Por
Hugo Salerno
| Ricardo García Blaya

uena un teléfono «Hola, habla Pichuco ¡nene!... estoy en el Marabú, venite para acá que vas a empezar en la orquesta».

«Yo volé, volé, —recuerda Ernesto— y a los diez días empecé con Aníbal Troilo».

Aquel llamado que recibió en la casa de su madre, doña Rosario, allá por 1959, todavía lo emociona. Una vez El Gordo lo había confundido con Leopoldo Federico cuando Baffa tocaba en la formación de Horacio Salgán, justamente para reemplazar a Leopoldo. Después del malentendido, en una de las mesas del boliche cordobés El patio de la morocha, Pichuco le propuso irse con él.

«¡El sueño de mi vida!» —dice— y la alegría lo invade como cuando con los pantalones cortos todavía se trepaba al alambrado del Club Flores Que Surgen, en su Floresta natal, para escuchar y ver a su bandoneón admirado. Aún hoy, apenas abre la puerta de su corazón, Troilo aparece.

Pero todo esto Ernesto no sólo lo cuenta, lo toca. Durante la mayor parte de la charla el que habla es el bandoneón. «Es muy difícil este bicho (por el instrumento) y uno no se puede dejar estar» —asevera—, y hasta convoca a su mujer como testigo de que estudia todos los días. Como lo hacía con el maestro Francisco Sesta, cuyos métodos de digitación sigue practicando, así como los ejercicios que le enseñara Marcos Madrigal.

Después nos brindó un alarde de virtuosismo interpretando el “Ave María” de Franz Schubert. Una pausa para el café y luego, vendrán un par de tangos. Los recuerdos de la niñez afloran con una serie de canzonettas de las que deleitaban a Antonio, su padre, un albañil venido de Cosenza, Italia. «Él alcanzó a escucharme cuando toqué con Héctor Stamponi, después lo perdí. No me vio llegar. ¡Oh! si me hubiera visto con Salgán, con Troilo...» Confiesa con los ojos brillantes.

Rato después, testimonia la pasión por el Club Atlético Independiente, con un pedazo de su tango “Para el amigo Luis Islas” (un importante arquero de ese club de fútbol). La charla y la música parecen no tener fin. Poco antes de la despedida, resume en pocas palabras su sentimiento: «Las satisfacciones que me ha dado la música no se pueden describir. Toqué con los mejores, que más se puede pedir. Además, sigo en la brecha».

Ernesto Baffa debutó en la orquesta de Héctor Stamponi en 1948 y en 1953 ingresó en la de Salgán. Al respecto, comenta Horacio Ferrer: «En plena adolescencia alcanzó el primer plano de la estimación, como sucesor de Leopoldo Federico en el primer atril de bandoneones de la orquesta de Horacio Salgán. Su excelente sonido y su dominio del instrumento quedaron expresados cabalmente en muchos de los solos que realizó con dicha agrupación: “Responso”, “Entre tango y tango” y la milonga “Homenaje” (disco Antar Telefunken, 1957)». En 1959, pasó a la orquesta de Aníbal Troilo, en la que permaneció casi 15 años.

«Yo llevé a Raúl Garello a la orquesta. Estudiaba conmigo, en la casa de mi finada madre, y un día surge una vacante: se va Fernando Tell y lo presenté a Troilo».

Aún estaba con Pichuco (1965), cuando conformó un trío con Osvaldo Berlingieri y el contrabajista Fernando Cabarcos, que luego se convertiría —ya desvinculado de El Gordo— en la famosa Orquesta Baffa-Berlingieri que grabó inolvidables páginas con Roberto Goyeneche y excelentes instrumentales: “Cabulero”, “Canaro en París”, “Ritual”, “Mi refugio”, “Verano porteño”, entre otros.

En su Libro del tango, Ferrer considera que la sonoridad orquestal tiene cuño troileano y valiosas influencias de Astor Piazzolla y de Salgán que combinadas, logran un estilo propio.

«Ahora están estos chicos nuevos con el tango electrónico; bueno, que me disculpen pero yo no lo siento. Y eso que trabajé con Piazzolla, un vanguardista. Pero Troilo, era un fuera de serie. Hay algo que mucha gente desconoce; en sus últimos discos, el que hacía los solos era yo. El dirigía, y me los daba a mí para tocarlos».

En el transcurso del Festival de Medellín, realizado en 1968, se le otorgó la Lira de Oro por sus actuaciones. En tan larga trayectoria cabe mencionar su desempeño en las orquestas de Alberto Mancione, Alfredo Gobbi, Pedro Laurenz y en el conjunto que acompañó al cantor Alberto Marino.

Viajó con su música por Europa y Japón, donde tuvo un éxito extraordinario.

En los últimos tiempos, continuó su actividad dirigiendo conjuntos más pequeños, pero que poseen los mismos atributos de sonoridad que distinguieron su carrera artística.

Como compositor su obra es extensa. Destacamos algunos temas: “Calavereando”; “Con punto y coma”; “Pa’la guardia”, en colaboración con Antonio Scelza; “Porteñero” y “Chumbicha”, con Raúl Garello; “Trasnoche de ilusión”, también con éste y su hermano Rubén Garello en los versos; “Tu amor y tu olvido”, con Roberto Pérez Prechi y letra de Ángel Di Rosa; “Bardiana”, con Enrique Munné; “Un tango para Bochini”, con Roberto Vallejos; “Al amigo Daniel Scioli”, con Daniel Lomuto; “B.B.” y el exquisito “Par de dos”, ambos con Berlingieri.

En 1992 fue declarado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires por la legislatura porteña. Además, integró la Selección Nacional del Tango y, al frente de su Ernesto Baffa Trío, solía deleitarnos en el Café Homero.