Por
Alberto Heredia

n el aire de la que fuera su casa natal en Villa Devoto, se respiraba música. Y es muy seguro que desde el vientre materno haya comenzado a disfrutar el dulce y armonioso arrullo que brotaba del sonido de una guitarra, con la voz de su padre —santiagueño— entonando canciones y dando vida a esas cuerdas. A la edad en que otros niños comenzaban a empuñar un lápiz para hacer los primeros palotes, con apenas cuatro años, él ya abrazaba el diapasón de una guitarra y, con sus finos dedos, comenzaba a darle forma a los primeros acordes de una canción, volcando en ella esa pasión por la música que lo acompañaría toda la vida.

Luciendo pantalón corto, hizo sus primeras armas con sus hermanos y sus primos armando conjuntos, haciendo dúo con su hermana Amanda, con el nombre Los Catamarqueñitos, en honor a su madre oriunda de la provincia de Catamarca.

Fue su primer maestro, a los diez años, un colega de su padre, Pedro Ramírez Sánchez, quien guió sus primeros pasos y se convirtió con el tiempo, en su compañero y consejero. Con él conoció otras escuelas de guitarra. Dicho universo contribuyó a su formación y le permitió exhibir una solvencia y seguridad poco frecuente en un joven. Allí bebió las enseñanzas técnicas y musicales, pero su talento y espíritu autodidacta hicieron el resto.

Se convirtió en un dotado ejecutante de música clásica, pero pronto se orientó hacia lo popular, iniciándose en el folclore haciendo el acompañamiento a prestigiosos cantores y conjuntos de la época de oro de ese género: Los Arrieros Cuyanos, Virginia Vera, dúo Vera-Molina, Alberto Cautelar, Rogelio Araya, Hilda Vivar, Waldo Belloso, Dúo Moreno-Sayago, Ramona Galarza, Julia Vidal, Hermanas Berón, Hermanos Barroso, Argentino Luna, entre otros. Pero su pasión era el tango y así permaneció muchos años en el desaparecido local La Querencia, de la Avenida de Mayo, donde acompañó a numerosos cantores que se presentaban en sus espectáculos.

Era bastante conocido cuando debuta en la música ciudadana acompañando a un cantor del barrio de Mataderos: Ángel Reco, a quien recuerda con cariño. Reco falleció en 1992 y fue uno de esos cantores clásicos de barriada que llegaron a la radio en la década del cuarenta, conforme nos cuenta Sara Ribot en su nota de septiembre de 1992, en la revista Tango y Lunfardo.

En 1953, integró el conjunto de guitarras que acompañó durante cuatro años a Héctor Mauré, también formó parte de un sin número de formaciones: el cuarteto A Puro Tango de Miguel Nijensohn, un trío con Osvaldo Tarantino y Osvaldo Rizzo, varios cuartetos con Enrique Alessio, Jorge Dragone, Armando Pontier, Luis Stazo, Eduardo Ferri, Osvaldo Piro, Celso Amato, Francisco Grillo, Héctor Stamponi, José Libertella y desde 1969 hasta 1975, el de Aníbal Troilo, con el que grabó temas que quedaron imperdurables en el recuerdo.

Fue la guitarra de los más grandes cantantes: Libertad Lamarque, Raúl Berón, Oscar Alonso, Carlos Acuña, Tania, Ángel Cárdenas, Roberto Rufino, Floreal Ruiz, Julio Sosa, Roberto Goyeneche, Susana Rinaldi, Edmundo Rivero, Enzo Valentino, Néstor Fabián, Alberto Morán, Jorge Casal, Argentino Ledesma, dúo Dante-Larroca, entre muchos más.

Formó parte de la Orquesta de Tango de la Ciudad de Buenos Aires, desde su formación en 1980, bajo la dirección de Carlos García y Raúl Garello. Con esta orquesta recorrió Argentina y varios países de América Latina, cosechando merecidos aplausos.

Integró el elenco de El Café de los Maestros junto a los más notables músicos y cantantes, participando de la película homónima, filmada en el año 2006 y actuando, con parte de sus integrantes en Berlín, Roma, Atenas, París, Londres y Río de Janeiro.

Su generosidad hizo que dedicara gran parte de su tiempo a la docencia, con el fin de legar a los jóvenes su conocimiento, su experiencia y brindarles su ayuda para perfeccionar la técnica. Fue fundador de la Escuela de Música Popular de la Municipalidad de Avellaneda.

Realizó numerosos viajes artísticos a Estados Unidos, Brasil, Francia, España, Alemania, Grecia, Japón (doce veces) con distintos artistas, en especial, con el dúo que integra con el bandoneonista Osvaldo Montes. De todas estas giras, se destaca el histórico viaje a Washington con el cuarteto de Aníbal Troilo en marzo de 1972, con motivo de los festejos del 25 de Mayo.

Con Susana Rinaldi actuó en París en el Olympia y en el Teatro de la Ville, también en el Teatro La Comedia de Madrid. Con el Sexteto Mayor, en Venecia, Berlín y Washington.

Su primer trabajo discográfico como solista, La guitarra romántica del tango, fue en 1985 para RCA, reeditado en disco compacto, en 2008. Le siguieron, Una guitarra para Gardel y con su cuarteto de guitarras dos CD, Nuestras guitarras con Carlos Martínez, Seis cuerdas y una voz con Oscar Ferrari y Querido chamamé, con el bandoneonista Antonio Príncipe.

Un párrafo aparte merece su relación con Osvaldo Montes (El Marinero), compañero en la Orquesta del Tango de la Ciudad de Buenos Aires desde su fundación. Fueron grandes amigos y formaron una dupla musical que, al margen de la orquesta, nos deleitan con un repertorio de tangos de todos los tiempos, donde la excelencia interpretativa y las permanentes improvisaciones fueron una marca registrada de estos dos prestigiosos maestros, que podemos comprobar escuchando sus registros discográficos.

Fue académico de honor de la Academia Nacional del Tango y miembro titular de la Academia de Música. Fue distinguido como Gloria del Tango por la Academia Porteña del Lunfardo. En 1986, fue galardonado con el Gardel de Oro; en el 2004, distinguido por el Senado de la Nación «por el valioso aporte a nuestra cultura» y luego, el reconocimiento del Latin Grammy 2008, como músico participante del álbum de tango Buenos Aires, día y noche.

Con casi setenta años dedicados a la música en forma profesional, siguió empuñando su instrumento, acompañado por su colección de más de treinta guitarras, con cada una de las cuales tuvo una historia.

Conservó incólume la misma humildad de sus orígenes. No lo cambiaron los elogios, los premios, ni los honores recibidos en el transcurso de su larga carrera. No lo ha mareado el éxito y, como el primer día, siguió elaborando e imaginando cosas nuevas. Fue, sin duda, un ejemplo de trabajo, de ansias de seguir aprendiendo y un gran maestro que disfrutó de la gran pasión de su vida, la guitarra, sobre cuyas cuerdas desparrama, con sus ágiles dedos, la savia del amor que fluye de su alma.