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El choclo Tango
El otario Tango
Joaquina Tango
La catrera Tango
La morocha Tango
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Por
Héctor Lorenzo Lucci

Los Sonidos del Centenario

o que sigue es una breve semblanza de los aspectos más importantes y curiosos vinculados con los sonidos musicales originados por los festejos del primer Centenario de la Revolución de Mayo de 1810.



El tango ya era danza porteña consolidada y el bandoneón había sabido instalarse orgullosamente en manos de excelentes músicos para definir, con puro arte, su personalidad melódica y rítmica definitiva.

Tanto las bandas como las rondallas, con un lugar muy destacado ya en el último cuarto del siglo pasado, mantenían todavía su vigencia plena ofreciendo interpretaciones de géneros populares, conciertos de música clásica y fragmentos de óperas muy solicitadas por la colonia italiana radicada en Buenos Aires.

Todas las bandas en ese año de 1910 incluían en sus repertorios gran cantidad de tangos como los infaltables “El choclo” y “La morocha”, junto con “El otario”, “Ni fósforos”, “Joaquina”, “El entrerriano”, “Don Juan”, “La catrera”, “El Porteñito” y tantísimos más. Completaban sus repertorios musicales con mazurcas, polcas, valses, maxixas, aires nacionales, zarzuelas y la ineludible “Viuda alegre” de Franz Lehar.

Varias bandas se destacaron por su labor copiosa en ese año: la Banda de la Policía Federal, que dirigía Félix Rizzuti, padre del músico, pianista, compositor y director José María Rizzuti; la Banda Municipal de la Ciudad de Buenos Aires fundada ese mismo año y dirigida por Antonio Malvagni; las bandas del Pabellón de las Rosas y del Parque Japonés —ambas dirigidas por Gaetano D'Alo— quien con esta última inaugurara en los carnavales el salón de baile del Parque.

Las rondallas amenizaban principalmente los bailes de reuniones y agrupaciones españolas con músicos que tocaban todo tipo de instrumentos de cuerdas: rondallas José Vázquez, Bretón y Prudencio Aragón. Al igual que las bandas, las rondallas tocaban tangos y dejaron grabados buena cantidad de discos.

En las academias, que no eran otra cosa que lugares para bailar, todavía seguían vigentes los organillos, orquestones y pianolas que funcionaban con fichas que pagaban los bailarines. Esas máquinas musicales mecánicas, en su mayoría construidas en Italia, Alemania y Francia, estaban provistas, algunas con cilindros de madera y otras con cilindros de bronce. En la superficie sobresalían centenares de «clavos» de madera o acero dispuestos apropiadamente, cada uno de ellos representando la nota adecuada, para que al girar el cilindro una vuelta completa se accionara el mecanismo y tocara la pieza musical elegida.

Una de las piezas más solicitadas era “La Brasilera”, habanera de Arche, por lo cual estaba presente en muchas de esas máquinas.

El piano, los dúos, tríos, cuartetos y quintetos integrados con músicos flautistas, violinistas y principalmente bandoneonistas, fueron suplantando en poco tiempo más a esos instrumentos musicales automáticos que hicieran su aparición en el mundo en el siglo anterior.

No ocurrió lo mismo con el organito callejero, sostenido con gruesa correa de cuero a la espalda del organillero caminador de los barrios, que con sus pequeños fuelles soplaba melodías en tangos valses y zarzuelas, siempre esperado para oírlo y disfrutarlo por grandes y chicos. A ese organito callejero le pertenece el honor de haber sido el difusor musical más directo y el de mayor vigencia entre el pueblo, desde aquel organillero italiano a quien se le otorgara el primer permiso en el año 1842.



En ese 1910 y para los festejos patrios llega a Buenos Aires la Infanta Isabel, de España, Vicente Greco le dedica un tango de su autoría: La Infanta. Por su parte, cuando Guillermo Marconi, ya en estas playas y en ese mismo año, realiza con éxito la primera comunicación telegráfica por radio desde Europa a Buenos Aires, Alfredo Bevilacqua compone y le dedica su tango “Marconi”.

Al año 10 le tocó el placer de ver cómo convivieron armoniosamente, músicos, máquinas musicales, organitos callejeros, junto a las jóvenes y orgullosas máquinas parlantes reproductoras de cilindros y discos: los fonógrafos y gramófonos, convertidas estas, aún jóvenes maravillas científicas, en el principal vehículo difusor social de acontecimientos artísticos.

Fue éste un año exitoso comercialmente para las casas que vendían estas máquinas parlantes con sus discos o cilindros de cera. Una de ellas fue la de José Tagini, en Avenida de Mayo y Perú, en donde se produce el bautismo de la denominación «orquesta típica criolla» asignada a Vicente Greco cuando realiza en esa casa, y a fines de ese año, la primera grabación del tango Rosendo de Genaro Vázquez; todo un acontecimiento.

Para los festejos llegaron a Buenos Aires más de un centenar de grabaciones criollas realizadas por bandas y orquestas, en las cuales prevalecían los tangos: de Francia, la Banda de la Guardia Republicana de París y la Banda Pathé; de Italia, la Banda de Milano; de España, la Banda Española; de Alemania, la Orquesta Beka y la banda Homokord y de Estados Unidos, la banda Edison y la Orquesta Promenade.

Esto es, en apretada síntesis, el espectro musical que el pueblo pudo escuchar en ese año de 1910.