Por
Ricardo García Blaya

ue un hacedor de páginas de gran popularidad que, aún hoy, se siguen escuchando en las milongas y difundiendo, en las pocas radios que ofrecen música de tango. Los ejemplos de “Así se baila el tango”, “Frente al espejo” y “Así se canta”, son elocuentes.

Su iniciación en la letrística tanguera comienza a mitad de la década del treinta y transcurre durante 20 años. Tempranamente, logró piezas muy difundidas: “La vida me engañó” y “Se lustra señor”, de la década del cuarenta, y “Cómo nos cambia la vida”, de la siguiente.

Fueron muchos e importantes los músicos que colaboraron con él en la musicalización de sus versos: Atilio Bruni, Mario Demarco, Arturo Gallucci, Manuel Vidal, Oscar Herrero, Elías Randal, Manuel Sucher, Mariano Mores, José Dames, Antonio Rodio, entre otros. Además, con letra y música que le pertenece, el tango “Y sonó el despertador”, de logrados y graciosos versos.

Un párrafo aparte merecen dos tangos, de los muchos que llegaron al disco: “Así se baila el tango”, inmortalizado por Alberto Castillo con su orquesta dirigida por Enrique Alessio, para el sello Victor en 1942 y “Se lustra señor”, interpretación monumental de Ángel Vargas y su orquesta dirigida por Eduardo Del Piano en 1947, que ya había registrado con gran éxito Castillo en el año anterior, conformando dos versiones que se sacan lustre.

Particularmente, entiendo que no estamos en presencia de un poeta literario significativo, pero sí de un gran autor tanguero. Él supo interpretar la época que le tocó vivir, con humor y sensibilidad, retratando el paisaje de su juventud con típicas acuarelas llenas de ternura y con el sello de los años cuarenta. Valgan dos ejemplos como muestra: “Corbatita voladora” y “Buzón”, a los que habría que agregar los dos títulos mencionados en el párrafo anterior.

Me lo dice el corazón,
si me quiere que me quiera
así mismo como soy...

(“Corbatita voladora”)

Buzón...
siempre en la esquina
mirando si pasa
la misma de ayer.

(“Buzón”)

El vals “En un rincón de Hungría”, lleva música de César Ginzo y es una de sus primeras obras. Lo registró Francisco Canaro con la voz de Roberto Maida, en 1937 para el sello Odeon.

Además, es autor de otros valses que fueron editados fonográficamente: “Amar y soñar”, musicalizado y registrado por Roberto Rufino, en 1953; “La perinola”, con música de Ángel Condercuri, con una versión de Miguel Caló y el dúo Roberto Mancini y Alfredo Dalton, en 1956 y “Has llegado”, de Edgardo Donato con la voz de Roberto Morel, en 1955.

Del resto de su obra podemos destacar: “Abismo”, “Agravios”, “Alegría [b]”, “Amor amor”, “Astillas”, “Cabecita descocada”, “Carta para Renée”, “Cipriano”, “Color de rouge”, “Cómo pude hacerte mal”, “Corazón”, “Corazón cobarde”, “Descorazonado”, “Desconsuelo”, “Dilema”, “El mate amargo”, “Esta noche hay una fiesta”, “Gusto a vos”, “Heridas”, “Lluvia [b]”, “Me quema los labios”, “Mi linda chiquita”, “Muñeca mía”, “Oiga rubia”, “Porque no te tengo más”, “Soy un yo yo”, “Tan solo tú”, “Tengo que estar loco”, “Tu boca era un clavel”, “Un loco se escapó”, “Una flor de percal”.

Fueron muchas las voces que interpretaron sus tangos. A los ya recordados Castillo y Vargas, podemos mencionar a Oscar Larroca, Alberto Morán (y su bella versión de “El mate amargo”), Roberto Rufino (que colaboró con la música de “Cómo nos cambia la vida”), Enrique Campos, Alberto Marino, Juan Carlos Godoy, Héctor Mauré, entre otros cantores consagrados.

Como es habitual en Todo Tango, quisimos rescatar del olvido a este querido poeta de nuestra música ciudadana, entre otras cosas, para que aprendan de una buena vez «los pitucos, lamidos y shushetas».