Por
Gaspar Astarita

n viejas grabaciones de la década del treinta se pueden detectar algunos de sus estribillos, y también viejos tangueros suelen traernos el recuerdo de su voz, su fraseo y su afinación, aparte del buen gusto que tenía el «decir» tanguero de Antonio Rodríguez Lesende.

No es para menos, ya que sus serios estudios de canto (que lo llevaron muy joven al coro del Teatro Colón) y la calidad y calidez interpretativas, habrían de encontrar en el tango el género en el que pudo exteriorizar plenamente toda esa gama de prendas vocales, y dejar marcada una senda con muchos éxitos cantables, en la que se nutrió cumplidamente la generación de vocalistas de orquestas de los años cuarenta, que tuvieron en esa propuesta una de las maneras de expresión que, al final y en cierta medida, resultaría una especie de estilo o modelo.

Había nacido en Vigo, España, en 1905, y siendo muy niño llegó a la Argentina con sus padres.

A los dieciocho años ya estaba cantando tangos por radio, y de ahí en más, 1923, realizaría una carrera ininterrumpida en emisoras, salas cinematográficas, confiterías, cruceros de lujo y bailes, asumiendo la interpretación vocal de las más variadas y afamadas orquestas: Osvaldo Fresedo, Juan Carlos Cobián, Julio De Caro, Francisco Lomuto y muchas otras.

Con algunas de ellas llegó al disco en innumerables oportunidades, siempre como estribillista, es decir, en esos años veinte y primeros del treinta, como el cantor que «decía» únicamente el refrán o segunda parte de la composición.

Integró también las orquestas de Carlos Di Sarli, Ciriaco Ortiz y José María Rizzuti, para formar, en 1935, junto a Joaquín Mauricio Mora y Héctor Morel, el trío Morel-Lesende-Mora, al mismo tiempo que fue vocalista de otro trío famoso de ese tiempo: el Trío Nº 1, formado por Juan Carlos Cobián, Ciriaco Ortiz y Cayetano Puglisi.

Ese mismo año, 1935,fue contratado por la flamante Radio El Mundo, en condiciones muy ventajosas, para cantar en todos los conjuntos típicos que figuraban en el elenco de la emisora.

Su decir elegante y emotivo, su clara dicción y su dulce acento, más su bien ganada fama, lo hicieron el cantor más requerido de las orquestas, hasta 1940. Ya no cantaba únicamente los estribillos, como lo hacia en la década del veinte, pues era, al momento de retirarse de la actividad profesional (sobre 1943), como los demás, un cantor de letra completa.

De ese retiro vino a sacarlo una única vez la amistosa presión de Argentino Galván para que se incorporara como vocalista, en 1953, a la flamante orquesta que formara la excelente dupla Atilio Stampone-Leopoldo Federico, de la que Galván era arreglador. Con este binomio grabó su último disco el tango “Tierrita”, de Agustín Bardi.

De todo su largo andar por el camino vocal del tango, han quedado innumerables recuerdos de éxitos y creaciones que jalonaron muchos tramos de su actividad profesional y que felizmente el registro fonográfico guardara como hitos para la mejor historia de nuestra música popular. Sin embargo, hay dos hechos en la trayectoria artística de Rodríguez Lesende que, aunque sin aparente importancia, tuvieron significativa incidencia en el curso histórico del tango, a través de otros sucesos y protagonistas.

El primero fue el estreno de “Nostalgias”. Este tango de Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo, que había sido rechazado por el empresario teatral Alberto Ballerini para la obra El cantor de Buenos Aires, estrenada sin pena ni gloria en 1935, al año siguiente lo incluyó Ciriaco Ortiz en el repertorio de su orquesta, con la que estaba actuando en una boite de la calle Florida, entre Paraguay y Charcas, cuando Rodríguez Lesende era su vocalista. Y entonces, a partir de ese estreno, el tango alcanzaría inmediata, amplia y merecida consagración.

El otro episodio significativo fue la negativa de Rodríguez Lesende a integrar como cantor la orquesta de Aníbal Troilo.

Cuando Pichuco formó su primer conjunto para debutar en el Cabaret Marabú, lo buscó como vocalista. Éste, tratando de evitar el compromiso, le pidió una exorbitancia (doscientos pesos mensuales contra los ochenta y cinco ofrecidos por Troilo), pero igual el gordo se avino a satisfacer las exigencias del cantor. Asimismo Rodríguez Lesende adujo otros compromisos y no aceptó.

Es idea generalizada que «no lo vio» a Troilo como director de futuro, y si es cierto o no, la cuestión es que no quiso acompañar al autor de “Barrio de tango” cuando comenzaba su cinchada, el 1 de julio de 1937.

Hace varios años, queriendo conocer algunos detalles sobre la negativa de Rodríguez Lesende a integrar la orquesta de Troilo, le solicité información al doctor Luis Adolfo Sierra, quien siempre había estado muy ligado a Troilo en esos primeros años.

El 8 de agosto de 1987 me escribió, al respecto, lo que sigue:

«Me consulta usted acerca del debut de la orquesta de Troilo el 1 de julio de 1937. Por entonces el Gordo Troilo integraba la orquesta de Ciriaco Ortiz en el cabaret Casanova de la calle Maipú. También allí actuaban, entre otros, Orlando Goñi, Toto Rodríguez y Pedro Sapochnik, que llevó Pichuco a su flamante orquesta. Hubo un desentendimiento entre el empresario Salas del cabaret Marabú y Carlos Di Sarli, quien debía reaparecer el 1 de julio en el Marabú. En aquella actuación de Pichuco con Ciriaco en el Casanova, conoció a Zita, que era la encargada del bar de dicho cabaret.

«Por indicación de Ciriaco, el empresario Salas le propuso a Pichuco formar orquesta transitoriamente por dos meses, en cuyo ínterin quedaría superado el entredicho con Di Sarli. El Gordo tenía apenas diez días para reunir músicos, ensayar y mandar confeccionar los uniformes.

«A la noche siguiente cenamos, como era habitual, con Pichuco. Y después me pidió que lo acompañara al dancing Lucerna de la calle Suipacha, para tratar de apalabrar al cantor Antonio Rodríguez Lesende (para muchos entendidos, tales como De Caro, Pichuco, Mora, Contursi, Maffia, Laurenz, Cobián, Di Sarli, el mejor cantor de orquestas de todas las épocas del tango). Era íntimo amigo mío el inolvidable Gallego Lesende. Pero de mal carácter, rebelde, impuntual y reacio a cantar lo que no le gustaba.

«Llegamos con el Gordo a Lucerna, donde actuaba Rodríguez Lesende en la orquesta del excelente pianista Miguel Nijensohn, conversamos largamente, y Lesende no aceptó, con toda razón, porque en la boite Lucerna era artista estable a sueldo mensual desde hacía dos años, cantando con las distintas orquestas que pasaban por ese escenario. Le dijo sinceramente a Pichuco que a él le gustaría ir a su orquesta, pero que no podía dejar un trabajo seguro por dos meses de actuación a prueba. Pichuco entendió las razones. Y nos fuimos. Salimos desorientados. Barajamos varios nombres, y decidimos verlo a Fiorentino, que andaba sin trabajo. Sin mayor entusiasmo, Fiorentino aceptó el ofrecimiento del Gordo. Pichuco lo comprometió a concurrir al día siguiente a Los 49 Auténticos para tomarse las medidas del uniforme».

De esta manera, estaba dando lugar a que Pichuco, buscando un reemplazante, lanzara a la fama a uno de los más grandes vocalistas de orquesta: Francisco Fiorentino.

De todas formas, Antonio Rodríguez Lesende tiene ganado un buen lugar en la mejor historia de nuestro tango, por todas sus cualidades interpretativas y su larga y calificada trayectoria. Pero seguramente que será recordado también como el intérprete que estrenó “Nostalgias” y el único que no quiso ser cantor de Aníbal Troilo.

De 1937 a 1947 fue vocalista estable del Dancing Lucerna (calle Suipacha 567), propiedad del violinista José Niesso.

Antonio Rodríguez Lesende falleció en Buenos Aires, el 2 de octubre de 1979.

Originalmente publicado en la revista Tango y Lunfardo, Nº 125, Chivilcoy, 16 de febrero de 1997.