Por
Ricardo García Blaya

uando escucho a Floreal Ruiz tengo la sensación que el cantor lo hace de un modo tan natural y espontáneo que parecería estar sentado en una silla conversando informalmente, y las notas surgen de su garganta sin ningún esfuerzo. El timbre y la coloratura de su voz me resultan sonidos cotidianos, no hay estridencias ni falsos recursos, lo hace de la manera más difícil, sencillamente.

Es, sin duda, un cantor sutil, delicado, de una excelente dicción que permite entender no sólo la letra sino también su dramatismo.

Fue una de las grandes voces del cuarenta, y paradójicamente, su reconocimiento definitivo lo logró con el transcurso de los años, no en su momento de plenitud cuando integraba la orquesta de Aníbal Troilo. Esto se debió a dos motivos. Primero, porque en la década del cuarenta surgieron muchísimos cantores de un nivel excepcional; segundo, porque a él le tocó reemplazar en la orquesta de Pichuco a Francisco Fiorentino y actuar al lado del exitoso Alberto Marino, que era el cantor de moda.

Floreal Ruiz cantó siempre bien, aún en los últimos años de su carrera. Murió cantando.

Nació en el porteño barrio de Flores, hijo de un anarquista al que debe su original nombre. El padre, hombre severo y de fuertes convicciones ideológicas lo echó de su casa por querer ser cantor: «ser cantor es ser cafishio» —decía— «y no quiero cafishios en mi casa».

Fue en su juventud amigo del alma de Hugo Del Carril, junto al cual cometió sus primeros pecados de bohemia y haciendo serenatas para los eventuales amantes que los contrataban.

Su carrera profesional se inicia en la radio y en 1938 es vocalista de la orquesta de José Otero con quien graba, en 1939, la “Marcha del Club Platense” de fútbol. Actuaba con el seudónimo Fabián Conde.

En 1942, debuta con su nombre real en una actuación en Radio Prieto. Su padre lo va a ver y allí se produce la reconciliación.

En 1943, ingresa en la orquesta de Alfredo De Angelis con quien graba ocho temas, el primero fue “Marioneta” (de Juan José Guichandut y Armando Tagini) el 23 de julio, que resultó ser su tango más representativo ya que luego lo graba con Aníbal Troilo y José Basso.

Al año siguiente y a pedido del ya consagrado Alberto Marino, Aníbal Troilo lo contrata para su orquesta, dejando 31 registros memorables, entre los cuales se destacan los tangos “Naranjo en flor”, “De todo te olvidas (Cabeza de novia)”, “La noche que te fuiste”, “Equipaje” y los valses “Flor de lino” y “Romance de barrio”. Todos ellos, a mi gusto, clásicos de nuestra música ciudadana.

En 1948, se desvincula de la orquesta de Troilo y, por motivos exclusivamente económicos, ingresa en la orquesta de Franciso Rotundo. De esa época podemos destacar los tangos “Aquel tapado de armiño”, grabado el 6 de julio de 1950, y al año siguiente “Sobre el pucho” y “El viejo vals”, a dúo con Enrique Campos. De esta etapa quedaron 25 registros discográficos.

Luego de siete años con Rotundo pasa a la orquesta de José Basso, con quien graba cuarenta temas. Su voz mantenía la calidad y el estilo de siempre, pero con un tono más bajo. Sus versiones de “Muriéndome de amor”, “Vieja amiga” y “Como dos extraños”, son excelentes.

A principio de la década del sesenta ya es un solista consagrado. Desde 1966 hasta su muerte graba 45 temas más acompañado por las orquestas de Jorge Dragone, Luis Stazo, Osvaldo Requena y la Orquesta Típica Porteña dirigida por Raúl Garello. Con esta última, en 1977, produce quince registros, demostrando un buen gusto y una creatividad vocal extraordinaria, pese a la declinación de su garganta. Sus interpretaciones de los tangos “Buenos Aires conoce”, “Y no puede ser”, “Perfume de mujer”, “Cuándo volverás” y “Divina” resultan conmovedoras, y es el gran final de la carrera artística de un brillante cantor.

Admirado por las nuevas generaciones tangueras, es el modelo de una forma de sentir e interpretar nuestro tango.