Por
Ricardo García Blaya

a descubrí hace bastante tiempo atrás, a fines de los años 90, cuando revisando más de mil longplays —recientemente comprados a la viuda de un coleccionista—, en medio del desorden emergió un disco del sello Triunfo’s Records de origen norteamericano, con su foto en la contratapa. No pude con mi curiosidad y me decidí ponerlo, entonces sobrevino la grata sorpresa, apareció la voz de una muchacha cantando muy bien un repertorio de diez temas, con un par de perlas, “El espejo de mi vida”, vals del destacado compositor peruano Felipe Pinglo y el clásico “De mi barrio”.

Más de veinte años después de esta producción fonográfica, hecha al final de la década del 80, volví a saber de ella, pero esta vez en vivo y en directo. El hecho se produjo en noviembre de 2009, a raíz de la presentación de la película El Último Aplauso, del joven director Germán Kral, un argentino que estudió cine en Múnich y que decidió quedarse a vivir en Alemania. Ella estaba presente junto a otros artistas del elenco del film, y yo como invitado, en representación de la Academia Nacional del Tango acompañado por otros colegas. En esa ocasión, no tuve oportunidad de charlar con ella.

La película trata sobre el Bar El Chino, un local tanguero del barrio de Pompeya. El guión expone con profunda emotividad la desazón que provocó su cierre en los artistas que todas las noches, durante muchos años, cantaron tangos en ese legendario boliche. Lo impactante del caso es que los propios protagonistas de aquellas mágicas veladas son los que hacen el relato.

El lugar era propiedad de un pintoresco personaje, Jorge Eduardo García, (El Chino), que lo único que le interesaba en la vida eran su hijo y cantar tangos con sus amigos. Cristina lo define como un tipo puro, ingenuo y cristalino, en fin, una buena persona.

Entre los que participan en la película, entregando su arte y sus testimonios, además de Cristina, están Inés Arce (La Calandria), Julio César Fernán, Horacio Acosta, Abel Frías y, como invitada especial, la Orquesta Típica Imperial.

Cristina nació en la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires, pero de muy pequeña su familia se trasladó a San Juan, donde se crió. Debutó como cantante a los seis años, interpretando canciones nativas e infantiles en las radios de su provincia adoptiva. A los siete, cantó en Radio Mitre acompañada por un conjunto de guitarras que dirigía un tío suyo. El público quedaba sorprendido por el talento de esa niña tan pequeña que, al poco tiempo, fue elegida como ahijada artística por el actor y recitador criollo Fernando Ochoa, de quien aprendió, según sus propias palabras, a cantar y recitar, pero sobre todo, el amor y el respeto por la profesión.

Su repertorio estaba compuesto de música nativa, con ella recorrió durante años todo el país y participó en numerosos festivales, entre ellos el de Cosquín, en la Provincia de Córdoba, en la década del 70.

En Buenos Aires, tuvo oportunidad de compartir escenario con grandes figuras de la música popular, entre ellos: Roberto Goyeneche, Atahualpa Yupanqui, Héctor Mauré, Hugo Marcel, Los Cantores de Quilla Huasi, Carlos Paiva, Margarita Palacios, Hugo Díaz, Los Hermanos Ábalos, Roberto Florio y Rodolfo Lesica.

En 1979, tuvo su propio local, al que le decía pulpería y al que llamó El Brasero, estaba en Cobo y Centenera. Charlo concurría al lugar a tomar unas copas y escuchar tangos. El pianista Norberto Digorado -hombre del sur que trabajaba en el cabaret Bagatelle de Comodoro Rivadavia-, muy amigo de Cristina, prestó un piano para que él creador de “Ave de paso” pudiera tocar. Charlo compuso un tema dedicado a ese boliche: “La esquina más tanguera”. El Brasero tuvo buena concurrencia de público pero fracasó comercialmente.

Hizo giras por Chile —donde dejó registros discográficos—, y, en 1982, el destino la llevó a los Estados Unidos, donde se quedó a vivir en Nueva York. En esa ciudad vivió 14 años, realizó varias temporadas en distintos nigth-clubs y teatros, cantando música latinoamericana y, de a poco, alguno que otro tango, ganando el aplauso del público local y, especialmente, del hispanoparlante.

Desde Estados Unidos viajó a Perú para participar de una cruzada organizada por el Club de Leones, llevando medicamentos y entretenimiento a las víctimas del cólera.

En Nueva York, cantó música folclórica y latinoamericana, hasta que en una oportunidad se animó a cantar un tango acompañada sólo con su guitarra y, a partir de ese instante, fue incluyendo de a poco, la música ciudadana en su repertorio. Fueron muchas las complicaciones porque en esos años era muy difícil encontrar, en Estados Unidos, bandoneonistas y músicos con yeite para el acompañamiento.

Volviendo al film El Último Aplauso, en una de las partes —posiblemente la de mayor clima dramático—, ella confiesa aspectos de su vida personal y artística y uno advierte, mientras va corriendo el celuloide, que es el alma femenina del Bar El Chino, cuando al comenzar el show improvisa una bienvenida con algo de poesía y mucho sentimiento. Pero lo más importante es oírla cantar; es cierto que su voz ya no es la misma de aquel disco norteamericano, pero conserva ese estilo de las grandes cancionistas que fueron vanguardia del tango, con un fraseo muy porteño, pero también muy femenino y una afinación notable.

De modo intimista, nos habla de su madre y de su hija Ana María, con un dejo melancólico que conmueve. Decidió volver de Norteamérica porque extrañaba la Argentina, quería recuperar los olores y sabores de su tierra, su identidad. Lo dice textual: «Volví a lo del Chino a rencontrarme con los sabores, los olores de uno». Al final de su relato, confiesa que vive sola, que su hija está casada y nos informa sobre la muerte de su mamá.

Fue amiga de Floreal Ruiz, de Argentino Ledesma quien, cuando visitó Nueva York, vivió en su casa; también de Alberto Podestá con quien trabajó en «la gran manzana».

De su repertorio se destacan: “Llamarada pasional”, “Será una noche”, “Absurdo”, “Ilusión azul”, y “Tormenta”, entre otros.

Charlé con ella personalmente, sentados en una mesa del 36 Billares, en este agosto de 2013; y me encontré con una linda señora, elegante, simpática que se muestra tal cual es, con una profunda espontaneidad, como aquellos que conocen bien la vida o, parafraseando a mi amigo Ricardo Ostuni, «como los que nacen con el primer dolor del alma». ¡Bienvenida Cristina a Todo Tango!