Durante este prolongado periodo, mantuvo con Osvaldo Pugliese una excelente relación laboral, compartían ideales políticos y musicales, pero no llegaron a ser amigos.

Lamentablemente, nunca grabó un solo, que nos serviría hoy para conocer su vibrato; pues su sonido se funde en el todo orquestal dentro de la fila de cuerdas. De todas formas por comentarios de sus colegas, era un muy buen ejecutante, un violinista de formación académica, con amplias posibilidades técnicas. Tuvo oportunidad de ser promovido a solista cuando se fue Enrique Camerano, pero no quiso aceptar ese puesto. (Su hijo Néstor me contó hace algunos años estos detalles).

Integró la orquesta compartiendo la fila de cuerdas con Aniceto Rossi y Alcides Rossi en contrabajo, los violinistas Enrique Camerano y Jaime Tursky; luego Oscar Herrero y Emilio Balcarce. Más tarde se sumaron Francisco Sanmartino y luego Norberto Bernasconi en viola, Adriano Fanelli y Enrique Lannoo en violonchelo. Y con los bandoneonistas Enrique Alessio, Luis Bonnat, Alberto Armengol, Osvaldo Ruggiero, Esteban Gilardi, Mario Demarco, Roberto Peppe, Oscar Castagniaro, Jorge Caldara, Ismael Spitalnik, Víctor Lavallén, Julián Plaza y Arturo Penón. Cuando dejó la orquesta, fue reemplazado nada menos que por Raúl Dominguez (Finito), un excelente solista que otrora brillara en la orquesta de Francisco Rotundo con solos memorables como por ejemplo el del tango “Milonguera”.

Fue muy destacada su labor como compositor y arreglador, dejando versiones antológicas para el repertorio de la orquesta. En 1946, escribió el arreglo del tango “Fuimos” que grabó Roberto Chanel. En 1951, hizo la armonía de violín para el tango “Pasional”, arreglo de Roberto Peppe, que grabara Alberto Morán con total suceso. El solo lo tocó y grabó dos veces Enrique Camerano. En 1954, arregló dos tangos para el cantor Juan Carlos Cobos: “No es más que yo” y “Te aconsejo que me olvides”. Hizo lo propio con “Silencio” en 1959 para el cantor Jorge Maciel.

Capítulo aparte merecen sus composiciones que básicamente orquestó él mismo, con la colaboración de Osvaldo Ruggiero. Son una trilogía de hermosos tangos: el primero es de 1945, “Flor de tango”; de raigambre decareana, con la influencia de esa escuela y de esa forma estilística. El piano va preparando con breves intervenciones solistas el camino al violín solista que cantará su armonía hasta la variación final del cuarteto de bandoneones, que en ese momento integraban Ruggiero, Caldara, Gilardi y Castagniaro.

En 1950 da a conocer “De floreo”, con menos impacto rítmico que el anterior. Es más denso en su estructura general, con otra concepción armónica y tiene un solo de violín magistral a cargo de Camerano. Ya no tiene la característica variación final de bandoneones, sino un esbozo de pocos compases. Forma parte de aquellos tangos surgidos en los comienzos de esa década, de similares formas: poco melódicos y fuertemente armónicos, con un trabajo orquestal muy cuidado, como “El refrán” de Roberto Peppe, “El tobiano” de Emilio Balcarce, “Don Atilio” de Pugliese y “Don Aniceto” de Esteban Gilardi.

Cierra la trilogía con “Mi lamento”, grabado en 1954. Aquí otra vez Julio Carrasco repite la ecuación o también podríamos pensar que encontró su identidad como compositor. Escribe otro profundo y sentido solo de violín, para el total lucimiento del maestro Enrique Camerano.

Formó parte de los viajes históricos de Pugliese a Rusia y China en 1959 y a Japón en 1965.

En 1966, a los 59 años de edad decide jubilarse, para dedicarse a su familia. Continúa igualmente estudiando y tocando el violín en su hogar, sin las exigencias del trabajo profesional. Su trayectoria fue ejemplar, silenciosa y ampliamente valorada por colegas y por todos los que gustamos del tango.

Este músico nacido en Uruguay, formado profesionalmente en España y finalmente atrapado por el tango argentino, falleció en Buenos Aires a los 81 años, con la tranquilidad del deber cumplido. Vaya nuestro homenaje y reconocimiento.